El concepto de
hombre peligroso fue cambiando con el tiempo.
Así,
en el mundo antiguo ser extremadamente peligroso, era haber tenido relaciones
sexuales con la propia madre.
Las
tribus descubrieron que la endogamia traía criaturas incapaces de sobrevivir en
la lucha por la vida, y por ende, condenaron violentamente las relaciones
sexuales intra familiares.
En la
Antigua Grecia a Sócrates, según la versión que brinda Platón, le hicieron
beber la cicuta, porque cuestionar los principios implícitos bajo los cuales
todos dan por supuesto certezas incuestionables, lo volvió al mayeútico,
extremadamente peligroso.
En el
1200, Nostradamus decía, cada vez que lo acosaban a preguntas sobre el futuro,
que “Saber mucho es peligroso”.
Durante
siglos, las religiones reprimieron el saber, el conocer, el estar informado,
porque eso cuestionaba el concepto bajo el cual estructuraban su teoría del
conocimiento. Desde su punto de vista, el saber no es por indagación, ensayo y
error y experimentación constante, sino por revelación: a Dios no se llega por
la razón, decían, sino por la fe y eso no se discute, es irrefutable. Lo otro,
es pura soberbia, sostenían.
A
medida que lo que hasta ayer se consideraba extremadamente peligroso, pasa a
ser parte de la nueva cultura social dominante, se van convirtiendo en héroes
históricos, gente que en vida fue repudiada y condenada.
Cuando
la Revolución Francesa, por ejemplo, según el mejor historiador de su tiempo,
Michellet, ser extremadamente peligroso, era estar cuerdo, porque la sociedad
entera, dice, se había vuelto un manicomio.
En el
proceso que conduce a la independencia de Estados Unidos y su ruptura con
Inglaterra, ser peligroso era pretender y buscar que no se pague ningún
impuesto sin representación.
En el
independentismo Iberoamericano, para la Madre Patria, ser peligroso era
comercializar entre regiones distintas del Virreinato, sin el control del
Virrey y sus regidores.
Cuando
tras la penosa balcanización del Virreinato van surgiendo los Estados
Nacionales, inspirados en el Código napoleónico, ser extremadamente peligroso,
era seguir viviendo bajo el derecho virreinal, que subyacía en la convivencia
cotidiana.
Los
Cabildos abiertos y cerrados se volvieron un foco subversivo de matreros, que
razonaban con criterios propios del antiguo derecho visigótico.
Para
Pueyrredón, el compañero Gervasio, alias José, era extremadamente peligroso y
puso precio a su cabeza, porque no aceptaba el centralismo de Buenos Aires.
Ya
entrado en el siglo XX ser peligroso era pensar como un anarquista. Así la Ley
Saenz Peña, los expulsa de Argentina.
No me
cansaré de repetirlo: anarquismo no es ausencia de orden, sino antes bien,
ausencia de autoridades en el proceso de aprendizaje. Es crecer
intelectualmente, sin vacas sagradas a quien rendirles pleítesía un día sí y
otro, también.
Hoy
por hoy, ser extremadamente peligroso, es acceder a las nuevas tecnologías, con
la conciencia de lo que importa de ellas, desde el punto de vista político.
Esto es: Internet, fabricación de videos, expresión por escrito, sintetizadores
de voz para tutoriales explicativos, fotografía digital y diseño Web.
Si
estas habilidades están al servicio de una causa, una idea o un plan político
concebido con capacidad persuasiva para todo el mundo, entonces allí estamos
delante de un hombre, extremadamente peligroso.
Así
como en la época de Giordano Bruno, ser peligroso era leer la Tabla de la
Esmeralda, el Kibalión, el Libro de Thot, Corpus Hermeticus, y el Libro de los
Muertos, en los tiempos de Gutemberg ser peligroso era leer el Antiguo y el
Nuevo Testamento; en el futuro ser peligroso ha de significar tener la
capacidad y el conocimiento de hacer algoritmos, saber álgebra de Bool y
fabricar bombas lógicas en pulso escalón.
Se busca; 80 patacones
a todo aquel que lo encuentre.