El Estado en América Latina vivió tres
momentos diferentes. La época del Estado Juez y Gendarme –las dictaduras
militares del siglo XIX y del XX-, el Estado Benefactor, -Yrigoyen, Batlle, Getulio-,
y el Estado populista –Perón, Allende, Velazco Alvarado-.
Tanto
el Estado benefactor, como el Estado populista van subidos al caballo de un
progreso económico externo; la guerra del 14’, la Segunda Guerra Mundial, la
Guerra de Corea, pero difieren en el manejo político que hacen: Mientras el
Estado benefactor tiene legitimidad de origen y de ejercicio, el Estado
populista una vez obtenida la legitimidad de origen, gobierna despreciando las
más elementales normas del estado de derecho republicano.
El
Estado benefactor que hemos conocido en el pasado, con Batlle y Ordoñez o
Hipólito Yrigoyen, en realidad es benefactor para la emergencia de los sectores
medios. Mientras en el resto del mundo la clase media ya está creada y luego
interviene políticamente, buscando a su representante, en América Latina es al
revés, el Estado benefactor crea la clase media.
En
su deferencia el Estado populista, también emergido de una situación de bonanza
económica externa, lo que hace es apoyarse en el lumpen, el paria, el marginal
y el desclasado y usarlo como brazo político y clientela electoral.
Mientras
el Estado benefactor se maneja en términos de una economía mixta de sector
público y sector privado, el Estado populista tiene que crear sus propios
operadores económicos desde la política. Como decía Octavio Paz en “El
laberinto de la soledad”, “como la burguesía nacional no existía, la tuvimos
que crear”. No explica cómo hizo el PRI en México, pero es fácil colegir que
eso que crearon, más que burguesía nacional era una burguesía de amigos
políticos.
Desmantelar
el Estado populista exige terminar con esa mentalidad que viene del Virreinato
español, según la cual “robar al Estado no es robar”.
Desmantelar
el Estado populista es entender que se puede acceder a la función pública por
política, pero una vez que se está allí, el funcionario es un servidor público
que responde a toda la ciudadanía, a la gente, al contribuyente y no a su
partido político.
Desmantelar
el Estado populista es ponerle fin a ese orden de prebendas, privilegios
abusivos, sinecuras y acomodos y transparentar la gestión pública, como lo que
ella es en cualquier país medianamente civilizado: Un ejemplo para el sector
privado.
Desmantelar
el Estado populista es concluir con la mecánica que instauró, según la cual el
partido sustituye el Estado, el Estado sustituye a la sociedad y ésta al
individuo, disuelto y degradado en masa y no en ciudadanía.
Lo
que los procesos históricos que hemos vivido en América Latina enseñan, es que
el trabajo de desmantelamiento a fondo, se hace desde los cambios que impone el
comercio exterior. Una economía rentista conduce al Estado Juez y Gendarme, una
economía de sustitución de importaciones, al Estado benefactor y una economía
de monocultivo, al Estado populista, porque es la forma de amortiguar la
ausencia de otros rubros exportables.
¡Qué
un país con todos los climas como Argentina haya abrevado durante tanto tiempo
en las ponderables del Estado populista, es algo que resulta insólito! En un
estado normal, liberal, la sociedad civil no tiene por qué pensar del mismo
modo que la sociedad política y la educación en ese sentido, es parte de la
formación del ciudadano libre, no un motivo de adoctrinamiento ideológico.
El
Estado populista hizo del estado de derecho, un simple derecho de Estado que
con el tiempo tomó forma y le parece a todo el mundo que así deben ser las
cosas. Basta revisar el andamiaje jurídico y comenzar a derogar artículos
específicos del esperpento que han hecho, para ya comenzar a sentir los efectos
benignos del Estado liberal: Apertura al mundo, sociedad de oportunidades y
fundamentalmente, poner en manos del operador económico privado, las
prioridades de ahorro interno e inversión.
Sólo
así se podrá generar empleo genuino y sustentable en el tiempo.
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