El
primero en plantear que había una relación entre la política y la sexualidad y
defender una conjunción entre el enfoque marxista y el freudiano, fue Wilheim
Reich. Él postulaba una sexo política liberadora del acorazamiento producto de una
educación represiva, que viene a perpetuar los valores del sistema.
Nunca
nadie hizo eso, ni siquiera León Trotsky que analiza la revolución rusa desde
una perspectiva psicológica de sus miembros y el estado de ánimo de las masas
en aquel momento.
Trotsky
por ejemplo, aplicaba el análisis marxista para ciertos temas y para otros el psicoanalítico,
pero nunca se le pasó por la cabeza juntar las dos cosas al mismo tiempo
mientras opina de algo.
Al
único que se le antoja politizar la sexualidad, que yo sepa, es al
Eurocomunismo italiano y al Frente Amplio uruguayo.
Nadie
que esté en su sano juicio va a discrepar con el respeto a la diversidad
sexual. El tema de fondo no es ese.
Matrimonio
en latín quiere decir (matrix-madre, monio-defensa). El matrimonio es la
defensa de la madre, no la unión libre entre dos hombres o mujeres. Más allá de
eso, nadie está, ni estuvo en contra de la unión libre, sino del hecho insólito de pretender cambiar el
Código Civil y alterar así el alcance de las cosas.
Fue
como hablarles a la pared, porque Tomas Mann en Muerte en Venecia, descubrió
tarde sus necesidades de acostarse con un muchachito, mientras la peste lamía
las paredes de una sociedad en decadencia enfrentada al cambio de época.
Son
así: Primero el esquema sacado de los pelos y después la terquedad de no querer
entrar en razones.
Pero
lo de ahora, va evidentemente más allá, porque llama la atención este hecho:
una cosa es hacer del trasero chifle y otra muy distinta, salir a provocar a
los demás en un estado de alegría propia del que no paga impuesto alguno, ni
entra a un bar a tomarse una birra, ni siquiera le compran un colgante de nácar
a un vendedor que llega a fin de mes con dificultad.
Esa
gente, clase media acomodada, con mucho tiempo libre para menear el rabito de
filisteo, manifiesta como quien en 1918 le creyó a Lenin el cuento de la
verdadera libertad.
No
intervienen en el mercado de consumo, son incapaces de comprarse un café en un
bar o tomarse un whisky.
Podrán
llenar las cuadras que quieran por 18 de Julio, pero evidentemente, no están ni
ahí, como dicen los muchachos.
Si la tercera no es la vencida,
vamos a mojar el biscocho,
con mucha más alegría