Hoy Chile vive una crisis de legitimidad muy
profunda, no solamente de la élite, sino de todo lo que la acompaña. Esto
conduce a un clima de desconfianza.
La
gente se siente desilusionada ante la representación de sus partidos, no
existen los liderazgos y en un período de desencanto, la gente no sabe en quien
creer.
Es
la izquierda clase medista que le creyó a Bachelet la que ahora ve que las
cosas son distintas.
Los
que hemos perdido la inocencia sabemos que la función de los partidos
socialistas, no es el socialismo, sino el sociolismo, pero hay gente que les
creyó y ahora está desencantada.
Creer
que el poder económico deja de ser tal, porque gobierna el partido socialista,
es de una inocencia, propia de chiquilín chico. En el gobierno de Bachelet los
casos de corrupción son tantos, que evidentemente, supera hasta el más
incrédulo.
Querer
gobernar desde la burocracia, dictando lo que hay que hacer y lo que no, agrava
la situación.
La
ausencia de liderazgo de Bachelet, no convence a esa clase media empoderada.
Ya
están alistados los motores para las primarias. 2016 para Chile es un año
electoral. Las campañas permiten ver el nuevo mapa electoral.
El
populismo socialista en un año signado por la baja del precio del cobre, es
algo que ya no es creíble por nadie. Matrimonio igualitario, marihuana, aborto
son sus nuevas banderas, ante el colapso del discurso clásico y eso en el marco
de una desprolijidad total en los proyectos de ley que envía.
Creer
que la gente les va a creer de un día para otro, porque se reinventan
ingeniosamente, es algo que los pone en una situación, que tendremos que ver qué
resultado puede darles. Quieren inventar la realidad, en vez de tratar de
entender lo que las cosas son, les obsede lo que deben ser.
La
industria minera está al borde del quiebre, con minas que tienen ciudades al
lado, que viven de esa empresa.
Se
avecina un 2016 para Chile, en donde no es nada improbable que la gente
demuestre el deseo de que vuelva Piñera.
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