viernes, 19 de septiembre de 2014

Ante el cierre de un ciclo



        El Uruguay está viviendo un momento crucial en su historia política.
        Nunca como hoy, se jugó con tanta dramaticidad el destino nacional y también, nunca en la historia ocurrió que eso se enmarque en la más increíble apatía generalizada.
        Ni con encuestas a boca de teléfono, a boca de taxi o a pedir de boca, se puede saber que ha de ocurrir.
       Cuando eso ocurre, cada fuerza política suele confundir deseo con realidad, porque es difícil recibir señales políticas de una sociedad profundamente descreída, tras 10 años de oprobio y bobería.
        Las dirigencias políticas viven del entusiasmo de sus partidarios, pero quien define el fiel de la balanza es la mayoría silenciosa que en el Uruguay va camino a ser la mayoría silenciada.
        El hombre cuando deja de soñar en vano en un mundo mejor –el paraíso en la tierra y cosas así-, se vuelve individualista y está pa’ la del.
       Eso que desde el punto de vista político es malo, desde el punto de mira social y económico es muy bueno, porque nuestros valores occidentales están asentados en la iniciativa privada, el afán de lucro, el espíritu de riqueza y la capacidad de arriesgar para salir a flote en la vida.
       Lo que está indicando que el Frente Amplio, a su pesar, hizo por el capitalismo mucho más de lo que nadie pudo realizar anteriormente.
        La sociedad al volverse individualista, deja de reclamar y pretender que otros hagan por los demás, lo que nadie hace por nadie y enfoca las cosas en una sola dirección: triunfar, abrirse camino, conquistar un lugar digno en el mundo.
    Esa es la parte buena del Frente Amplio, haber terminado con la participación popular de gente con mucho tiempo libre y ganas enormes de perder el tiempo y hacérselo perder a los demás.
        Realmente, en ese aspecto los admiro y reconozco que haberle puesto un causalón tan grande a la descompostura sindical que había hasta entonces, no era tarea fácil para cualquiera.
        Con esa política desmovilizante, le prepararon la cama a un gobierno que puede ahora tener las manos libres, para hacer lo que hay que hacer en política. Es como esos maridos que temerosos que su querida les meta cuernos, no la dejan ni salir a la calle y la pobre mujer el día que puede, dispara con el camionero. Recién entonces descubre la felicidad.
        Si después de 10 años en el gobierno y 25 años en la Intendencia de Montevideo, la gente encuentra que en vez de tomar el poder, lo único que supieron tomar es el joder, es porque ellos creían que iban a poner la bandera del pobre Otorgues y terminaron descubriendo, que la única bandera que pusieron, es la de remate.
        Remataron ilusiones como quien vende al mejor postor las joyas de la abuela.
     Van para más y no se detienen y con reflejos pavlovianos los sindicalistas comienzan ahora a desperezarse. Durmieron hasta hoy el sueño de los injustos.
        Era previsible, solamente saben menear el rabito de filisteo cada vez que quieren negociar algo.
        Gane quien gane, cuando se cierre el telón de esta época y los corifeos bajen del podio, muy poco se podrá rescatar y el Uruguay va a vivir la hora de la verdad.
        Siempre fue así: No sería la primera vez, ni tampoco, ha de ser la última.
        Los frenteamplistas o frentistas –vaya uno a saber-, vendieron la primogenitura a un precio que hubiera avergonzado a Jacob, cuando recibió el plato de lentejas. Eso que indigna tanto a los ultras de Unidad Popular es lo bueno, lo positivo, lo que cierra el ciclo fazanescamente nicolinizante de los impolutos y santitos de alcoba.