martes, 5 de agosto de 2014

Muere un hombre irreproducible

“La madre que yo tengo
es el ser más bondadoso
cuando yo olvido mis penas
ella las está sufriendo

La ingratitud solo hiere
a quien gratitud espera
hagamos el bien sabiendo
que no hay quien lo reconozca”.
Emilio Frugoni

       Miremos para donde sea en nuestra cultura, vamos a ver que hay hombres, que son irreproducibles.
       Un José Enrique Rodó ¿es posible que aparezca en la sociedad uruguaya?
    ¿Un Pedro Figari o un Barradas pueden surgir nuevamente?
       Recuerdan los versos del Martín Fierro: “Lo que al mundo truje yo, del mundo lo he de llevar”, porque realmente, lo que trajeron cuando mueren, se lo llevan.
       Recuerdan también, el consejo de los griegos antiguos, cuando decían: “Vive la vida de tal manera, que cuando mueras, sea una gran pena”.
       El Uruguay tiene gente que es irreproduciblemente única, no porque sea un inefable que se inventó a sí mismo, sino por el hecho de que lo que él le aporta a la sociedad, es un magisterio de cosas que nadie sabría enseñar y que cuando mueren, carecen de herederos.
       Tocan un resorte que es descollante, incluso a nivel mundial y que los uruguayos en nuestra chatura provinciana, con los años empezamos a entender el significado profundo, la razón de vivir de estos hombres.
      Muchos, los elegidos de los dioses, como decía Florencio Sánchez, mueren jóvenes, pero otros no tan populares, llegan a la vejez y un día se van.
       La cultura uruguaya fue cayendo en lo que va de estos últimos 50 años, primero al ritmo vertiginoso de la caída de la economía y luego, al otro ritmo, también vertiginoso del ascenso del sectarismo político que hay entre nosotros.
       Uruguay es un país en donde a nadie le importa el nivel cultural, técnico o científico que una persona tiene, ni siquiera los rasgos de su personalidad. Lo que sí interesa del otro, es averiguar qué vota.
       En un país así, primero hay que tomar partido político y recién después ver por donde hacer un aporte cultural. Es terrible pretender que el mundo de la cultura siga los vaivenes del mundo de la política.
       Esa es la causa por la cual, por ejemplo, se recuerda que José Enrique Rodó era un colorado de derecha, que le molestaba al batllismo, en cambio Carlos Váz Ferreira era una gloria del batllismo.
       Pregunto yo: ¿A alguien le importa eso? ¿Qué le quita y que le pone al aporte cultural que alguien hace, su filiación política?
       La cabeza del uruguayo está mal y hay hombres que son mucho para un país así. Se los ve como raros. Es como si un taxi metrista tuviera en la casa una colección muy grande de tesis originales de doctorado y leyera tratados. Hasta la esposa y los hijos no lo comprenderían.
       El destino de cierta gente es la incomprensión.
      Tras la muerte algunos lo recuerdan, pero siguen siendo incomprendidos. Nadie va a ir a una biblioteca pública a escarbar sobre la vida de ellos. Hombres como Zum Felde, también son raros.
       La muerte no es para discrepar, la vida es para discrepar.
       Murió un grande, un hombre que en pleno colapso cultural supo hacer de la cinematografía una cultura en el verdadero sentido de la palabra.
       Cultura en griego viene de cultivo. Tener cultura es cultivar algo, lo que sea. Él cultivó la cinematografía y desde allí enseño a observar más allá de la vista, a mirar cine con el ojo de la mente.
       Murió Manuel Martínez Carril, una vida dedicada al séptimo arte, que como él decía, el cine llegó a ser el séptimo de las artes, porque es el arte mayor de todas. No excluye a nadie y las implica necesariamente.
       Hoy todos los uruguayos llevamos una cinemateca en la memoria.
       Murió el gallego Manolo, era uruguayo.
       Nació un 22 de febrero de 1938.