El comercio exterior entre China y Norteamérica configura uno
de los puntales básicos que ha de definir la economía del siglo XXI. Según
expertos China para el 2050 ha de ser la primera economía del mundo y Estados
Unidos la segunda.
Para Estados Unidos que sigue con atención tratando de
impedir la existencia de un rival de proporciones, China configura su mayor
desafío económico. El país asiático en este sentido no tiene ningún interés en
estimular la confrontación mientras se apunta éxitos comerciales por distintos
flancos débiles que tiene la economía norteamericana.
Cuando Richard Nixon visitó China en 1972 el comercio exterior
entre ambos países era nulo. Las exportaciones mundiales de mercancías
(excluyendo las importantes reexportaciones de Hong Kong, China) han
experimentado un fuerte crecimiento en el transcurso de los últimos 20
años. En 2014 ascendieron a 18,494
billones de dólares, una cifra casi cuatro veces superior a los 5,018 billones
de dólares registrados en 1995. Esta interdependencia económica cada vez más
acentuada es lo que preocupa al nuevo mandatario electo Donald Trump, pero los
hechos son tozudos. porque las relaciones entre ambos países será conflictiva o
no en función de la capacidad para establecer consensos sobre sus intereses
estratégicos.
A diferencia de los tiempos de la guerra fría hoy en día los
factores internos tienen más influencia a la hora de coincidir o cooperar, hay
un divorcio entre la política exterior y la economía. Mientras en términos
políticos existen enormes altibajos, en términos económicos la interdependencia
es cada vez mayor. Además existe ahora un regionalismo abierto en donde China
arrastra tras de sí a toda el área Asia‑Pacífico.
Esta mundialización económica está más allá de quien gobierne
en los respectivos países.
Lo que hay que determinar es si el desarrollo económico chino
perjudica la estabilidad de la economía norteamericana, un tema controvertido
fundamentalmente, por los intereses que están en juego detrás de cada posición
política.
Aquí hay que observar que el 70 por ciento de las
exportaciones chinas a Estados Unidos son productos transformados y si se tiene
en cuenta la regla de origen de las mercancías, el país asiático obtiene en ese
proceso un pequeño porcentaje de ganancia en los costos de transformación. Pero
ésta es una visión sesgada y parcial de lo que en verdad ocurre en términos de
comercio exterior, porque son las multinacionales estadounidenses radicadas en
China las que obtienen la mayor ganancia. El bajo costo de la mano de obra
china beneficia enormemente a los empresarios norteamericanos. China obtiene
solamente beneficios salariales con la globalización, pero no la renta neta que
vuelve a la banca norteamericana. Es como diría Mao Tze Tung, “un estado obrero”.
Por ejemplo, de una muñeca Barbie que se vende en 20 dólares, China percibe 35
centavos.
Junto a esto, China es uno de los principales compradores de
bono de Tesoro norteamericano y tiene en su poder el 35 por ciento de los
mismos, de modo que ante una virtual depreciación de la divisa estadounidense
no le ha de quedar más remedio que salir a sostener el dólar comprando déficit
fiscal americano, como ya ocurrió a mediados de los años 80’. Son las compras
de China quienes han contribuido a mantener bajas las tasas de interés en
Norteamérica, dado que en la medida que crece la demanda de bonos de un país,
más baja es la tasa de interés que el gobierno tiene para ofrecer. Si Donald
Trump altera ésta situación, han a aumentar las tasas de interés, se plancha la
moneda y por esa vía se recienten las exportaciones norteamericanas, generando
el efecto opuesto al reactivador del comercio exterior que quiere auspiciar. A
su vez, en la medida que China se viera obligada a diversificar sus
inversiones, compraría menos deuda de Estados Unidos, y junto a la suba de las
tasas de interés generaría concomitantemente inflación en la economía norteamericana,
volviendo el crédito interno más dificultoso.
En una guerra comercial China perdería, pero Estados Unidos
tampoco se beneficiaría.
Hoy Donald Trump es una caja de sorpresas y todo indica que
es más un populismo verbal para dejar contenta a cierta gente que una política
de estado que no queda claro, por su inconsistencia, a donde puede y quiere ir.
Más allá de eso es un hecho que China piensa dejar los
flancos que Estados Unidos le deja en América Latina y llenar el vacío comercial
que toda política proteccionista genera en los que han sido socios estratégicos
de Norteamérica.
Las críticas de Trump a la política cambiaria de Beijing y
las maniobras militares chinas, son como berrinches infantiles, porque todos
sabemos que una protesta que no tiene consecuencias, no es una protesta.
Pienso que sea cual sea el rumbo del comercio exterior
norteamericano, China ya tiene un plan B, para operar hacia el resto del mundo.
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