Los poetas por
lo general no suelen cantar. A Antonio Machado, Miguel Hernández, o García
Lorca, no se le hubiera pasado por la cabeza, que eso que estaban escribiendo,
se pudiera también, cantar.
Exceptuando
hombres como José Hernández es raro encontrar poetas volcados al canto. Si bien
Carlos Gardel demostró que se puede cantar cualquier cosa, son las excepciones
que confirman la regla.
Sin embargo, hay
ocasiones en que cantan los poetas. Aparece de pronto un Homero Manzi, un
Cátulo Castillo, un Homéro Expósito o un Discépolo.
La música suele
ser lo frívolo e inmanente, la poesía lo profundo y trascendente, y en raras
personas se da lo que pedía el Dante Alighieri: la sabía conjunción entre la
vulgar y la sublime elocuencia.
El poeta cuando
canta, lo hace por necesidad, no porque le haga gracia. Lo hace cuando la
realidad histórica y social que está viviendo, lo condena a ser un peregrino,
en donde ya de nada le vale rezar.
Épocas en donde
hay que salir disparando con lo puesto y lanzado al acaso, el absurdo, la
arbitrariedad, el atropello, la sin razón, no le queda otra salida que estar “con el más prójimo”.
Los poetas entre
la vida y la muerte, no siempre, ni todos, pero algunos, de vez en cuando,
cantan.
Milonga de Manuel
Flores
Jorge Luis
Borges