sábado, 26 de julio de 2014

La cuestión sindical en el Uruguay del siglo XXI

       Los primeros sindicatos en el Uruguay aparecen en 1875. En aquella época y hasta los años 45’, no existía propiamente dicho, una clase trabajadora industrial, sino que eran agremiaciones de pequeños artesanos que formaban cooperativas de ayuda mutua.
       El grito anarquista en aquel entonces entre nosotros era “Tenemos que ayudarnos”. Eran organizaciones de auto sobrevivencia en donde los artesanos de los pequeños talleres se agremiaban para entablar lazos de solidaridad entre ellos.
       A partir de 1875 y durante mucho tiempo a comienzos del siglo XX, existió lo que se llamó “La cuestión social”, en donde a la agenda política uruguaya se le agregaron los problemas de carácter comunitario, en una sociedad que según estudios, es la primera en América Latina en recibir inmigrantes.
       La cuestión social tuvo aspectos positivos, puesto que posibilitó un Derecho Laboral avanzado, pero si se lo piensa bien era demasiado avanzado, para la realidad de un país de pequeños comercios chicos.
      No se le puede dar el mismo tratamiento a una pequeña empresa que tiene 4 empleados, que a una planta industrial formada con 400 obreros.
       Un Derecho Laboral calcado de los países industriales, genera el efecto opuesto al deseado, allí en donde no se contempla, la verdadera matriz social de la sociedad.
       Como siempre, el Uruguay es el país “avanzado”, pero de un avance que solamente está en la cabeza, de los que viven en una burbuja ideologizada.
       En esa época la gente se moría de hambre en Europa y era muy fácil conseguir ingenieros, médicos y arquitectos que trabajaran por muy poco. Un Derecho Laboral tan avanzado, al único que iría a perjudicar es a la mano de obra nativa.
       Pese a eso, la así llamada en aquel entonces “cuestión social” terminó regularizando ciertas lacras sociales generadas por el tipo de economía de pastoreo que existía, que los Frigoríficos y la lechería venían a ponerle fin, generando una nueva matriz social que comenzaba a integrarlo a un pequeño país como el nuestro.
       Donde campo y ciudad se dan la mano la “cuestión social” era un tema conflictivo, que el tiempo, los años, la crisis del 29’ que aquí llegó en el 31’, fueron dejando atrás en el pasamano de la historia.
       Hoy, 140 años después, tenemos nuevamente una “cuestión social”, pero no la que los anacrónicos de ayer y de ahora quieren hacernos creer que existe, sino otra cuestión muy diferente a lo que piensan.
       Aquella economía fue insertada por Inglaterra en la división internacional del trabajo de la misma forma que se hizo con Australia, Canadá y Nueva Zelandia. El Uruguay pudo ser un país que hoy estaría a la altura de estos tres. Perdió el siglo XX discutiendo con anarquistas bakuninistas y después de la Guerra Civil Española con mentes a lo Príncipe  Kropotkin, tratando de calmar a los Enrico Malatesta u opinando de todo a lo Rafael Barret.
       Faltó eso que solo el blanco puede ofrecer: sensatez y sentido común nacionalista.
       Hoy “la cuestión social” está dada en la delincuencia que el gobierno fomenta, para perpetuarse a la vieja usanza y a esto se le agrega un asunto que merece análisis peculiarizado: “La cuestión sindical”, porque se intentó por todos los medios de peronizar a la sociedad uruguaya, hasta los límites más inconcebibles de la corrupción corporativista.
       Nadie toma en este punto el toro por las guampas y todos creen que es una especie de debilidad moral del Frente Amplio, como aquel que tiene un hijo bobo, lo esconde y cada tanto queda pagando, cuando la criatura sale del cuarto.
       No es así, ni mucho menos.
       El Frente Amplio es una emanación del sindicalismo. Es parte del proceso que va del Congreso del Pueblo a la CNT. Es tratar de reproducir en el plano político la misma forma de funcionamiento que tiene un sindicato. El común de la gente no puede entender qué sentido político tienen grupúsculos que son simples siglas (PVP, PST, POR, por nombrar algunos de esa cantidad enorme que después se agrupan en el Grupo de los 8, para desagruparse cuando cambie la correlación de fuerzas existente). Nadie entiende como eso puede tener más peso político para dicha fuerza, que aquellos que fueron electos por el voto popular y se sabe a ciencia cierta, qué peso específico tienen en el mapa político nacional.
       No se repara que estamos en presencia de la misma mecánica que un sindicato. Allí no importa lo que diga Doña Juana, Doña María, Don José, la cajera de un supermercado, un mozo de bar o una empleada de tienda. En el sindicato interesa la opinión de los afiliados que discuten sus problemas y se supone que cuando se reúnen, es para tratar temas específicos de interés común que los afecta en lo laboral.
       Un sindicato no se improvisa; o los funcionarios o empleados se agrupan y sindicalizan o simplemente en ese lugar no existe sindicato. Nadie está obligado a sindicalizarse y en muchos ámbitos laborales del sector privado, el gran problema que tiene el sindicalismo es que los empleados no quieren organizarse así, porque logran más, negociando por la personal.
       El Uruguay sigue siendo el país de la pequeña empresa, la tienda, el taller chico, el emprendimiento familiar. La empleada de una tienda que entró a trabajar allí, porque es amiga de algún familiar de los dueños, qué interés puede tener en ir a la huelga cada vez que la Central da la orden.
       Esa es la causa por la cual el sindicalismo opera donde existe la mediana y gran empresa.
       Estudios que se han hecho al respecto sostienen que pequeña empresa en el Uruguay son 4 personas, mediana, 10 empleados y grande, 100.
       En Brasil, para no ir más lejos, pequeña empresa, son 20 personas, mediana, 1.000 y grande 10.000 empleados.
    Esto muestra la razón por la cual se pusieron a sindicalizar por rama de actividad, aunque eso carezca de total valor práctico para afiliados que les hicieron creer que estar en el PIT-CNT era fundamental para garantizar su fuente de trabajo.
       Un sindicato se organiza por ámbito de trabajo, las corporaciones de tipo fascistas –el fascio, el haz que defendía Mussolini-, por rama de actividad.
       El Frente Amplio desde sus orígenes siempre se organizó con mentalidad sindical, calcando el funcionamiento de las Seccionales del Partido Comunista. Eso lo conduce a un disociamiento entre la bancada parlamentaria y la fuerza política, propiamente dicha. Es un anfibio en donde en el agua allá abajo está el sindicalismo y arriba bien lejos, el parlamentario. Por eso será siempre un Frente en disputa y esa es la razón por la cual los sindicalistas, además de dedicarse exclusivamente a la política, se derriten por un cargo parlamentario.
       La corrupción sindical que hoy salta y es noticia lo afecta al Frente porque ese es el campo de reclutamiento que tiene, “el voto cautivo”, el hombre que “vota heladera” y no entra nunca en razones.
      Me resisto a pensar que esto es una maldición inevitable, contra la cual no se puede hacer nada. Porque sí así fuera, el Uruguay perdería definitivamente el siglo XXI.