lunes, 21 de diciembre de 2015

Principios quieren las cosas



 

        Hasta ahora, la mirada que ha prevalecido para enjuiciar lo de Cuba, ha sido la visión de carácter institucional, que se resume en una frase: “Allí no hay libertad” y es cierto, pero deja intactas un par de interrogantes básicas: ¿Cómo puede ser que un régimen, nacido de una insurrección, que carece de legitimidad de origen, tenga sin embargo, legitimidad de ejercicio ante las Naciones Unidas y la comunidad internacional?
        ¿Para ellos no corre la cláusula democrática, ni siquiera con respecto a los 16 mil desaparecidos de estos casi 57 años de dictadura?
        ¿Por qué se tolera esto alegremente?
        Es evidente que aquí el legalismo colapsa y la mirada típicamente uruguaya, suele quedarse en la cuestión institucional de la ausencia de un estado de derecho y la existencia de un simple derecho de estado.
        No es que esté mal esa forma de observar, sino que omite otros aspectos igualmente graves, que hay que incorporar al juicio político, porque lo de Cuba en puridad es irreproducible, pero en su esencia es lo que ha ocurrido en Venezuela y no ocurre en el Uruguay, porque no les da la capacidad para ir más lejos.
        Uruguay durante el siglo XX escapó a este tipo de experiencias mesiánicas y eso condujo a muchos a una mirada romántica de que es posible “tomar el cielo por asalto” y con voluntarismo “crear un mundo nuevo”. Miraban y siguen mirando lo de Cuba, como si fuera una Revolución Francesa en chiquito. Igual cosa quieren hacernos creer con Venezuela, solamente que ésta tiene una tradición libertaria que viene desde el fondo de su historia y como los mismos venezolanos dicen: “Venezuela no es Cuba, porque no es pendeja”.
        Para ir hacia lo de Cuba –de eso Sendic sabe mucho, porque vivió y estudió allí-, hay que destruir la industria, el comercio, -la burguesía nacional-, y hacerlo con el visto bueno de Estados Unidos si ganan los demócratas que viven pueblerinamente fuera del mundo o si los republicanos se descuidan porque desconfían del socio local. Cuando se suman esas dos cosas, entonces hay que salir disparando con lo puesto.
        Lo que estamos viendo hoy hasta el dramatismo y sufriéndolo también, aunque más atemperado por la inoperancia y la incapacidad de esta gente, es que el proceso que conduce al socialismo se enmarca en varios factores. Es como una enfermedad que se nutre de un complejo sintomatológico y tiene varias causas, no una sola.
        Exige en primer lugar, una mayoría anestesiada, aquiescente y complaciente, capaz de vender principios por lentejas, dispuesta a sobrevivir negando las razones del vivir hasta terminar, sobremuriendo.
        Por el otro lado, demanda no ya tener la psicología del oprimido, sino mentalidad lumpen, porque los trabajadores manuales, siempre con el aumento salarial en la punta de la lengua, rechazan vivir en una economía racionada y cobrando en especies dado que el dinero, si bien tiene valor de uso, carece de valor de cambio para importar insumos básicos.
        El proceso es bien simple: Se ataca el valor del dinero, hasta convertirlo en un papel pintado y destruida la ley del valor, se termina con el valor de la ley. La propiedad es el precio de la libertad y la sociedad entra al principio en el trueque y la prostitución y, cuando campea la escases y la carestía, el nivel de pauperización es tal que se termina en la rapiña. Pauperizar quiere decir hambrear por salario.
        Allí es cuando el régimen endurece la persecución contra los opositores y la clase media instruida dispara en bloque. Ciertos intereses ligados al tráfico de armas, el narcotráfico y la trata de blancas comienzan a beneficiarse. En el caso de Cuba intervienen también los laboratorios que necesitan cobayos para experimentar y cuando ese régimen de degradación humana se consolida con el paria, el lumpen y el delincuente la comunidad internacional hace la vista gorda como diciendo: “Tú lo quisiste Fraile Mostén, tú te lo ten”.
        Se abre la noche que suele durar no poco, porque se sabe cómo se entra, pero se ignora cómo se sale.
        Con décadas de gobierno totalitario, un día lo que no explota, implota y allí vemos sociedades de gente empobrecida que disparan por el mundo tratando de vender su fuerza de trabajo y alterando otros mercados laborales, que aunque quieran, no pueden recibirlos.
        ¡Qué en el Uruguay, con su tradición de libertad política y manejo cuidadoso de la macro economía, exista gente que se derrite por una cosa así, y ve en esto una posibilidad para realizar su aventura de vivir, está indicando que las fuerzas de la disolución social existen y no se las puede subestimar!
        Se lo observa hoy en día con el manejo que hace Maduro en Venezuela, como si estuviera en la época de Dorticós con un factor subjetivo que ilumina al pueblo desde radio bemba.
        Se lo ve con nitidez en el rol que eligió jugar el cristinismo en la Argentina: Llevar la contra en todo y alentar la violencia callejera, clara indicación de que van a terminar igual que un grupo minoritario de izquierda protestando con voz de martillo como una bocanada proletaria de insultos propios de un mercachifle de la libertad.
        Se lo ve con Dilma en Brasil que parece no darse cuenta que su sola presencia es un factor de inestabilidad económica ponga de Ministro de Economía al que quiera.
        Si Venezuela, Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay son miembros del Mercosur, alguien puede pensar ahora con Botinelli que el marco regional que hoy nos rige no acelera los tiempos políticos.
        No se puede caer ahora en la ingenuidad de que un cambio regional conducirá automáticamente a un cambio político entre nosotros, pero evidentemente, principios quieren las cosas.


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