Hasta
ahora, la mirada que ha prevalecido para enjuiciar lo de Cuba, ha sido la
visión de carácter institucional, que se resume en una frase: “Allí no hay
libertad” y es cierto, pero deja intactas un par de interrogantes básicas:
¿Cómo puede ser que un régimen, nacido de una insurrección, que carece de
legitimidad de origen, tenga sin embargo, legitimidad de ejercicio ante las
Naciones Unidas y la comunidad internacional?
¿Para
ellos no corre la cláusula democrática, ni siquiera con respecto a los 16 mil
desaparecidos de estos casi 57 años de dictadura?
¿Por
qué se tolera esto alegremente?
Es
evidente que aquí el legalismo colapsa y la mirada típicamente uruguaya, suele
quedarse en la cuestión institucional de la ausencia de un estado de derecho y
la existencia de un simple derecho de estado.
No
es que esté mal esa forma de observar, sino que omite otros aspectos igualmente
graves, que hay que incorporar al juicio político, porque lo de Cuba en puridad
es irreproducible, pero en su esencia es lo que ha ocurrido en Venezuela y no
ocurre en el Uruguay, porque no les da la capacidad para ir más lejos.
Uruguay
durante el siglo XX escapó a este tipo de experiencias mesiánicas y eso condujo
a muchos a una mirada romántica de que es posible “tomar el cielo por asalto” y
con voluntarismo “crear un mundo nuevo”. Miraban y siguen mirando lo de Cuba,
como si fuera una Revolución Francesa en chiquito. Igual cosa quieren hacernos
creer con Venezuela, solamente que ésta tiene una tradición libertaria que
viene desde el fondo de su historia y como los mismos venezolanos dicen: “Venezuela
no es Cuba, porque no es pendeja”.
Para
ir hacia lo de Cuba –de eso Sendic sabe mucho, porque vivió y estudió allí-,
hay que destruir la industria, el comercio, -la burguesía nacional-, y hacerlo
con el visto bueno de Estados Unidos si ganan los demócratas que viven
pueblerinamente fuera del mundo o si los republicanos se descuidan porque
desconfían del socio local. Cuando se suman esas dos cosas, entonces hay que
salir disparando con lo puesto.
Lo
que estamos viendo hoy hasta el dramatismo y sufriéndolo también, aunque más
atemperado por la inoperancia y la incapacidad de esta gente, es que el proceso
que conduce al socialismo se enmarca en varios factores. Es como una enfermedad
que se nutre de un complejo sintomatológico y tiene varias causas, no una sola.
Exige
en primer lugar, una mayoría anestesiada, aquiescente y complaciente, capaz de
vender principios por lentejas, dispuesta a sobrevivir negando las razones del
vivir hasta terminar, sobremuriendo.
Por
el otro lado, demanda no ya tener la psicología del oprimido, sino mentalidad
lumpen, porque los trabajadores manuales, siempre con el aumento salarial en la
punta de la lengua, rechazan vivir en una economía racionada y cobrando en
especies dado que el dinero, si bien tiene valor de uso, carece de valor de
cambio para importar insumos básicos.
El
proceso es bien simple: Se ataca el valor del dinero, hasta convertirlo en un
papel pintado y destruida la ley del valor, se termina con el valor de la ley.
La propiedad es el precio de la libertad y la sociedad entra al principio en el
trueque y la prostitución y, cuando campea la escases y la carestía, el nivel
de pauperización es tal que se termina en la rapiña. Pauperizar quiere decir
hambrear por salario.
Allí
es cuando el régimen endurece la persecución contra los opositores y la clase
media instruida dispara en bloque. Ciertos intereses ligados al tráfico de
armas, el narcotráfico y la trata de blancas comienzan a beneficiarse. En el
caso de Cuba intervienen también los laboratorios que necesitan cobayos para
experimentar y cuando ese régimen de degradación humana se consolida con el
paria, el lumpen y el delincuente la comunidad internacional hace la vista
gorda como diciendo: “Tú lo quisiste Fraile Mostén, tú te lo ten”.
Se
abre la noche que suele durar no poco, porque se sabe cómo se entra, pero se
ignora cómo se sale.
Con
décadas de gobierno totalitario, un día lo que no explota, implota y allí vemos
sociedades de gente empobrecida que disparan por el mundo tratando de vender su
fuerza de trabajo y alterando otros mercados laborales, que aunque quieran, no
pueden recibirlos.
¡Qué
en el Uruguay, con su tradición de libertad política y manejo cuidadoso de la
macro economía, exista gente que se derrite por una cosa así, y ve en esto una
posibilidad para realizar su aventura de vivir, está indicando que las fuerzas
de la disolución social existen y no se las puede subestimar!
Se
lo observa hoy en día con el manejo que hace Maduro en Venezuela, como si
estuviera en la época de Dorticós con un factor subjetivo que ilumina al pueblo
desde radio bemba.
Se
lo ve con nitidez en el rol que eligió jugar el cristinismo en la Argentina:
Llevar la contra en todo y alentar la violencia callejera, clara indicación de que
van a terminar igual que un grupo minoritario de izquierda protestando con voz
de martillo como una bocanada proletaria de insultos propios de un mercachifle
de la libertad.
Se
lo ve con Dilma en Brasil que parece no darse cuenta que su sola presencia es
un factor de inestabilidad económica ponga de Ministro de Economía al que
quiera.
Si
Venezuela, Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay son miembros del Mercosur,
alguien puede pensar ahora con Botinelli que el marco regional que hoy nos rige
no acelera los tiempos políticos.
No
se puede caer ahora en la ingenuidad de que un cambio regional conducirá automáticamente
a un cambio político entre nosotros, pero evidentemente, principios quieren las
cosas.
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