Las tasas de interés norteamericanas estaban a mediados de
los 70’ en un 5 por ciento y con altibajos llegan a su pico más alto de un 20
por ciento en los 80’, en los tiempos de Paul Volcker. Luego bajan y se ubican
nuevamente, en un 5 por ciento en 1987, en los tiempos de Alan Greenspan. En
1992 llegan a su pico más bajo de un 3 por ciento.
Greenspan cuando el estallido de las burbujas de las punto com o
burbuja de Internet, las pone en un 1 por ciento. En 2006 Bernanke las va
subiendo hasta llegar a un 5,25 por ciento y a fines de 2008 las baja al 0 por
ciento para enfrentar la crisis global que golpeaba a la economía
norteamericana, efecto de los coletazos de la crisis europea.
En otro tiempo, cuando las tasas de interés norteamericanas
estaban en un 20 por ciento, se decía que Estados Unidos es el único país en el
mundo que sufre una rara contradicción macroeconómica: es el primer deudor y
acreedor del mundo. Es el primer acreedor porque todos le deben dólares y es el
primer deudor porque tiene que seguir prestando para poder cobrar. Las tasas
bajas en cambio favorecen la inversión interna y alejan el ahorro interno del
sistema financiero.
Esto ha hecho que la ley de la rotación del dinero sea más
importante que las divisas que se tienen para entender la inflación. Las altas
tasas de interés desestimulan la producción, el empleo y la inversión, porque
vuelve más atractivo para los sectores que tienen poder de ahorro, poner el
dinero en los bancos que trabajar en emprendimientos productivos.
Desde 2009 a la fecha van ya 6 años con tasas de interés en
cero.
La suba actual que se ubica en un rango que va de 0,25 a 0,50
en términos económicos no significa tanto como parece, comparativamente
considerado con lo que han sido las tasas de interés en Estados Unidos, pero es
una señal de que llegó a su fin el ciclo de las tasas cero.
De ahora en más el crédito será cada vez más oneroso, el
endeudamiento externo más caro de pagar y los capitales van retornando de los
diferentes lugares a los que habían huido nuevamente a los Estados Unidos.
Tradicionalmente para entender la realidad latinoamericana
había que observar el funcionamiento de lo que eran tres potencias importantes:
México, Brasil y Argentina. Hoy, con un México vandalizado por el narcotráfico
y una Argentina destruida y robada, entender la realidad económica de América,
implica observar lo que ocurre en los dos mayores captadores de inversión
internacional directa, Brasil y Chile.
En un post anterior analizamos la realidad económica
brasilera, ahora veremos el correlato que todo esto tiene sobre la economía
chilena, cuando los capitales se van de Brasil y afectan a su socio más
importante por varias determinantes no solamente externas, sino internas del
país trasandino.
Hoy Chile vive una caída de más de 10 por ciento en términos
reales y 20 por ciento en dólares en el índice accionario más representativo,
el IPSA de la Bolsa de Santiago. Desde comienzos de 2013, cuando el indicador
alcanzó su valor máximo; el derrumbe ha sido impresionante; más de un 30 por
ciento en el convertidor UF a moneda chilena y un 50 por ciento en dólares.
Para utilizar conceptos de Joseph Alois Schumpeter es una
clara expresión del pesimismo reinante tanto en empresarios, como consumidores.
En lo internacional, la regularización de las tasas de interés
en Estados Unidos ahuyenta la inversión bursátil. Si a esto se le agrega el fin
del auge del cobre y otras materias primas, junto al pánico que vino en la
industria minera, cualquiera entiende que la situación no es nada promisoria.
En lo regional, el derrumbe de las bolsas en Brasil, Perú,
Colombia y México, van generando una parálisis del mercado bursátil y todos
sabemos que si bien hoy la economía mundial no pasa como antes de la crisis del
29’ por las Bolsas de Valores, éstas siguen siendo el termómetro de la
economía.
Junto a esto, la pesadumbre que se vive hoy en Brasil en los
operadores bursátiles está muy influida por las reformas que promueve el actual
gobierno de Bachelet. De esta forma, vemos que la reforma tributaria ha elevado
fuertemente la tributación a las rentas empresariales y por tanto castigado los
dividendos netos; la reforma laboral amenaza a las empresas con huelgas
salvajes, rigidez del mercado laboral y costos salariales más altos, el deseo
de reformar la Constitución es también otro factor de inseguridad, porque
podría afectar la seguridad jurídica en los derechos de propiedad.
La depresión de los valores accionarios destruye riqueza y
limita la capacidad de los hogares y las empresas para financiar gastos e
inversiones.
La ausencia de un mercado bursátil pujante y dinámico le
quita fondos frescos a los emprendimientos innovadores que son los que están
llamados a activar el crecimiento de la economía.
Hoy, se sabe por estudios que se han hecho al respecto, que son
las empresas innovadoras las verdaderas generadoras de puestos de trabajo.
Si algo lo caracterizó a Chile es la capacidad de innovación
para conquistar mercados en el Pacífico y tener un crecimiento imparable de la
economía en una América Latina que no ha hecho otra cosa que fomentar la fuga
de cerebros.
Vemos con pena como tantos chilenos calificados, hoy dejan su
país en busca de mejores horizontes, ante un gobierno que lo único que le
importa, es meterle la mano en el bolsillo al contribuyente.