viernes, 11 de marzo de 2016

¡Adiós al populismo!



“Desgraciado el país que necesita héroes.”

Bertolt Bretch



        Hoy asistimos a la cuenta regresiva de los gobiernos populistas que América Latina tuvo desde comienzos de siglo a la fecha.
         En el pasado conocimos dos variantes demagógicas, por un lado, el paternalismo y por otro el populismo. No son lo mismo, pero ambos socaban la función y el funcionario, porque si bien difieren en las formas de hacer política, fomentan por igual el amiguismo.
        Las organizaciones suelen ser de dos tipos: paternales o impersonales. En estas las órdenes se dan por escrito y las funciones están todas reglamentadas con manuales que especifican la tarea concreta de cada uno. En las paternales las cosas funcionan en virtud de la sensibilidad de quien manda, los funcionarios negocian su situación y el jefe es “bueno” o “malo”, según como a cada cual le vaya allí adentro.
        Las organizaciones paternalistas siempre dejan insatisfecho a todo el mundo, porque para ser bueno y conceder licencias generosas porque un familiar está enfermo, por ejemplo, hay que ser muy malo con los demás y sobrecargarlos de trabajo. Esa es la causa por la cual los jefes o jefas paternalistas son muy queridos por unos y muy odiados por otros.
        Las organizaciones paternalistas pierden de vista que el funcionario es para la función y no la función para el funcionario. Pero más allá de esto, el Estado Paternalista no deja de ser una maquinaria complaciente, en donde hasta para cambiar de oficina hay que ser el amigo del amigo del amigo. No se mira las tareas ni en términos de eficacia ni de eficiencia, sino en virtud de a quien se le cae bien y a quién no.
        El paternalismo hizo época a principios de siglo y duró hasta la crisis del 29’ que en el Uruguay comenzó en el 31’, para tener un reflote en el período de post guerra con el neo batllismo y colapsar en los años 60’.
        El populismo en cambio es otra cosa mucho peor y consiste en ser generoso con los bolsillos ajenos. Mientras el paternalista busca intermediar en términos bonapartistas atemperando los conflictos sociales que generan los grupos de presión, el populismo fractura a la sociedad desde una retórica incendiaria y de barricada.
        Si bien es cierto que el paternalismo puede ser visto como un falso bonapartismo porque se apoya en los intereses creados, sin embargo, en el marco de los intereses difusos –empleado, empleador, inquilino, propietario, consumidor, productor-, trata de buscar soluciones consensuadas. El populista en cambio aún hoy sigue viendo a Morelos agitar desde un balcón la bandera mexicana, a Sandino andando a caballo, a Tiradentes descuartizado en la plaza pública y al Chacho Peñaloza degollado por los “salvajes unitarios”. Como decía Octavio Paz, no le sirve “un héroe de oficina pública”. Mientras el paternalismo busca una burocracia sin rostro humano, el populista toma a una figura y desde el más primitivo culto a la personalidad le rinde pleitesía hasta límites irracionales de devoción caudillista.
        El populismo gobierna señalando al diablo con el dedo a lo Chávez, Kirchner’s, Mujica, Lula o Evo Morales, como si hubiera existido alguna vez en el Virreinato un destino manifiesto, pero al revés de la doctrina Monroe, “América para los americanos”, del sur en este caso. Vinieron a levantar las banderas que ayer cayeron en el combate, a darla y a liquidarla.
        Mientras el paternalismo prioriza la educación pública laica, gratuita y obligatoria y trata de que los pobres no sean tan pobres y los ricos tan ricos, creando una clase media, el populismo degrada a la sociedad en un asistencialismo sin contraprestación alguna, generando dos países, como si la pobreza fuera algo que hay que defender y no disminuir.
        Ya están a la defensiva, tratando de echarle la culpa a los demás del desastre que generaron en plena bonanza económica, solo que esta vez los espera la prisión.

 

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