Desde
la vuelta a la democracia en el año 85’, el Uruguay vivió un proceso que para
muchos significaba una “renovación” de los cuadros parlamentarios. Elección
tras elección la gente, votando listas sábanas, cambiaba la composición
parlamentaria, al punto que al llegar a las elecciones del 99’ eran contados
con los dedos de una mano, los sobrevivientes en el cargo.
Este
hecho, que a mucho politólogo le parece maravilloso ha sido nuestra gran
desgracia.
El
Uruguay tenía lo que se llamaba en su tiempo “políticos profesionales”, que
eran abogados que no ejercían como tales, sino como abogados políticos y esto
significaba que no abogaba por su cliente, sino por su partido. El perfil de
estos hombres no era el mismo que el que habían tenido sus mayores de otra época,
lo que se recuerda entre nosotros como “político del 900’” –una suerte de
abogado, gacetillero, parlamentario y gestor de trámites- en donde la actividad
política consistía en un proceso que iba del Parlamento a la redacción del
diario partidista y de allí a la agrupación. Dirigirse al "pueblo" implicaba un complejo dominio de la elocuencia y de un buen uso en los tropos de dicción y de figuración.
El
político que emerge a partir de los años 50’ es más un experto en política internacional
que otra cosa y el Parlamento vivía como propio, cuanta cosa ocurría en el
ámbito internacional. Pese a eso eran también profesionales, por la estabilidad
que da tener muchos años, siempre en “el ajo”, en la comidilla política. Son si
se quiere, los responsables del descrédito en que fue cayendo la actividad
política a medida que el Estado dejaba de ser benefactor, y caía
estrepitosamente el modelo de sustitución de importaciones.
La
sociedad vivió una crisis política por ausencia de organizaciones intermedias y
el Parlamento que seguía siendo caja de percusión de los grandes temas
nacionales, comenzó en forma creciente a alejarse del estado de ánimo
colectivo, por falta de estructuras que mediaticen la relación entre la gente y
el sistema político.
El
modus operandi se había vuelto obsoleto. Porque si hasta entonces abrir un club
político con un letrero bien grande que dice “Los amigos de fulano de tal” daba
resultado y la gente se acercaba al club por ausencia de estructuras
intermedias que facilitaran los trámites con el Estado, a partir de cierto
momento comenzó a tornarse superfluo. “Los amigos del doctor Juan el Inefable”,
son, como dice el tango, “amigos siempre y cuando les convenga”. Pero, si bien
es cierto que hoy podemos verlo de otra manera, no hay que perder de vista que
las cosas eran así, funcionaban de esa manera. El
juicio retrospectivo de hoy, no puede negar la enorme significación que
tuvieron los clubes políticos en la gesta de una conciencia cívica republicana.
Como
decía Charles Wright Mills en “Las élites de poder”, la élite política se fue
distanciando de las nuevas generaciones emergentes, en gran parte por el
envejecimiento de sus cuadros partidarios.
Cuando
llega la democracia en el 85’ ese elenco siente que tiene una responsabilidad
ante la historia y comienza a trabajar seriamente, entendiendo que la ética de
la convicción, no puede nunca atentar contra la ética de la responsabilidad. “Feliz
de aquel que vota siempre en lo que está de acuerdo”, se ha dicho, no sin
razón.
Con
la democracia ese elenco se retira de la actividad y elección tras elección van
entrando al Parlamento caras nuevas. Este hecho, en vez de significar algo
bueno es el causante de la caída sistemática de la actividad política,
legislatura por legislatura, en donde cada nuevo elenco parlamentario es más
mediocre que el anterior, hasta llegar a este nivel deplorable que vive hoy el
Uruguay.
Da
la impresión que con el Frente Amplio hemos tocado fondo y más bajo no se puede
caer. Esa es la causa por la cual hoy es dable sentir nostalgia de escenarios
políticos y de cosas que en su momento no se compartían, porque aquello era un
juego de niños, frente al nivel deplorable que trajeron estos gobiernos del
Frente: desde la degradación del lenguaje, hasta la más fragantes in constitucionalidades a sabiendas, desde el ocultamiento de la información a
la des ubicación de los Ministros, que, como cualquiera sabe, para hacer
política, tienen que dejar el cargo.
En
este año que se aproxima, vamos camino a la renovación del sistema político en
un país que sigue careciendo de organizaciones intermedias que mediaticen las cosas entre
la política y la gente.
Para
mi criterio, indicador claro de la decrepitud del Frente Amplio es la
arrogancia de creer que fueron puestos allí por la eternidad, cuando la
historia del 85’ a la fecha ha sido demasiado clara en materia de renovación
des profesionalizante. Creen que el Frente Amplio “victoriosamente va”, porque
no entendieron, cuando eran oposición, que ver las barbas del vecino arder y
frotarse las manos, es una verdadera estupidez.
Los
uruguayos, para nuestra suerte o nuestra desgracia, somos todos muy parecidos y
sacar conclusiones políticas mirándose el ombligo es lo peor que se puede
hacer. Lo que hoy le ocurre a otro,
puede ser lo que mañana le suceda a uno mismo.
Cuando
les convenía tenían de espada un José Korzeniak, hombre que más de una vez
votaba por disciplina partidaria contra cosas que el mismo había defendido en
la cátedra. Ahora resulta que ni la Constitución ni el Código Penal les sirve.
Es gente que se fue del discurso y el debate político. Por eso Tabaré Ramón
Vázquez Rosas no quiere discutir, porque la única manera de conservar su caudal
electoral es insultando desde una barricada impositiva y con la Impositiva.
El elenco político que hoy legisla, gane o pierda, tiene los días contados.