sábado, 13 de septiembre de 2014

Los tiempos que se vienen



“Cuando el poder ya no es creíble,
hay que seguir mintiendo.
No hay más remedio”

Nicolás Machiavello.

       Se le dice “clase media”,  por defecto, como se le dice también gillete al presto barba, aunque sea de cualquier marca menos de Gillete.
       En rigor, la clase media es cualquier cosa, menos una clase social en el sentido maw weberiano del término,  puesto que para ser una clase social se necesita estar expuesto a los procesos de movilidad ascendente y descendente.
       La así llamada “clase media” si bien se comporta como un estrato, tampoco lo es propiamente dicho, porque en el Nuevo Mundo no vivimos en sociedades estamentarias, sino antes bien, signadas por una intensa movilidad social.
       ¡Qué tiene que ver el profesional universitario, con la dueña de una tienda, el dueño de un bar, el estudiante, el funcionario público y el empleado bancario!
       Estamos más bien en presencia de una capa, larvaria y dependiente, que levanta cabeza en las épocas de cambio tecnológico, hasta que la concentración del capital los obliga a batirse en retirada.
       El Uruguay se vio a si mismo siempre como un país de capas medias, aunque hubieran enormes inequidades sociales y eso es así, por la ardua y trabajosa arquitectura jurídica que supo darse en discusiones interminables, hasta alcanzar acuerdos consensuados en prácticamente, todos los temas.
       Se suele identificar todo esto diciendo “el Uruguay batllista” y se pierde de vista, que nunca existió el país de un solo partido. Uruguay, aunque mirando sus costas parezca una isla, no es Cuba en donde un partido único gobierna.
       También se suele perder de vista que nuestro país logró una cosa en la Cuenca del Plata, porque fue prematuro y alcanzó su cohonestación mucho antes de la guerra del 14’. Lo que Hipólito Yrigoyen no pudo hacer en la Argentina, sí se pudo realizar en nuestro país.
       A partir de 2005 esta gente que hoy nos gobierna, vino a destruir la identidad del Uruguay.
       Apelaron para tal fin a tres cosas fundamentales: La estupidez colectiva de gente que les acepta lo que a otros no le permite, el Okey ya sabemos de quien y la exoneración impositiva a las pasteras, la minería y los emprendimientos de gran porte.
       Sobre esa base y en ancas de la quintuplicación del precio de la soja, contra lo primero que la emprendieron, es con los estratos medios de la población, liquidando por esa vía con el ahorro interno.
       Van por más, no se detienen. Ahora recién descubrieron que el 60 por ciento de la población es “clase media” y salen a mentir.
       Tienen pensado una medicina de caballo, contra los nabos de siempre, los contribuyentes.
       Se les nota en la cara, en la risa falsa, en el aplauso hipócrita.
       Si por el imperdonable delito de decir estas cosas, hay que pagar un precio alto, quiere decir que muchas cosas andan mal en nuestro país.
       Tiempos hay para cada cosa, dice el Eclesiastés, tiempos para quedarse solo también.