lunes, 18 de agosto de 2014

Ahora entiendo por qué los argentinos son asquerositos en el trato cotidiano.

       Nunca entendí, cada vez que viaje a Buenos Aires, cual podía ser la razón por la cual, el entorno social de la convivencia argentina está basado en una tensión agresiva de los unos contra los otros.
       La causa por la cual la gente es tan antipática en el trato humano, siempre se me escapó.
       Son duros donde no hay que serlo.
       Si una pauta de comportamiento se vuelve genérica, por más razones históricas que tenga, la comprensión de la misma debe ser buscada en el presente y no en el pasado, porque quiere decir que están en la actualidad interactuando los factores que la generan.
       Es evidente que el populismo, no sólo el peronista, sino el que viene de los tiempos de Yrigoyen, socavó las bases de la convivencia, violentó el pacto social y fracturó a todo el mundo, en una realidad tal, que cada uno quedó abroquelado, en posiciones irreductibles.
       El “otro” se volvió un eterno desconocido y el poder que tiene cada cual, en el único dato importante a conocer de otra persona.
       La vida se fue volviendo una lucha de todos contra todos, en donde la única divisa es cada uno para sí y el Diablo que cargue con el resto.
       El estado se volvió una máquina ciega de castigar al correcto y premiar al incorrecto, bajo el lema, para el amigo todo, para el enemigo la ley.
       La sociedad en una gran suciedad con la escala de valores alterados: la prepotencia se convirtió en un timbre de autoridad, la viveza criolla en la única forma de escalar posiciones, la chantocracia vino a sustituir a la meritocracia y  a apoderarse de las corporaciones, y en medio de ese gran Cambalache discepoliano, empezó a surgir un malestar sordo, pero persistente, la rebelión de los nibelungos.
       Sigmund Freud hablaba de una Malestar en la Cultura, esto es peor, es Un Malestar en la Ignorancia.
       Es la desilusión, sin porvenir.
       Es la lucha, sin horizonte próximo.
       Son vidas navegando en un mar sin espigones, ni orillas.
       Gente que no sabe lo que quiere y quiere lo que no sabe.
       No sabe a dónde va en la vida y va a donde ni sabe.
       No sabe lo que le pasa y es eso lo que le pasa.
       El Uruguay está entrando en esa pendiente de degradación.

       ¿Estaremos a tiempo de frenar este proceso crítico y sin retorno?