Sabido
es que una cosa es la laicidad y otra es el laicismo.
Laicidad
no quiere decir ateísmo, quiere decir tolerancia y respeto a todas las
creencias, incluso a las de aquellos que no creen en nada.
El
Estado uruguayo no es laico porque le niegue una capilla en una repartición del
Estado a quienes quieran tenerla, es laico porque no es un Estado confesional,
no hay que jurar sobre la Biblia para ser Presidente de la República.
El
laicismo en cambio es una ideología que hace del humanismo en abstracto la
continuación de la tradición cristiana, sin nombrarla. Degenera en relativismo
moral y en anomia espiritual y social.
Quien
realmente atenta contra la laicidad, no es precisamente la Iglesia Católica.
Desde los tiempos del Presbítero Larrañaga donando su biblioteca al gobierno
artiguista, hasta los sacerdotes franciscanos que fueron expulsados por estar
del lado de Artigas, no ha sido, y menos en el Uruguay, la Iglesia Católica
quien violentó el laicismo. Cómo bien decía Dardo Regules: “En el Uruguay no
hubo cuestión religiosa, lo que si existió es cuestión anti religiosa”.
Lo
que en verdad atenta cotidianamente contra la laicidad es el marxismo leninismo
gramnciano, y es llamativo que los que ponen el grito en cielo por una
capillita religiosa, no digan ni mu, ante el ataque sistemático que sufrimos de
parte del comunismo y sus alrededores.
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