martes, 15 de diciembre de 2015

El Banco Central Brasilero: Verdadero poder detrás del trono



        El Banco Central de Brasil se encuentra en una situación compleja signada por la terrible ausencia de liquidez para operar.
        Tuvo durante todo 2015 que vender dólares para evitar lo que resultó ser la inevitable caída del real.
      Hoy sufre las consecuencias del grado de independencia que ha adquirido en este último período, generado por las presiones ganadas por las elites económicas (que se benefician de los títulos de deuda pública), sobre las elites políticas. Siendo público, es un Estado dentro del Estado.
      Tener el derecho de señoreaje para emitir moneda confiere a cualquier Presidente de un Banco Central un enorme poder político. Todos son autónomos y se fijan sueldos que están muy por encima del resto de la Administración Pública. 
        También tienen el monopolio sobre el derecho de control de las tasas de interés que es la variable fundamental para castigar o premiar el ahorro interno y determinar la inflación anual real. Son a su vez dueños del Banco do Brasil y del banco Caixa Econômica importantes actores financieros en el sector hipotecario.
        Un Banco Central es la consecuencia de una interacción basada en la intervención monetaria para controlar las necesidades del mercado y las respuestas del gobierno. En el caso de Brasil con lo único que converge el interés del Banco Central es con la élite de poder ligada al sector financiero; es por tanto, un prestador de última instancia. Entre el endeudamiento público y el privado hay tal ambivalencia, que la doble inserción del Banco Central de Brasil lo pone en el centro de toda la economía.
        El Banco Central es una autarquía del gobierno federal que ya tiene en términos legales, autonomía operacional y patrimonial, lo único que no posee aún en la letra de la ley es la independencia administrativa, que sería el aislamiento máximo de sus autoridades, pues a los dirigentes no se  los podría hacer dimitir. El Banco Central de Brasil tiene plena libertad para formular e implementar la política monetaria, sin interferencia legal del Ministerio de Hacienda y de la Presidencia de la República.
        En Brasil gobierne quien gobierne, las reservas de valor escapan al control gubernamental e institucional de los otros organismos de contralor público.
        Así en las operaciones de mercado abierto para hacer política monetaria, el Banco Central hiere los principios de lo que es un acto administrativo de acuerdo al Derecho Administrativo, tanto en las compras como en las ventas de bonos públicos, por no ofrecer transparencia operacional y contable y, en gran parte, es un factor central para el desequilibrio de las cuentas públicas. Un detalle poco conocido es el de que en el mercado abierto son los operadores financieros y no el Banco Central, quienes deciden si, cuanto y cuando ellos compran y venden los bonos del Tesoro Nacional de/y para el Banco Central.
        El bono público es igual al dinero, pero rinde interés por el tiempo que el aplicador quiera. El bono rinde todavía mejor, cuando la tasa de interés que el Banco Central determina para la deuda pública, es más grande que la tasa de interés del mercado, y que es lo que casi siempre ha ocurrido.
        El negociado está en que cuantos más bonos de deuda pública son vendidos al sector privado, más grande será la emisión de moneda para remunerar con interés a los particulares portadores de bonos públicos. Eso hace que viva en un emisionismo descontrolado, que la gente sufre con iliquidez y falta de crédito, porque la única función que tiene la emisión de moneda, es favorecer a los operadores financieros.
        Expanden el superávit primario aumentando los impuestos y haciendo recortes a la población, pero para pagar la deuda pública, significando un paliativo, pues el Banco Central contrae nuevas deudas, no bien el sector financiero decide adquirir un bono público, independientemente de que el gobierno federal necesite o no, del dinero así prestado. Como está más que estudiado en economía el superávit primario es capaz de cambiar el nivel de la deuda pública existente, pero no tiene el poder de alterar su trayectoria matemáticamente explosiva.
        Al tomar préstamos el gobierno pasa a gastar más de lo que recauda de impuestos por culpa del interés. Y quien debe y sigue gastando más de lo que gana, ve a su deuda crecer eternamente, sin límites. Por eso, la deuda pública siempre sigue un proceso matemáticamente explosivo, hasta que una crisis sobrevenga.
        El Plan Cruzado del 86’, el Plan Collor I y II del 90’ y el 91’ y el Plan Real del 94’, son fantasías que interrumpieron circunstancialmente, el crecimiento explosivo de la deuda. Son planes pensados como quien le compra a otro lo que le vendió, a un precio más caro de lo que eso mismo vale de cualquier competidor.
        Un país riquísimo y poderoso como Brasil, tiene la misma tesitura que un simple país tomador de precios.
        Se dan situaciones incluso risibles y enigmáticas. Como la Constitución impide que el Banco Central de Brasil emita dinero para financiar el Tesoro Nacional, siempre que el gobierno federal tiene déficit, se endeuda junto a los operadores financieros, que entonces le prestan al gobierno federal un dinero, que fue emitido por el Banco Central.
        La única forma real de bajar la inflación que existe en Brasil es usar el salario real como la variable de ajuste y el desempleo relativo y cerrado de la mayoría de la población.
        Brasil pierde el investiment grade, porque hace ya mucho tiempo que dejó de recibir inversión internacional directa productiva y lo único que capta es capital especulativo, dado que el operador financiero cuando no encuentra opciones atractivas para invertir su dinero, el Banco Central por ley, siempre lo tomará prestado, durante el tiempo que  quiera y, pagando tasas de interés elevadas
        Estamos viviendo un momento signado por el aumento en ciernes de las tasas de interés en Estados Unidos y la vuelta de esos capitales golondrina que plancharon la economía brasilera durante éste proceso. Esa transferencia de recursos netos hacia los detentores de bonos públicos, provocada por un dólar planchado, un endeudamiento compulsivo, tasas de interés por encima de la norteamericana –tasas positivas-, le hizo pagar un precio muy alto a la economía en su conjunto, a los exportadores, ‑poniendo los productos extranjeros a un menor precio que los brasileros‑, y a la masa asalariada que se vio expuesta a la disminución de empleos, para financiar la caída en la tasa de ganancia de los empleadores locales.
        A todo esto hay que agregarle lo que se llama el efecto en cadena o efecto dominó, que hace que la banca privada aproveche la crisis para elevar la tasa de interés que le cobra a sus clientes y lleguen a pedir una media de 414,3 por ciento anual.
        Los intereses sobre préstamos cobrados a las personas físicas alcanzaron una media del 62,3 % anual, lo que supone un aumento de 13,1 % en los últimos doce meses.
        La tendencia del brasilero es a endeudarse a plazos largos y hoy están viviendo sobregirados endeudándose para pagar deudas anteriores.
        En este panorama, los bancos registran ganancias récord pese a la caída de la economía, de la industria y del comercio.
        La distorsión financiera se agrava incluso con la misma situación de crisis, porque según los últimos balances semestrales, el beneficio neto ajustado del Itaú, el mayor banco privado del país, subió un 3,91 % con respecto al mismo período de 2014; el del Bradesco, un 20,6 %; el del Santander, un 15,5 % y el del estatal Banco do Brasil, un 15,5 %, cuando por el otro lado, el encarecimiento del crédito ha tenido un efecto negativo tanto en las tasas de inversión, como en el consumo, que era uno de los principales motores de la economía brasileña y está registrando sus peores números en una década. Lo que está indicando que entraron en una crisis similar a la de los años 90’, cuando el más castigado fue el empleo y el ahorro interno de la gente por obra y gracia de la hiperinflación. Esta distorsión viene por causa del Banco Central operando en el mercado financiero, por la carga impositiva y la fijación de normas que limitan la libertad de los bancos para desarrollar sus operaciones, quedando en situación de desventaja ante la banca oficial. Esto se transfiere al costo que tiene el crédito en Brasil. A esto se suma el hecho de que la debilidad institucional de los procesos judiciales, hacen que los bancos deban tomar mayores resguardos frente a la incapacidad del Estado para proteger las inversiones realizadas.
        El conjunto de mecanismos a través de los cuales el gobierno distorsiona el funcionamiento natural del mercado financiero, solamente genera incentivos para que los bancos deban imponer más garantías a los créditos que otorgan.
        Hoy el déficit primario lo condujo a perder el grado inversor.
        Ya no puede aumentar la demanda interna expandiendo el crédito, cuando un gran exportador de materias primas de todo tipo como es Brasil, sufre la caída de esos valores en los mercados internacionales.
        Frente a esto, es bastante probable que el dólar suba aún más, porque todavía el dinamismo exportador no alcanza para compensar la caída de la demanda interna.
        Con la recesión de este año, que probablemente se prolongue durante todo 2016 según los especialistas, Brasil sufre un deterioro económico reflejado en el desempleo en alza, una inflación de 9,56 por ciento anual al cierre de julio y una tasa de interés de referencia entre las más altas del mundo. De ser así, Brasil enfrentará la peor crisis económica en los últimos 85 años, ya que la última vez que la economía de ese país se contrajo dos años seguidos, fue en 1930-31.
        Hay que tener en cuenta que durante este período tanto el gobierno como el sector privado han cambiado gran parte de su deuda externa que estaba en dólares por deudas en reales, lo que disminuye considerablemente los efectos de una depreciación de la moneda local, porque el brasilero a diferencia del uruguayo y el argentino no vive en dólares, sino en reales. Hecho éste que conduce a suponer que en realidad la duración de esta crisis financiera, y la potencial pérdida de reservas o incremento de la tasa de interés Selic, se encuentre en función del tiempo que persista la crisis política y que el juicio político – impeachment- a Dilma Rousseff, es una necesidad de la resolución de la crisis económica que hoy viven.
        "Creo que el BCB intervino en el mercado para frenar la volatilidad de los últimos días y no para defender el valor de la moneda, pues sabe que esto no es posible, principalmente por toda la incertidumbre que tenemos por delante en el ámbito político", sostuvo Jankiel Santos, economista jefe de Haitong. Lo que indica que la caída de la Presidenta es en realidad, una exigencia del sistema financiero brasilero, en un momento de escases de dólares.
        En Brasil el político es rico porque tiene dinero, en cambio el operador financiero tiene dinero porque es rico; eso hace que a los políticos el dinero les queme en las manos y los operadores financieros ganen incluso allí en donde le prestan al Banco Central, lo mismo que éste les emitió. Esto genera que los otros sectores de la producción, no inviertan en Brasil, sino en el exterior y que pese a que creció un 9 por ciento anual durante estos años de bonanza, en realidad aprovechó un 2,5 por ciento de ese crecimiento, porque el resto se fue al exterior.
        De esta forma, Brasil tiene cerca de 520.000 millones de dólares evadidos en paraísos fiscales, según estima la revista británica The Economist. Representa poco de los 20 billones (millones de millones) de dólares de todo el mundo, pero equivale al 28 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) del país.
        La salida de Dilma Rousseff es parte del fracaso de todos estos gobiernos izquierdistas de comensales a una mesa a la que nunca fueron invitados y hará que el sistema financiero se fortalezca todavía más, porque todos sabemos que la crisis es el momento del costo cero, con enormes ventanas de oportunidad para algunos y la ruina de otros.
        Para Uruguay, que en términos de Producto Bruto Interno es 50 veces más chico que un Brasil que se encuentra también, en términos de PIB, dentro de las 10 economías más grande del mundo, es trágico lo que ocurre allí, porque estamos un 40% por debajo de la media histórica de competitividad, en niveles solamente comparables a los que vimos entre 1999 y 2002.


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