viernes, 11 de diciembre de 2015

Diálogo, unidad y trabajo en equipo.

        El signo de los tiempos que se avecinan, parecen ser la posibilidad de pensar distintos, pero trabajar juntos.
      El fin de un discurso confrontativo y “clasista” de pacotilla para consumo de resentidos sociales y lisiados morales.
     Considerar al otro un enemigo y no un adversario, avasallar prepotentemente desde mayorías regimentadas que votan con brazo de yeso a tapas cerradas, descalificar moralmente cuando lo que está en juego es una disidencia de carácter político, ha sido hasta ahora la tónica de todos estos gobiernos mal llamados progresistas.
     El enfrentamiento infantil, inútil, y caprichoso que caracteriza tanto a Cristina, como a Vázquez creyendo que les da prestigio interno inventar en el adversario un enemigo de paja, es lo que comienza por fin, a concluir.
        El pajarito de Maduro “chiquititico”, ligado a la creencia de que son mesiánicos, como si hubiera un destino manifiesto pero para el otro lado, en donde venimos a enterarnos por Vázquez que los cambios que realizó en su gestión inicial son irreversibles e irrevocables y vinieron a sellar el Uruguay del Siglo XXI; por Cristina Kirchner que van por todo, en vez de ir con todos; por Bachelete que están en una nueva fase para dar un salto adelante precisamente, cuando más cauto hay que ser ante la baja de los precios del cobre y el cierre de los mercados internacionales; que pueden reelegirse indefinidamente a lo Evo Morales y Correa; que pueden hacer lo que se les da la real gana a lo Daniel Ortega en Nicaragua; o que pueden hacer obra pública desguazando Petrobras en cifras multimillonarias, mientras hacen politiquería con los pobres usando a los religiosos para tal fin, es parte del escenario que hemos sufrido en esta dolorosa década perdida, signada por un crecimiento espectacular y totalmente desaprovechado por políticas pro cíclicas.
        Todo eso no le resuelve nada al ciudadano de a pie y más de uno está sacando la conclusión inevitable, diciendo para sí: “Si aquello del pasado tenía cosas malas a estos no le agarrás una”, porque evidentemente, más bajo no se ha podido descender.
     Poner lo político por sobre lo jurídico; expulsar a Paraguay del Mercosur haciéndole un enorme favor a su pesar, porque todos sabemos que ese año el hermano país guaraní que venía creciendo a un 4,5 por ciento anual, creció un 7,5 por ciento; vivir de discurso de barricada en discurso de barricada apagando el incendio con gasolina en todos los temas, ha sido la desmesura verborrágica que ésta gente que tendrá que recorrer tribunales de ahora en más nos ha impuesto durante una década infame de filibusteros, comisionistas, contratistas de obra, licitadores sin trayectoria y funcionarios políticos desplazando a los que están.
    Hoy la comunidad internacional mira a Venezuela y Argentina, pero también mira lo que está sucediendo en Europa que no parece ser nada auspicioso.
    Dar vuelta la página y ponerle fin a una absurda polarización politiquera parece ser algo a esta altura universal.
     Empoderarse a lo Cristina y no querer traspasar el poder a un adversario, subirse al caballo a lo Dilma y menospreciar hasta el mismo Vicepresidente, manosear al estilo Kirchner a Cobos, es algo que parece concluir, porque hoy ya no existen mayorías reglamentadas y habrá que negociar cuidadosamente la nueva arquitectura jurídica que nos vaya lentamente sacando de tanto estropicio.
     Confundir política de estado, con política partidaria y pretender que el comercio exterior de un país se haga desde un Comité de Base; morder de la mano donde se come, escupir en el plato que se tiene y creer que el dinero llueve como un maná del cielo es justamente, lo que la gente ha rechazado.
    Olvidaron que con la gente se puede hacer casi todo, pero solo casi.
      No tuvieron en cuenta que la política es el destino y que una política sucia, chancha y de porquería tiene un destino sucio, chancho y de porquería.
        No quisieron negociar absolutamente nada en ningún tema, hasta límites caprichosos, con leyes que ahondaron la crisis que querían resolver y que ahora ponen a diversos sectores en una situación completamente irregular como ocurre en la enseñanza.
     No se dieron cuenta que la Justicia es independiente, aunque no lo sea presupuestalmente.
        Confundieron hacer justicia con ajustes internistas, en donde cae quien discrepa, no quien roba.
     Creyeron que no pagan costo político y son impunes porque son “distintos, diferentes y de izquierda”, como si existieran dos tipos de ciudadanos: ellos y el resto. Para el amigo todo, para el enemigo la ley dijeron y la emprendieron contra infinidad de gente que tuvo que jubilarse a la fuerza.
        Se viene un nuevo liderazgo basado en el acuerdo, en la discrepancia con ideas y con altura. En la comprensión que en determinados temas otro distinto puede tener más razón y que se gobierna con razones, no con motivos.
         Todo gobernante, para ser bonapartista y jugar un rol de equilibrio entre intereses difusos, debe distinguir entre lo que es tener razón y tener una razón en política.
        Hay gente que tiene una razón para ser así, pero eso no significa que tenga razón.
        Se incia el diálogo, la concordia, un nacionalismo más sano que no demoniza al otro mostrando al diablo con el dedo, se va el amiguismo en la Suprema Corte de Justicia, la lenidad moral ante la corrupción propia, como si fueran impolutos que vinieron a iluminarnos, es lo que marca el signo de ésta época bisagra que hoy vivimos.
        El apego a las normas constitucionales, a la tradición republicana que viene de los tiempos de la independencia, el fin de las revoluciones teatrales que lo único que generan es la robolución y el sociolismo.
   Concluye la fiebre mediocre de cargos y el empoderamiento desde estructuras de gobierno, confundiendo Gobierno con poder.
        Vinieron a vengarse y a robar, producto de la amargura que viene de la época en donde eran la minoría de la minoría y nadie los quería ni regalados.
      Otros hombres en el pasado no hubieran permitido llegar a esto y si así fue es porque una generación nueva tendrá que hacer la dolorosa experiencia que hicimos todos en los años 70’.
     La enajenación ideológica que desprecia el sistema republicano y se inspira solamente en los caudillos del siglo XIX y en los años 70’ es lo anacrónico que va quedando atrás.
      Hacer de José Martí un brigadista más, de Simón Bolívar un socialista del siglo XXI, es la misma estupidez de Salvador Allende que creía que Bernardo O'Higgins era un socialista como él, o de Líber Seregni que creyó que un traidor a Artigas como Otorgues era el artiguismo. Gobernar a lo peronista con complejo de indio mirando el mundo desde el garrote y la billetera es parte de esa izquierda galeanesca que erró el camino, allí en donde tuvo las mejores condiciones económicas para gobernar.
    El Perro Vázquez entre nosotros trajo a Amodio Pérez olvidando que hoy los que tienen más de 60 años son la tercera parte de la población y nada puede decirles lo que ocurrió en aquellos años de plomo, Cristina insulta como si un invasor colonial estuviera masacrando y violando indios coya, la izquierda en Chile se disfraza de indio mapuche mientras le dicen que no a cualquier cosa, menos a los dólares.
        Dilma vive en una nube en donde lo único que importa es el guerrillero urbano a lo Marighela, en un arbitrario sistema de decisiones; Correa es el ideólogo neo marxista que los rusos necesitan; Evo Morales el sobreviviente de la matanza de Cataví. Como decía el bueno de Miguel de Unamuno, “No pueden cambiar de manera de pensar y están emperrados en no cambiar de tema”.
    Son enfermos que no entendieron por dónde va el progreso de las naciones. Como decía el grande de Ortega y Gasset: “No saben lo que quieren y quieren lo que no saben”.
     Hoy se está dando aquello que nos decía cuando estuvo exiliado en el Uruguay, aquel brillante historiador argentino que fue José Luis Romero: “Las mejores relaciones de comercio exterior se dan cuando los gobiernos tienen signos ideológicos opuestos, porque cuando son iguales en lo político, los grandes quieren someter disciplinariamente a los chicos”.
        No conocen el arte del diálogo, las formas técnicas que conducen a las coincidencias puntuales, aunque existan discrepancias centrales. No gobiernan con pragmatismo, sino subidos arriba de un discurso excluyente y segregador. Lograr resultados los tiene sin cuidado, lo único que les importa es la ideología.
    Se lo vio claramente con el tema de las pasteras, los peronistas de Gualeguaychú creían que los del frente en el Uruguay le debían todo a ellos. No manifestaron contra Jorge Batlle, sino contra Tabaré Vázquez, lo que indica claramente, que no nos sirve tener signos ideológicos similares o parecidos. Cristina creyó que somos una Provincia y Dilma se sentía como la Reina Carlota, que cuando le picaba decía: “Uruguay é nosso” y allá iba el conde de Itamaraty a complacer los antojos de la dama, hasta que Lord Ponsonby tuvo que pararlos con la diplomacia británica.
     Uno sintió, lo digo con dolor, durante estos años, que hubo un retroceso de la política y el comercio exterior y que el Uruguay era un barco a la deriva de las valijas de Antonini Wilson y el trabajo que se quiso hacer hacia nuestro ejército, por parte del chavismo bolivariano.
     Un país nebuloso, una joda con fronteras donde las banderas bailan y cualquiera puede entrar y salir y hacer lo que se le da la gana, como se lo vio con el Movimiento de los Sin Tierra que entraban y salían de nuestro país, como Perico por su casa o en el tema de la pesquería en donde no se respetan las 200 millas.
        Vivir en una utopía que está siempre por llegar, aunque lleven más de una década con mayorías aplastantes, vivir posando de víctimas, manipular la historia reciente para dominar el presente, todo eso hoy es hojarasca que se llevara el viento.
    Ya los abrazos no se alternaran con las puñaladas, ahora vale la verdad, vale la vida.
     Cuando se cierre el telón de esta época muy poco va a pasar para el otro lado.
       Hoy por hoy, el que margina, se margina.



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