Es uno de los grandes temas, porque la
primera pregunta que se hacen los argentinos es si Cristina Kirchner va a ir
presa.
Macri quiere cambiar la sed de
revancha de algunos integrantes de Cambiemos. Quiere que la Justicia actué con
la mayor independencia posible. Que eviten victimizarla.
A Macri le conviene una Cristina libre porque
es funcional al relato alternativo. La salida de ella, le favorece al
peronismo.
Todos quieren ser sumamente prolijos en este
tema. No la quieren convertir en una bandera política. Nadie quiere
victimizarla porque eso es lo que ella está buscando, precisamente.
El 10 de diciembre es muy probable que
Cristina arribe al Senado con 5 procesamientos como mínimo. Sobran las pruebas
de coima, lavado y enriquecimiento ilícito.
Sacó tres millones de votos en la Provincia
de Buenos Aires y 5 millones en todo el país. Perdió 7 millones de votos. Llevó
al justicialismo a la peor crisis de su historia.
En política nada cae del cielo. Hay que
construir los nuevos escenarios.
La secta de perdedores seriales en la que
Cristina se terminó rodeando, puede volver, a condición de que Macri no logre
regularizar la situación dada en la Argentina.
Hoy el peronismo está en terapia intensiva: Es
tan profunda la caída de Cristina, que Gils Garbo tuvo que presentar su
renuncia. Y encima tendrá que dar explicaciones más allá de su renuncia. Le dió
al kirchnerismo un blindaje de impunidad y ahora tendrá que rendir cuentas. Lo
más probable es que sea enjuiciada por mal desempeño en sus funciones.
El kirchnerismo línea fundadora, está en
crisis terminal y se van todos, acercándose a la posibilidad de ser detenidos.
Ahora es la justicia argentina la que tiene
que hablar.
En principio, los jueces son los encargados
de resolver esta situación. El Senado en todo caso evaluará y tendrá que hacer
en diputados con Cristina, lo que hizo con De Vido.
Este año el Senado argentino será un
escenario importantísimo. El Cristinismo optó por oponerse a todo. Violenta el
principio de buena fe y de humildad. Niega el diálogo virtuoso en una
democracia. Esto es lo que lo daña al peronismo, porque la destrucción destituyente
del otro, sólo porque es adversario, al único que perjudica es a quien procede
así.
Como diría Unamuno: “No sé de qué se trata, pero me opongo”; el cristinismo va a
terminar como un partidito de ultra izquierda en donde le va cada vez peor. Son
muchos hoy los que se van desmarcando, no por una cuestión de ética, moral o principio, sino por simple sobrevivencia
política.
El kirchnerismo y el peronismo no se
llevan muy bien. El peronismo puede conformar una alternativa que pueda
colaborar en la gobernabilidad de la Argentina, que es lo que busca Macri. Están
comprendiendo que no es pecado pensar igual que el gobierno y que las opciones
superadoras se plantean cuando llegan las elecciones.
Un peronismo racional y republicano
garantiza una futura reelección de Mauricio Macri en 2019.
Hoy la victoria del Pro y Cambiemos es
un triunfo cultural, además de electoral y político.
El peronismo ahora representa ese
pasado que Argentina no quiere revivir.
El argentino de hoy rechaza esa herencia de
pobreza y exclusión que trajo aparejado el populismo peronista.
El peronismo racional excluye a
Cristina Kirchner porque representa exactamente lo contrario. La prepotencia
autoritaria, el grito, la descalificación gratuita y la total ausencia de
diálogo y acuerdos. El peronismo, más allá de la hipocresía y cinismo del
planteo, quiso siempre ser superador de los conflictos que Argentina tuvo entre
Unitarios y Federales, Radicales, Izquierda y Derecha.
El cristinismo los radicaliza en una punta
del debate ideológico, que los daña en el rol que quieren políticamente jugar.
Ésta liga de gobernadores que ahora se
formó, no forman una institucionalidad, sino la búsqueda de una necesidad de
diálogo. Están en una etapa fundacional, no pretenden reconstruir viejos
modelos. Además, no están sólo los peronistas. Hay otras fuerzas.
El momento que atraviesa Argentina es
el de un triunfo de Macri.
Primero electoral, luego político y ahora ideológico.
Hoy la lucha ya no es política, ni ideológica;
es cultural. Porque ahora sí, está en juego el futuro.