El
Uruguay está viviendo un momento crucial en su historia política.
Nunca
como hoy, se jugó con tanta dramaticidad el destino nacional y también, nunca
en la historia ocurrió que eso se enmarque en la más increíble apatía
generalizada.
Ni
con encuestas a boca de teléfono, a boca de taxi o a pedir de boca, se puede
saber que ha de ocurrir.
Cuando
eso ocurre, cada fuerza política suele confundir deseo con realidad, porque es
difícil recibir señales políticas de una sociedad profundamente descreída, tras
10 años de oprobio y bobería.
Las
dirigencias políticas viven del entusiasmo de sus partidarios, pero quien
define el fiel de la balanza es la mayoría silenciosa que en el Uruguay va
camino a ser la mayoría silenciada.
El
hombre cuando deja de soñar en vano en un mundo mejor –el paraíso en la tierra
y cosas así-, se vuelve individualista y está pa’ la del.
Eso
que desde el punto de vista político es malo, desde el punto de mira social y
económico es muy bueno, porque nuestros valores occidentales están asentados en
la iniciativa privada, el afán de lucro, el espíritu de riqueza y la capacidad
de arriesgar para salir a flote en la vida.
Lo
que está indicando que el Frente Amplio, a su pesar, hizo por el capitalismo
mucho más de lo que nadie pudo realizar anteriormente.
La
sociedad al volverse individualista, deja de reclamar y pretender que otros
hagan por los demás, lo que nadie hace por nadie y enfoca las cosas en una sola
dirección: triunfar, abrirse camino, conquistar un lugar digno en el mundo.
Esa
es la parte buena del Frente Amplio, haber terminado con la participación
popular de gente con mucho tiempo libre y ganas enormes de perder el tiempo y hacérselo
perder a los demás.
Realmente,
en ese aspecto los admiro y reconozco que haberle puesto un causalón tan grande
a la descompostura sindical que había hasta entonces, no era tarea fácil para
cualquiera.
Con
esa política desmovilizante, le prepararon la cama a un gobierno que puede
ahora tener las manos libres, para hacer lo que hay que hacer en política. Es
como esos maridos que temerosos que su querida les meta cuernos, no la dejan ni
salir a la calle y la pobre mujer el día que puede, dispara con el camionero. Recién entonces descubre la felicidad.
Si
después de 10 años en el gobierno y 25 años en la Intendencia de Montevideo, la
gente encuentra que en vez de tomar el poder, lo único que supieron tomar es el joder, es porque ellos creían que
iban a poner la bandera del pobre Otorgues y terminaron descubriendo, que la
única bandera que pusieron, es la de remate.
Remataron
ilusiones como quien vende al mejor postor las joyas de la abuela.
Van
para más y no se detienen y con reflejos pavlovianos los sindicalistas
comienzan ahora a desperezarse. Durmieron hasta hoy el sueño de los injustos.
Era
previsible, solamente saben menear el rabito de filisteo cada vez que quieren
negociar algo.
Gane
quien gane, cuando se cierre el telón de esta época y los corifeos bajen del
podio, muy poco se podrá rescatar y el Uruguay va a vivir la hora de la verdad.
Siempre
fue así: No sería la primera vez, ni tampoco, ha de ser la última.
Los
frenteamplistas o frentistas –vaya uno a saber-, vendieron la primogenitura a
un precio que hubiera avergonzado a Jacob, cuando recibió el plato de lentejas.
Eso que indigna tanto a los ultras de Unidad Popular es lo bueno, lo positivo,
lo que cierra el ciclo fazanescamente nicolinizante de los impolutos y santitos
de alcoba.