miércoles, 23 de julio de 2014

Los poetas que no se permutan en las encrucijadas históricas de nuestro tiempo

       Hoy la poesía ya no juega el rol centralizador que tenía en otra época, en donde la tendencia general de la gente cuando opinaba, era terminar su razonamiento, con una frase célebre, un dicho o un refrán.
       Si bien es cierto que la poesía desapareció del horizonte intelectual de nuestras inquietudes, soy de los que sigue pensando que tendría que enseñarse profundamente y, que el educador debiera inculcar en el educando un gusto, un amor por la poesía.
       Recientes investigaciones sobre el estudio de las lenguas, indican que la mejor manera de aprender un idioma es saberse de memoria  a los poetas más importantes de esos lugares.
       Se aprende inglés, recitando a Walt Whitman, se aprende portugués, leyendo a Casimiro de Abreu y, así sucesivamente. Esto sucede por la sencilla razón de que el poeta, pese a las licencias verbales que solamente a él se le permiten, es el único que está en contacto con el genio lingüístico de un idioma. El poeta enseña lo más difícil de todo: pensar en otro idioma y hacerlo espontáneamente.
       Cuanto más poetas uno recita de memoria, más fácil es hablar con fluidez.
       Hubo un tiempo en que el poeta era una figura querida y respetada; la gente le pedía soluciones a sus problemas y él les regalaba sus versos más sentidos. Esa es la razón por la cual el tango, una música que nadie podía creer que eso se pudiera cantar, logró la espectacularidad que tuvo durante mucho tiempo. Porque dicha música era la instancia en que cantan los poetas. Estos individuos raras veces lo hacen, pero a veces suelen componer música y el tango era su instrumento de expresión.
       Mucho se ha debatido y discutido acerca de qué poetas importa rescatar y se los ha dividido en dos grandes grupos: los inmortales y los perecederos, pero si analizamos bien la situación, muchos que en vida fueron totalmente ignorados, se volvieron eternos porque luego de muertos, alguien supo reivindicarlos.
       ¡Cuántos perecederos hay, que en realidad son inmortales!
       Más atinado, creo yo, sería dividir a los poetas en dos grandes grupos: los permutables y los impermutables.
       Para entender lo que quiero significar con esto voy a consignar las siguientes poesías.
       Si yo digo: “Amor de mis amores, Sol de mi Sol, te amo con el alma”, no va a faltar quien quiera preguntarse acerca de quién dijo eso.
       Pudo haberlo dicho cualquiera.
       Si yo digo: “Me enamoré una vez, no me enamoro más, a mi no me busqués, porque no me encontrás.”
       ¿Quién dijo eso?
       Pudo haberlo dicho cualquiera.
       Si yo digo: “En el cielo las estrellas, en la tierra el girasol y en el fondo de mi pecho, me muero de amor por vos”.
       ¿Quién dijo eso?
       Pudo haberlo dicho cualquiera.
       Son poetas que se pueden canjear y permutar por cualquier cosa.
       Ahora si yo digo:
Volví por caminos viejos.
Volví sin poder llegar.
Grité con tu nombre muerto.
Recé sin saber rezar”.
      
       Rezó sin saber rezar. ¿Quién pudo haber dicho eso?
       Eso lo dijo Homero Manzi, no pudo haberlo escrito absolutamente, más nadie que él.
       Manzi es un poeta que no se puede canjear y permutar por otro.
       Es impermutable.
       Si yo digo:
Yo quiero salir del mundo
Por la puerta natural:
En un carro de hojas verdes
A morir me han de llevar.

No me pongan en lo oscuro
A morir como un traidor:
Yo soy bueno, y como bueno
¡Moriré de cara al sol!

Yo quiero, cuando me muera,
Sin patria, pero sin amo,
Tener en mi losa un ramo
De flores. ¡y una bandera!

       ¿Quién dijo eso?
       Eso lo dijo José Martí, no pudo haberlo dicho ningún otro.
       Es un poeta que no se puede permutar.
       Es impermutable.
       Si yo digo:·
A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

       ¿Quién dijo eso?
       Eso lo dijo Miguel Hernández en el duelo interior que le genera la muerte de un amigo.
       Es un poeta que no se puede permutar.
       Es impermutable.

       La poesía tiene una ligazón con la actividad política que poca gente ha sabido comprender e interpretar.
       En un mundo tan técnico, en donde la sola y simple palabrita ciencia, le da prestigio intelectual a cualquier cosa, y lo único que vale al parecer, es el desarrollo pensante nominalista, cartesiano y empiriocrítico, los poetas del siglo XX dijeron en versos, lo que otros callaron por razones tácticas y estratégicas en política.
       La poesía del siglo XX fue el refugio de los hombres libres; de aquellos que llevan una moral sin dogmas.
       Hay gente que despectivamente cree que de poetas y de locos todos tenemos un poco o que irónicamente, sonríe  diciendo: “Es un poeta”, como quien dice, es un soñador medio tonto.
       Pero la realidad es otra. Los poetas han sido parte de las fuerzas políticas más importantes y han intervenido activamente, en todos los bandos.
       Lo que diferencia al poeta de los demás compinches políticos, es que sabe hasta qué punto hay que tirar de la cuerda.
         Recuerdo que cuando el restablecimiento de la democracia en 1985, después de duras y tremendas intervenciones parlamentarias en donde discutían acremente, el político le enviaba una poesía al adversario, con quien había discutido tan vehementemente.
       El político profesional sabía de poesía.
       Esta ventaja superlativa, puede ser también un motivo de incomprensión, la que para sortear en algunos casos, hace que el poeta se vea obligado moralmente a dar la vida. Como José Martí, por ejemplo. Pero son casos extremos.
       Hoy el Uruguay vive un momento y por eso quiero reivindicar, no un tango, sino la poesía que Homero Manzi escribió antes de morir.
       Se titula “Hombre” y creo que es suficientemente elocuente de lo que hay que decir hoy en día.

“¿Eres cientos de vidas, o una vida?
¿Una sola infinita y dolorida?
¿Eres dueño del mundo en que transitas
o el mundo es una gruta donde habitas?
¿Andas entre las flores y el paisaje
sin poner el perfume y el celaje?
¿Creaste una deidad omnipotente
para que manejara tu presente
y tu pasado y lo que nunca ha sido,
lo muerto, lo vital, lo presentido?
Cruzas frente al espejo de tu espejo
y no eres el reflejo de un reflejo.
Manejas tardes y también mañanas
y ríos y amapolas y ventanas
y lágrimas y sombras y canciones
y juncos y fatigas y emociones
y guerra y paz y prados y ciudades
y juventud y ancianidad y edades
y libros y banderas y armonías
y das luna a la noche y sol al día.
Mides los mundos que tú hiciste mundos
con teoremas exactos y profundos.
Trabajando en tu nada y en tu todo
pintas blanca la nieve y negro el lodo.
Prescribes lo moral y abres caminos
y ponderas valores y destinos.
Juzgas para esta vida y otra vida.
Ésta fugaz y la de allá dormida,
sobre un tiempo sin tiempo —fuego o nube—
y dices que el mal rueda y el bien sube.
Corres como un gigante desolado
con fuerzas que tú mismo has convocado
y de pronto, cortando tu carrera,
te blasfemas, te lloras, te veneras,
te conviertes en cientos de millones
que maldicen o rezan oraciones
y te cambias el rostro en cada suerte
y vuelves a la vida y a la muerte
con una vanidad empecinada
hecha de polvo, de ceniza y nada
y aguardas rosa de la mano amiga
y de la mano sin amor ortiga.
Pero sabes que todo está en tu sueño:
ortiga y rosa, soledad y leño.
Eres trágico así y eres culpable.
Si eterno, te defines deleznable.
Si santo, buscas torpes tentaciones.
Si valiente, te ensucias con pasiones.
Eres trágico así y eres absurdo
cuando te vistes con el gesto burdo
y abismas en fracaso abominable
el bien, de cuya norma eres culpable
y cuando hieres con tus propias manos
tu propio corazón en tus hermanos
y descargas la furia de tus brazos
sobre el propio dolor de tus pedazos
y destruyes los sueños de ti mismo,
lanzando lo que es tuyo hacia el abismo.
Hombre que todo lo soñaste un día
¿Cómo puedes herir a la criatura
si es una imitación de tu figura?
¿Cómo puedes gozar del cataclismo
si está hecho todo en carne de ti mismo?
¿Si el cielo, la perdiz y la cabaña
salieron desde el fondo de tu entraña?
¿Si la bestia que pace y los pastores
tienen tu amor y tienen tus dolores?
Hombre que todo lo soñaste un día,
¡Cómo puedes solazarte en la agonía
si no puedes mentir que son mil vidas
ajenas a tus manos atrevidas!
Vuelve a ser otra vez el franciscano,
que hablaba con el yuyo y el guzano.
Eres uno, el primero, el que hizo todo.
Blanca la nieve blanca y negro el lodo.
El que duerme en las hondas sepulturas
y despierta después en las criaturas.
El creador de sí mismo, el propio dueño.
El responsable de su enorme sueño.
Deja tu vanidad empecinada
hecha de polvo, de ceniza y nada,
y vuelve a ser el ángel legendario
que hizo la cruz y que labró el rosario.
Cómo puedes ver morir con sorda calma
las cosas que pariste con el alma.
Nada menos que tú, que eres poeta
y fuiste tú factor y tu profeta.
Nada menos que tú, que de tan noble
trajiste hasta tu casa el pez y el roble.
Y que hiciste infinita la medida
para encoger tu imagen y tu vida.
Y que al solo fervor de tu mirada
dibujaste los cosmos en la nada.
Y que al solo temor de hacerte malo
nombraste un juez y le entregaste el palo.
¡Cómo puedes fraguar maldad y muerte
si hiciste a Dios para no ser tan fuerte…!”