Como fue dicho en el post anterior, se confirman ahora los
electorados posibles a los que apuntan Piñera y Guiller en Chile.
Mientras el ex Presidente se ubicará en el centro “no de la
política, sino del sentido común”, como ha dicho, Guiller tendrá que seducir a
la izquierda anti sistema del Frente Amplio.
De aquí al 17 de diciembre la política no será ya aburrida en
el país trasandino.
Si algo se confirma en Chile es un fenómeno político de
carácter global.
En muchos países los partidos tradicionales han visto
disminuir su caudal de votos y en algunos casos han desaparecido como la
Democracia Cristiana en Italia.
Este domingo en Chile más de un tercio de los votantes optó por
candidaturas y partidos nuevos. Fenómeno similar a lo que ocurrió en Alemania y
Francia.
Aquí depende un poco el punto de vista en que se lo mire,
porque el único que tiene motivos para festejar es el Frente Amplio chileno,
que si bien sale tercero queda colocado como el fiel de la balanza capaz de
condicionar su apoyo al candidato oficialista.
Se consolida una izquierda anti sistema, que por ahora no es
extrema izquierda propiamente dicha.
Sigue el mismo derrotero de los populismos latinoamericanos,
enmarcados en un neo marxismo con manifestaciones callejeras.
Es el dato novedoso porque escapa a la lógica binominal que
imperó en las elecciones chilenas desde la caída de Pinochet a la fecha.
Si bien saben que son la tercera fuerza festejan porque hasta
hace unos años no tenían una fuerza política armada, con una maquinaria de
funcionamiento como partido.
En cambio quien no tiene ningún motivo para estar contento es
la Democracia Cristiana, con un magro 10,3%. En el nuevo sistema de
representación proporcional consiguió elegir a 13 diputados, que representan el
8,4% de la Cámara.
Su caída se viene registrando desde 2008, cuando contaba con
el 15% del electorado, después de haber llegado a tener durante mucho tiempo un
piso del 28% histórico. En la municipal de 2016 alcanza un 12,8% y ahora llega
al 10,3%.
Sin perfil político, sin norte estratégico, cuando intenta
reinventarse como centro izquierda ya es tarde para ser creíble ante la gente,
con un doble discurso entre la candidata y lo que se hablaba en filas
partidistas más preocupadas por los cupos para los cargos.
Todo esto contrastaba con el discurso “ético” de Carolina
Goic. Pese a eso tiene mayor gravitación que el Partido Socialista que no llegó
al 10%.
"Hemos sido castigados por falta de unidad", sostuvo Goic
en su declaración de renuncia a la dirección. Y añadió: "Como partido,
debemos hacernos una fuerte autocrítica. Porque estamos en un proceso que de no
modificarse, nos llevará a la autodestrucción, aunque algunos puedan sentir que
han ganado una pequeña batalla".
La ex Concertación y Nueva Mayoría cayeron a un estrepitoso
22% y pese a eso tienen el consuelo de una segunda vuelta.
Más allá de esto a
Sebastián Piñera no le es sencillo. Tiene el desafío de encarar una campaña
dura, difícil y muy estrecha. Logró mantenerse como contrapeso electoral frente
al desmadre del sistema en su conjunto. Lo que lo confirma por ahora como un
agente político gravitante en un escenario cambiante, gracias a su masa
electoral.
Chile se encuentra ante dos caminos diferentes que pautan dos
Chiles distintos. Opuestos entre ellos y al Chile que viene de los años ’90.
Hoy no está en juego un gobierno con políticas más o menos
eficientes, con mayor nivel de empleo, obra pública y con la posibilidad de
corregir reformas erróneas, sino un modelo de país.
El próximo gobierno tendrá por delante un duro legado fiscal,
porque Bachellet II no sólo no cumplió con sus promesas, sino que le dejó un
saldo irresponsable a quien gane.
Lo que en verdad logró la reforma tributaria de Arenas y Valdés es correr a la inversión privada y el ahorro interno. Queda como legado un sistema tributario más regresivo e ineficiente que castiga el crecimiento económico.
Lo que en verdad logró la reforma tributaria de Arenas y Valdés es correr a la inversión privada y el ahorro interno. Queda como legado un sistema tributario más regresivo e ineficiente que castiga el crecimiento económico.
Si bien implementó la reforma tributaria más recaudadora de las
últimas tres décadas, se convirtió desde 1990 a la fecha en el único gobierno
que deja un déficit fiscal del 2,2% del Producto Bruto Interno. Este “acierto”
no deja de ser escandaloso cuando la tributación aumentó a un 3,03% del PBI.
A su vez la deuda fiscal bruta aumentó desde 13% del PIB en
el 2013, a 24% del PIB en el 2017, elevando el costo al cual se pueden endeudar
el fisco y el sector privado, por la reducción en la calificación de la deuda
pública realizada por las calificadoras internacionales de deuda soberana.
Hay que tener en cuenta en este sentido que Piñera le dio hace
cuatros años el gobierno con 10 mil millones de dólares de superávit.
El nuevo mandatario tendrá que encontrar fuentes de
financiamiento para los compromisos asumidos por Bachellet, en el ejercicio de
una irresponsabilidad fiscal que no tiene antecedentes en la historia económica
chilena desde 1973 a la fecha.