"La Patria es dignidad arriba,
regocijo abajo"
Aparicio Saravia
Estudiar al Partido Nacional, conocer su historia, sus figuras, sus planteos y el rol, la significación histórica que ha tenido, es algo que escapa a lo meramente partidista, porque como decía Eduardo Víctor Haedo, “el Partido Nacional es la patria”.
Esto hace que no se conciba una interpretación del Uruguay ignorando al Partido Nacional.
No faltan quienes quieren hacernos creer que los uruguayos somos todos batllistas, como sí un buen día, de golpe y porrazo, un señor muy bueno haya venido a iluminarnos. Acá hay que hacer una serie de puntualizaciones.
La lucha por la libertad y la democracia en nuestro país es la gran bandera histórica del Partido Nacional enfrentado al fraude electoral, la balota, el caballo del comisario y el látigo de cinco colas, la política de las piaras, que consiste en criar cerdos, como decía Luis Alberto de Herrera.
Fue Lavandeira, el verdadero fundador del Partido Nacional, quien murió en el atrio de la matriz abrazado a la bandera nacional, luchando contra el fraude y la balota.
Fue el 17 de noviembre de 1915 que se aprueba la ley de 8 horas redactada por Luis Alberto de Herrera y Carlos Roxlo. El batllismo quiso hacernos creer que son los inventores del paraguas, para minimizar el rol que el Partido Nacional jugó en la construcción del Uruguay moderno.
Fue Lorenzo Carnelli, un blanco independiente, el que crea la Caja de Jubilaciones y Pensiones y Fernández Crespo quien redactó e impulsó las leyes fundamentales del derecho laboral en el Uruguay. Esto es lo que se pretende ignorar y pasar por alto cuando se hace un culto a la figura de Batlle y se ignora que sin el concurso creativo del Partido Nacional hubiera sido imposible la entrada del Uruguay en la civilidad que lo caracterizó durante tanto tiempo y que hoy está en barbecho a impulsos de una fuerza que ha ignorado sus deberes esenciales.
Cuando la dictadura militar, las únicas figuras que no se tragaron a pastilla de los comunicados 4 y 7, fueron las de Wilson Ferreira Aldunate, Carlos Quijano y Enrique Erro, todos blancos, dentro y fuera del Partido Nacional.
El único partido que supo enfrentar a la dictadura desde adentro, con Carlos Julio Pereira y Dardo Ortiz y desde afuera con Wilson, fue el Partido Nacional. Los que hoy se rasgan la vestidura y usan a la figura de Aparicio Saravia para justificar que se levantaron en armas, ignoran y quieren hacernos ignorar, que el Partido Nacional cuando tuvo que ir a las cuchillas lo hizo con una divisa en el sombrero de aquellos gauchos que rezaba: “Defensores de las Leyes”. El Partido Nacional se levantó en defensa de las leyes y no como ellos, que se levantaron contra las leyes precisamente, en el año 1963, cuando había ganado la UBD del Partido Nacional.
Como decía Luis Alberto de Herrera en “La Revolución Francesa y Sudamérica” el Partido Nacional representa la voz moderada de la campaña frente a la intemperancia jacobina y afrancesada de los que sueñan con la guillotina y la Diosa Razón, vuelta pesadilla de la más inconcebible irracionalidad radicalizada. De los que hoy cantan la Marsellesa, mañana la Internacional y viven en el limbo de las ideologías bajo el fuego cruzado de perpetuos codazos y traiciones internas. El Partido Nacional se reconoce en una sola bandera, la uruguaya y en un solo himno, el nacional. Esa es la causa por la cual nunca un blanco se va a poner a discutir si era mejor Gramsci o Cossuta, Jaurés o Clemencau, Fidel o el Che. Eso no significa que el Partido Nacional carezca de visión internacional en la defensa que hizo históricamente del principio de no intervención y de figuras como la de Arbenz, Gaitán, Getulio, Villarroel, Sandino o Zapata.
Muy lejos de los nacionalismos de campanario, el nacionalismo nuestro, como lo demostró Wilson es un activo principio republicano y democrático de carácter universal.
Inspirarse en la tradición británica que viene de John Stuard Mill, no significa copiar a otros, sino inspirar el sentido de lo que se hace, aquí y ahora, entre nosotros.
Un partido que vive la realidad del día a día y no en la irrealidad de los que son solidarios con cualquier cosa que ocurre a nivel mundial, menos con lo que importa entre nosotros.
Un partido que trabaja para una sociedad de oportunidades basada en el libre comercio y que toma al emprendimiento privado como el motor de la economía y no al Estado leviatanezco sofocando impositivamente a toda la población y no dejando salir a flote en la vida.
Un partido que trabaja por los más débiles, como es debido, fomentando la educación, la cultura y el emprendimiento individual para formar una sociedad, como se le decía en otra época, de hombres hacendosos que cuidan el patrimonio “como un buen padre de familia”.
Un partido esencialmente parlamentario que cuando lucha lo hace desde los lugares para los que la gente les dio el voto y no desde una cueva de mal vivientes gritando, insultando y haciendo politiquería con el gremialismo.
El Partido Nacional hoy tiene los mejores hombres y las mejores ideas y la circunstancia histórica del presente lo pone en una situación de enorme responsabilidad, unificar a toda la oposición responsable y dar vuelta para siempre ésta página horripilante de degradación cotidiana en las matrices sociales, a las que nos ha llevado el desgobierno que azota el Uruguay desde el 2005 a la fecha.
Sabemos cumplir, sabremos cumplir.