Una
matriz FODA es un análisis de las Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y
Amenazas que se tienen en el logro de nuestros objetivos.
En
éste post me voy a centralizar en las debilidades que los partidos
fundacionales tienen para ganarle al Frente Amplio.
En
sociología se habla de grupo primario –la familia-, y de grupo secundario –las instituciones
bajo las cuales vivimos-. Grupos secundarios son la jardinera, la escuela, el
liceo, la Universidad, el gimnasio, los centros de trabajo, las Parroquias, los
sindicatos, las agremiaciones y demás.
El
hombre se socializa en la acción primero en la familia y luego en los grupos
secundarios.
Si
se observa la realidad de los pueblos del interior, por ejemplo, vemos que la
existencia de muy pocos grupos secundarios, pone en la familia, la escuela
rural y las Parroquias prácticamente, todo el peso de la socialización
colectiva. Esto hace del hombre de campo adentro una persona con poca sociabilidad
que al emigrar de allí sufre un cierto choque cultural. En cambio en Montevideo, la existencia de muchísimos grupos secundarios, teatro, cine, sindicatos,
clubes de fútbol, lugares para jugar a las cartas, al ajedrez y demás,
convierten al citadino en un individuo más socializado. Si salimos del Uruguay
y vamos a Buenos Aires veremos que la cantidad de actividades que existen,
hacen del porteño un hombre más amplio que el montevideano y así sucesivamente.
El
tema de los grupos primarios y secundarios no se agota aquí. Los partidos
políticos que tienen más presencia en los grupos secundarios y el sindicalismo
suele ser el más importante de todos, son quienes llevan una ventaja
superlativa, aun estando en minoría numérica electoral.
De
este modo, nos encontramos que el Partido Nacional no tiene perfil montevideano,
pese a tener una presencia permanente en todo el país.
En
lugares en donde existen pocos grupos secundarios y la familia es el
articulador de la socialización del individuo, la apertura a la realidad
nacional la determina el Club Político cuando las campañas electorales. Cuando
uno ve la manera de hacer política en el interior tiene la sensación de estar
en el Uruguay de hace 50 años atrás. Es el doctor dirigiéndose a la gente por
parlante desde un balcón y los partidarios ensobrando listas.
“Los
amigos de Juan Berterreche” abren un local partidario que funciona determinados
días a la semana. La gente está partidizada y mira muy bien en quien ha de
depositar su confianza al votar.
Los
partidos tradicionales allí, pese a que no tienen grupos secundarios, logran un
alto nivel de prédica con una población que sigue los edictos municipales desde
la radio y apenas lee periódicos con mucho aviso económico y alguna información
de las actividades municipales.
Entre
la arbolada de viejas esquinas, bajo los patios virreinales y las calles angostas
sentimos que estamos en otro aire. Como si el tiempo entretenido en recuerdos se
hubiera detenido, escuchando desde un ómnibus interdepartamental, un tango que
ya no se escucha en Montevideo, tenemos así la clara percepción que allí la
respuesta política de la gente puede no tener nada que ver con la sensación que
vivimos en Montevideo de que lo que aquí vemos es la realidad nacional. La
presencia de José Gervasio Artigas se vuelve patente, porque estuvo en todos
lados.
Al
hombre del interior le preocupa la realidad de su departamento, en cambio al montevideano
la realidad nacional, de modo que para entender a cada lugar hay que ver los
conflictos internos que allí se están dando en las fuerzas políticas
intervinientes.
En
Montevideo es diferente, porque son los grupos secundarios los que politizan a
la población en su conjunto. Así una huelga salvaje, puede cambiar el parecer de
la opinión pública. Es aquí en donde el Frente Amplio encontró una forma
novedosa de hacer política a la peronista, que consiste en no decirse del
Frente e inventar un plebiscito por cualquier cosa que tenga un mero carácter
movilizador y social.
Esta
ventaja que el Frente Amplio tiene en los grupos secundarios, contrasta
notablemente con la debilidad política bajo la cual argumentan cuando tienen
que defender sus políticas. Ellos no discuten políticamente, sino
administrativamente, siempre polemizando con su ultra izquierda, que elección
tras elección, les va pasando la factura, para demostrar luego, que son peor de
lo mismo.
El Partido Colorado que fue en su tiempo quien tenía una presencia casi monopólica
en los grupos secundarios, excepto en el sector de la salud, se siente como en
el cuento de Cortazar, “La Casa Invadida”. Creen que el Frente Amplio los
usurpó y no se dan cuenta que el batllista clásico no era izquierdista, ni por
equivocación, pero que al jubilarse puso a su hijo en ese lugar de la
Administración Pública y el hijo o la hija, se hicieron del Frente Amplio.
No
es que el Frente Amplio sea batllista –es cualquier cosa menos batllista-, sino
que el espacio del partido colorado lo ocupa el Frente Amplio, por una cuestión
de crecimiento vegetativo y generacional.
Esto
lo confunde al Partido Colorado y lo pone en una situación que no sabe manejar.
No se da cuenta que debe ganar aquella gente que un día se le fue. La gente
colorada, exceptuando un 3 por ciento, la tiene clara en un balotaje, pero
lamentablemente, la dirigencia que hoy existe allí, no se dio cuenta de nada y
perdió el rumbo en el preciso instante que la emprendió contra Jorge Batlle,
por el imperdonable delito de haber apoyado la reelección del Intendente blanco
de San José, José Luis Falero.
Jorge
Batlle no merece que le hagan eso, cuando los blancos sin chistar, le
permitieron ser Presidente de la República.
Hoy
el Partido Colorado no tiene grupos secundarios en todo el país, exceptuando el
Departamento de Rivera, en cambio el Partido Nacional carece de grupos
secundarios solamente, en Montevideo. Al Partido Colorado le sucede a nivel
nacional, lo que al Partido Nacional en Montevideo. Por eso Jorge Batlle con su
olfato político, saltó el muro y dio esa respuesta valiente. En el pasado
hubiera sido un suicidio político, como lo demuestra el caso de Guadalupe
cuando se hizo pachequista.
Obsérvese
el siguiente escenario hipotético. Según el último Censo, en el Uruguay viven
3.251.526 personas, de los cuales casi dos millones viven en Montevideo y un millón
trescientos mil en el interior. Si bien ya no existen fenómenos de macrocefalia
como en el pasado, porque la tendencia de la gente del interior es emigrar
hacia los departamentos de la costa, la aglomeración de casi dos millones de
personas, pone a Montevideo en una relación de 2 contra 1. Puede suceder –no digo
que suceda-, que los partidos fundacionales ganen raspando las Intendencias de
todo el país y sin embargo, pierdan las elecciones, por el desbalance que
Montevideo genera. El 53 por ciento de la población montevideana, que es con lo
que ganó el Frente Amplio, es todo el interior.
Es
evidente que Uruguay precisa no un Partido de la Concertación, sino una Mesa de
la Unidad Democrática, como en Venezuela.
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