sábado, 28 de diciembre de 2013

Con los días contados.

       Desde la vuelta a la democracia en el año 85’, el Uruguay vivió un proceso que para muchos significaba una “renovación” de los cuadros parlamentarios. Elección tras elección la gente, votando listas sábanas, cambiaba la composición parlamentaria, al punto que al llegar a las elecciones del 99’ eran contados con los dedos de una mano, los sobrevivientes en el cargo.
       Este hecho, que a mucho politólogo le parece maravilloso ha sido nuestra gran desgracia.
      El Uruguay tenía lo que se llamaba en su tiempo “políticos profesionales”, que eran abogados que no ejercían como tales, sino como abogados políticos y esto significaba que no abogaba por su cliente, sino por su partido. El perfil de estos hombres no era el mismo que el que habían tenido sus mayores de otra época, lo que se recuerda entre nosotros como “político del 900’” –una suerte de abogado, gacetillero, parlamentario y gestor de trámites- en donde la actividad política consistía en un proceso que iba del Parlamento a la redacción del diario partidista y de allí a la agrupación. Dirigirse al "pueblo" implicaba un complejo dominio de la elocuencia y de un buen uso en los tropos de dicción y de figuración.
       El político que emerge a partir de los años 50’ es más un experto en política internacional que otra cosa y el Parlamento vivía como propio, cuanta cosa ocurría en el ámbito internacional. Pese a eso eran también profesionales, por la estabilidad que da tener muchos años, siempre en “el ajo”, en la comidilla política. Son si se quiere, los responsables del descrédito en que fue cayendo la actividad política a medida que el Estado dejaba de ser benefactor, y caía estrepitosamente el modelo de sustitución de importaciones.
       La sociedad vivió una crisis política por ausencia de organizaciones intermedias y el Parlamento que seguía siendo caja de percusión de los grandes temas nacionales, comenzó en forma creciente a alejarse del estado de ánimo colectivo, por falta de estructuras que mediaticen la relación entre la gente y el sistema político.
       El modus operandi se había vuelto obsoleto. Porque si hasta entonces abrir un club político con un letrero bien grande que dice “Los amigos de fulano de tal” daba resultado y la gente se acercaba al club por ausencia de estructuras intermedias que facilitaran los trámites con el Estado, a partir de cierto momento comenzó a tornarse superfluo. “Los amigos del doctor Juan el Inefable”, son, como dice el tango, “amigos siempre y cuando les convenga”. Pero, si bien es cierto que hoy podemos verlo de otra manera, no hay que perder de vista que las cosas eran así, funcionaban de esa manera. El juicio retrospectivo de hoy, no puede negar la enorme significación que tuvieron los clubes políticos en la gesta de una conciencia cívica republicana.
       Como decía Charles Wright Mills en “Las élites de poder”, la élite política se fue distanciando de las nuevas generaciones emergentes, en gran parte por el envejecimiento de sus cuadros partidarios.
       Cuando llega la democracia en el 85’ ese elenco siente que tiene una responsabilidad ante la historia y comienza a trabajar seriamente, entendiendo que la ética de la convicción, no puede nunca atentar contra la ética de la responsabilidad. “Feliz de aquel que vota siempre en lo que está de acuerdo”, se ha dicho, no sin razón.
       Con la democracia ese elenco se retira de la actividad y elección tras elección van entrando al Parlamento caras nuevas. Este hecho, en vez de significar algo bueno es el causante de la caída sistemática de la actividad política, legislatura por legislatura, en donde cada nuevo elenco parlamentario es más mediocre que el anterior, hasta llegar a este nivel deplorable que vive hoy el Uruguay.
       Da la impresión que con el Frente Amplio hemos tocado fondo y más bajo no se puede caer. Esa es la causa por la cual hoy es dable sentir nostalgia de escenarios políticos y de cosas que en su momento no se compartían, porque aquello era un juego de niños, frente al nivel deplorable que trajeron estos gobiernos del Frente: desde la degradación del lenguaje, hasta la más fragantes in constitucionalidades a sabiendas, desde el ocultamiento de la información a la des ubicación de los Ministros, que, como cualquiera sabe, para hacer política, tienen que dejar el cargo.
       En este año que se aproxima, vamos camino a la renovación del sistema político en un país que sigue careciendo de organizaciones intermedias que mediaticen las cosas entre la política y la gente.
       Para mi criterio, indicador claro de la decrepitud del Frente Amplio es la arrogancia de creer que fueron puestos allí por la eternidad, cuando la historia del 85’ a la fecha ha sido demasiado clara en materia de renovación des profesionalizante. Creen que el Frente Amplio “victoriosamente va”, porque no entendieron, cuando eran oposición, que ver las barbas del vecino arder y frotarse las manos, es una verdadera estupidez.
       Los uruguayos, para nuestra suerte o nuestra desgracia, somos todos muy parecidos y sacar conclusiones políticas mirándose el ombligo es lo peor que se puede hacer. Lo que hoy le ocurre a otro, puede ser lo que mañana le suceda a uno mismo.
       Cuando les convenía tenían de espada un José Korzeniak, hombre que más de una vez votaba por disciplina partidaria contra cosas que el mismo había defendido en la cátedra. Ahora resulta que ni la Constitución ni el Código Penal les sirve. Es gente que se fue del discurso y el debate político. Por eso Tabaré Ramón Vázquez Rosas no quiere discutir, porque la única manera de conservar su caudal electoral es insultando desde una barricada impositiva y con la Impositiva.
          El elenco político que hoy legisla, gane o pierda, tiene los días contados.