“La
madre que yo tengo
es
el ser más bondadoso
cuando
yo olvido mis penas
ella
las está sufriendo
La
ingratitud solo hiere
a
quien gratitud espera
hagamos
el bien sabiendo
que
no hay quien lo reconozca”.
Emilio Frugoni
Miremos
para donde sea en nuestra cultura, vamos a ver que hay hombres, que son
irreproducibles.
Un
José Enrique Rodó ¿es posible que aparezca en la sociedad uruguaya?
¿Un
Pedro Figari o un Barradas pueden surgir nuevamente?
Recuerdan
los versos del Martín Fierro: “Lo que al
mundo truje yo, del mundo lo he de llevar”, porque realmente, lo que
trajeron cuando mueren, se lo llevan.
Recuerdan
también, el consejo de los griegos antiguos, cuando decían: “Vive la vida de tal manera, que cuando
mueras, sea una gran pena”.
El
Uruguay tiene gente que es irreproduciblemente única, no porque sea un inefable
que se inventó a sí mismo, sino por el hecho de que lo que él le aporta a la
sociedad, es un magisterio de cosas que nadie sabría enseñar y que cuando
mueren, carecen de herederos.
Tocan
un resorte que es descollante, incluso a nivel mundial y que los uruguayos en
nuestra chatura provinciana, con los años empezamos a entender el significado
profundo, la razón de vivir de estos hombres.
Muchos,
los elegidos de los dioses, como decía Florencio Sánchez, mueren jóvenes, pero
otros no tan populares, llegan a la vejez y un día se van.
La
cultura uruguaya fue cayendo en lo que va de estos últimos 50 años, primero al
ritmo vertiginoso de la caída de la economía y luego, al otro ritmo, también
vertiginoso del ascenso del sectarismo político que hay entre nosotros.
Uruguay
es un país en donde a nadie le importa el nivel cultural, técnico o científico
que una persona tiene, ni siquiera los rasgos de su personalidad. Lo que sí
interesa del otro, es averiguar qué vota.
En
un país así, primero hay que tomar partido político y recién después ver por
donde hacer un aporte cultural. Es terrible pretender que el mundo de la
cultura siga los vaivenes del mundo de la política.
Esa
es la causa por la cual, por ejemplo, se recuerda que José Enrique Rodó era un
colorado de derecha, que le molestaba al batllismo, en cambio Carlos Váz
Ferreira era una gloria del batllismo.
Pregunto
yo: ¿A alguien le importa eso? ¿Qué le quita y que le pone al aporte cultural
que alguien hace, su filiación política?
La
cabeza del uruguayo está mal y hay hombres que son mucho para un país así. Se
los ve como raros. Es como si un taxi metrista tuviera en la casa una colección
muy grande de tesis originales de doctorado y leyera tratados. Hasta la esposa
y los hijos no lo comprenderían.
El
destino de cierta gente es la incomprensión.
Tras
la muerte algunos lo recuerdan, pero siguen siendo incomprendidos. Nadie va a
ir a una biblioteca pública a escarbar sobre la vida de ellos. Hombres como Zum
Felde, también son raros.
La
muerte no es para discrepar, la vida es para discrepar.
Murió
un grande, un hombre que en pleno colapso cultural supo hacer de la
cinematografía una cultura en el verdadero sentido de la palabra.
Cultura
en griego viene de cultivo. Tener
cultura es cultivar algo, lo que sea. Él cultivó la cinematografía y desde allí
enseño a observar más allá de la vista, a mirar cine con el ojo de la mente.
Murió
Manuel Martínez Carril, una vida dedicada al séptimo arte, que como él decía,
el cine llegó a ser el séptimo de las artes, porque es el arte mayor de todas. No excluye a nadie y las implica necesariamente.
Hoy
todos los uruguayos llevamos una cinemateca en la memoria.
Murió
el gallego Manolo, era uruguayo.