Nunca
entendí, cada vez que viaje a Buenos Aires, cual podía ser la razón por la
cual, el entorno social de la convivencia argentina está basado en una tensión
agresiva de los unos contra los otros.
La
causa por la cual la gente es tan antipática en el trato humano, siempre se me
escapó.
Son
duros donde no hay que serlo.
Si
una pauta de comportamiento se vuelve genérica, por más razones históricas que
tenga, la comprensión de la misma debe ser buscada en el presente y no en el
pasado, porque quiere decir que están en la actualidad interactuando los
factores que la generan.
Es
evidente que el populismo, no sólo
el peronista, sino el que viene de los tiempos de Yrigoyen, socavó las bases de
la convivencia, violentó el pacto social y fracturó a todo el mundo, en una
realidad tal, que cada uno quedó abroquelado, en posiciones irreductibles.
El
“otro”
se volvió un eterno desconocido y el poder que tiene cada cual, en el único dato importante a conocer de
otra persona.
La vida se fue volviendo una lucha de todos
contra todos, en donde la única divisa es cada
uno para sí y el Diablo que cargue con el resto.
El
estado se volvió una máquina ciega de castigar al correcto y premiar al
incorrecto, bajo el lema, para el amigo
todo, para el enemigo la ley.
La sociedad en una gran suciedad con la
escala de valores alterados: la prepotencia se convirtió en un timbre de
autoridad, la viveza criolla en la única forma de escalar posiciones, la chantocracia
vino a sustituir a la meritocracia y a apoderarse de las corporaciones, y en medio
de ese gran Cambalache discepoliano, empezó a surgir un malestar sordo, pero
persistente, la rebelión de los
nibelungos.
Sigmund Freud hablaba de una Malestar en la Cultura, esto es peor,
es Un Malestar en la Ignorancia.
Es
la desilusión, sin porvenir.
Es
la lucha, sin horizonte próximo.
Son
vidas navegando en un mar sin espigones, ni orillas.
Gente
que no sabe lo que quiere y quiere lo que no sabe.
No
sabe a dónde va en la vida y va a donde ni sabe.
No sabe lo que le pasa y es eso lo que le
pasa.
El Uruguay está entrando en esa pendiente de
degradación.
¿Estaremos
a tiempo de frenar este proceso crítico y sin retorno?