Lo que está sucediendo hoy con la economía argentina es muy
parecido, no idéntico, a lo que ocurría en el Uruguay a mediados de los años
60’, cuando se tornaba evidente en medio del estancamiento productivo, que
finalizaba el período de sustitución de importaciones y el Estado Benefactor.
El modelo colapsaba y se volvía insostenible. Fabricas que
trabajaban con máquinas a pedal de 1914 y pese a que cerraban la contabilidad
en rojo, igual seguían funcionando a expensas de préstamos por amiguismo
político. Estamos hablando de una época en donde el 25 por ciento de la masa
laboral activa eran obreros de fábrica, hoy no llegan al 5 por ciento.
Había demanda insatisfecha y para cosas elementales como gestionar
la tenencia de un teléfono había que mover influencias políticas para obtener
un pronto despacho.
A partir del 68’, presidencialismo constitucional mediante,
el gobierno de la época decide dejar atrás el desarrollismo de Frondizi, que
era en parte la psicología del batllismo y el nacionalismo independiente en el
Uruguay, y se pone a imitar la política económica de Ongania, que fue exitosa
durante 18 meses y luego colapso en Argentina.
Aquí en el Uruguay esa política, lo que en economía se llama
medicina de caballo, no resultó y ya en los años 70’, estábamos en una virtual
cesación de pagos.
Si vamos a una comparación de aquellos años, con la Argentina
que dejaron los Kirchner’s, podemos apreciar que el cepo cambiario se parece
mucho al dólar planchado en 250 pesos, los precios cuidados, a la congelación
de precios y el impuesto a las ganancias a la congelación de salarios. Todo eso
sostenido bajo un clientelismo demagógico al servicio de lo más bajo de la
sociedad, Subsistencias mediante, muy parecido a lo de Pacheco Areco. En este
caso se podría decir que es un pachequismo de “izquierda”, pero sin los escrúpulos
liberales que Pacheco supo mantener.
El tema de fondo es cómo se sale de un Estado Benefactor
cuando las condicionantes internacionales ya no son favorables y hay que tomar
medidas de ajuste. Éste es el parentesco más grande entre aquellos años en el
Uruguay y la realidad económica actual de Argentina.
Hay aquí un efecto que es tan perverso como diabólico.
El dirigismo paternalista –sea o no populista-, la creencia
que el Estado tiene que estar en todo, hasta en el precio de la cebolla, el
olímpico desprecio a la oferta y la demanda y las leyes de mercado, el no
querer aceptar que la iniciativa privada es el motor de la economía y que la función
del Estado es de carácter bonapartista en la amortiguación de los conflictos,
un esquema en donde el partido sustituye el Estado, el Estado sustituye la
sociedad y la sociedad sustituye al individuo, conduce finalmente a matar la
gallina de los huevos de oro y peor que eso, vuelve difícil retomar la senda
del crecimiento que se logra bajo una catástrofe colectiva. Es como cerrar la
puerta y tirar la llave por la ventana.
Seguir en ese modelo se vuelve imposible y nadie sabe cómo se
sale.
La sociedad reacciona de diversas maneras, pero más allá de
la intemperancia de los grupos mesiánicos que vienen a apagar el incendio con
gasolina, se va dando un estado de ánimo colectivo que bien se podría
caracterizar como una psicosis de no salida, de no verle solución a los
problemas, de estar en un círculo vicioso girando en el vacío hasta terminar agarrándoselas
con cualquier cosa.
Argentina hoy está
ante el quiebre de un modelo asistencialista y envilecedor del rol que juega la
iniciativa privada como motor del crecimiento y el desarrollo económico. Tienen
que cortar la rama en donde están sentados y ante esa situación cada grupo de
presión se lanza a una puja distributiva para no ser el pato de la boda en el
ajuste inevitable que se les viene encima. Se vive y trabaja bajo presión y
ésta caldera del diablo en ebullición hace que la presión de abajo digite a los
dirigentes, siempre con la vista puesta en la próxima y cercana elección.
La economía sigue estancada, la inversión no viene, los
mercados se vuelven más cerrados y competitivos, la inflación continúa más allá
del dólar y si éste sube, automáticamente sube la inflación. La única apertura
es financiera, el mercado es un mercado monopolizado, los operadores económicos
miran con recelo al gobierno y se sobreprotegen estoqueando y acaparando a la
espera que suba el dólar y poniendo el dinero en el exterior.
La herencia maldita se vuelve inmanejable y se culpa al nuevo
gobierno de todas las cosas, cínicamente se le reclama y exige lo que durante
tanto tiempo no se hizo, el principio de autoridad no se respeta y se lo
conduce a una política al estilo tupamaro y montonero del tipo “fascistizar al
enemigo para combatirlo mejor”, “que se saque la careta liberal de una cascara
democracia” y cosas así. Se hace oposición desmelenada y destituyente.
Parado en la cruz de los caminos, el gobierno ya no puede
navegar a dos aguas. El camino del medio, como el elegido por Mauricio Macri,
cada vez es una ruta más escabrosa y resbaladiza. Las posiciones moderadas y
sensatas se vuelven sinónimo de flojera, debilidad o complicidad. En el caso
argentino este inmovilismo se agrava por el hecho de que cada dos años hay
elecciones y los cálculos políticos electorales impiden gobernar.
Todo esto que conocimos en aquellos años trágicos de mediados
de los 60’ es en gran parte lo que ocurre en el vecino país de hoy, solamente
que ahora se complica con el tema del narcotráfico que hizo de dicho país un
narco estado dentro de diversos narcos estados.
Esperemos que éste no sea el futuro que se nos avecina a
nosotros en el Uruguay y que las soluciones verdaderas en Argentina se procesen
dentro del estado de derecho, la democracia y la libertad.
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