domingo, 3 de enero de 2016

Desmantelar el Estado populista

    El Estado en América Latina vivió tres momentos diferentes. La época del Estado Juez y Gendarme –las dictaduras militares del siglo XIX y del XX-, el Estado Benefactor, -Yrigoyen, Batlle, Getulio-, y el Estado populista –Perón, Allende, Velazco Alvarado-.
        Tanto el Estado benefactor, como el Estado populista van subidos al caballo de un progreso económico externo; la guerra del 14’, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea, pero difieren en el manejo político que hacen: Mientras el Estado benefactor tiene legitimidad de origen y de ejercicio, el Estado populista una vez obtenida la legitimidad de origen, gobierna despreciando las más elementales normas del estado de derecho republicano.
       El Estado benefactor que hemos conocido en el pasado, con Batlle y Ordoñez o Hipólito Yrigoyen, en realidad es benefactor para la emergencia de los sectores medios. Mientras en el resto del mundo la clase media ya está creada y luego interviene políticamente, buscando a su representante, en América Latina es al revés, el Estado benefactor crea la clase media.
        En su deferencia el Estado populista, también emergido de una situación de bonanza económica externa, lo que hace es apoyarse en el lumpen, el paria, el marginal y el desclasado y usarlo como brazo político y clientela electoral.
        Mientras el Estado benefactor se maneja en términos de una economía mixta de sector público y sector privado, el Estado populista tiene que crear sus propios operadores económicos desde la política. Como decía Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”, “como la burguesía nacional no existía, la tuvimos que crear”. No explica cómo hizo el PRI en México, pero es fácil colegir que eso que crearon, más que burguesía nacional era una burguesía de amigos políticos.
        Desmantelar el Estado populista exige terminar con esa mentalidad que viene del Virreinato español, según la cual “robar al Estado no es robar”.
        Desmantelar el Estado populista es entender que se puede acceder a la función pública por política, pero una vez que se está allí, el funcionario es un servidor público que responde a toda la ciudadanía, a la gente, al contribuyente y no a su partido político.
        Desmantelar el Estado populista es ponerle fin a ese orden de prebendas, privilegios abusivos, sinecuras y acomodos y transparentar la gestión pública, como lo que ella es en cualquier país medianamente civilizado: Un ejemplo para el sector privado.
        Desmantelar el Estado populista es concluir con la mecánica que instauró, según la cual el partido sustituye el Estado, el Estado sustituye a la sociedad y ésta al individuo, disuelto y degradado en masa y no en ciudadanía.
        Lo que los procesos históricos que hemos vivido en América Latina enseñan, es que el trabajo de desmantelamiento a fondo, se hace desde los cambios que impone el comercio exterior. Una economía rentista conduce al Estado Juez y Gendarme, una economía de sustitución de importaciones, al Estado benefactor y una economía de monocultivo, al Estado populista, porque es la forma de amortiguar la ausencia de otros rubros exportables.
        ¡Qué un país con todos los climas como Argentina haya abrevado durante tanto tiempo en las ponderables del Estado populista, es algo que resulta insólito! En un estado normal, liberal, la sociedad civil no tiene por qué pensar del mismo modo que la sociedad política y la educación en ese sentido, es parte de la formación del ciudadano libre, no un motivo de adoctrinamiento ideológico.
        El Estado populista hizo del estado de derecho, un simple derecho de Estado que con el tiempo tomó forma y le parece a todo el mundo que así deben ser las cosas. Basta revisar el andamiaje jurídico y comenzar a derogar artículos específicos del esperpento que han hecho, para ya comenzar a sentir los efectos benignos del Estado liberal: Apertura al mundo, sociedad de oportunidades y fundamentalmente, poner en manos del operador económico privado, las prioridades de ahorro interno e inversión.

       Sólo así se podrá generar empleo genuino y sustentable en el tiempo.



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