miércoles, 26 de junio de 2013

Uruguay: país en que se vive bajo presión social permanente.



        El Uruguay es un país que ofrece todas las ventajas para recibir inversiones. Clima, nivel de educación general, estabilidad macroeconómica, respeto a las normas, pero –y aquí el pero es decisivo-, tiene un nivel de conflictividad sindical que espanta hasta al más entusiasta en invertir.
        Ningún inversor está para comprarse un señor problema con gente que parece pacífica, moderada y accesible, pero que en determinado momento es capaz de la más atroz ocupación de fábrica.
        Ya de por sí es conflictivo sobrevivir a la inflación de costos que caracteriza nuestra economía, ya de por sí es complejo vender en una región que nos es adversa –la mercadería uruguaya para que pueda ser vendida en Argentina, una vez que entra, hay que cambiarle la etiqueta y ponerle “Made in Argentina”, porque a ellos les agravia moralmente que un país tan chico genere valor agregado-, ya de por sí la carga impositiva, desde las tarifas públicas a los impuestos, son excesivos, ya de por sí el dólar planchado encarece los costos y si a eso se le agrega la conflictividad social en salarios que si bien desde aquí son bajos, en dólares son altísimos, el poco atractivo que podía tener, lo pierde, empezando por el hecho simple que tres millones de habitantes no sostienen un mercado interno consistente y que lo que se recoge como inversión está orientado a la exportación.
        El Instituto para la Economía y la Paz (IEP), puede calificarlo al Uruguay como el país más seguro para invertir, pero esa calificación choca con la percepción que todos tenemos de las dificultades que tiene producir en el Uruguay.
        Los sindicalistas están educados y formados en una lógica primitiva, del tipo: “yo tiro de este lado de la cuerda, él tira del otro lado, me da, le doy” y con esa mentalidad le ponen el palo en la rueda a cualquier emprendimiento importante. Tienen la creencia anarquista de que una huelga general de carácter insurreccional puede hacer que el sistema caiga. El sistema no cae por eso, sino cuando se corta la cadena financiera de pagos, como lo demostró la crisis argentina de fines de 2001.
        El criterio que usan los dirigentes sindicales tiene también un encare primitivo, porque parte de la base que para negociar, se precisa representación ante los otros y entonces los moviliza por cualquier cosa, en el entendido que eso “hace fuerza a la hora de negociar”. En ese proceso pone de rehén a los demás: al usuario, al alumno, al consumidor, al público.
        Hoy estamos asistiendo al nacimiento de hechos nuevos, impensables en otro tiempo.
        Primero vimos desbordes protagonizados por una pequeña fracción de gremialistas en el Ministerio de Economía; y ahora asistimos a un uso abusivo del paro como medida de lucha.
        Según la misma presidenta de ADEMU-Montevideo, Raquel Bruschera: “Es la primera vez que se ocupan escuelas en la historia del país”, recordando que la medida tiene por objeto “profundizar la lucha por los salarios”. Así  la filial de Fenapes en Playa Pacual, como considera insuficiente la oferta del Poder Ejecutivo propone extender la huelga a todo el país y ocupar 50 liceos por día. Olvida que la justeza de un reclamo, no justifica cualquier metodología. Tener razón es una cosa, saber organizarla es otro tema. Ya llevan ocupados 50 liceos y según Raquel Bruschera las medidas “serán más duras, ya que si era para nosotros insuficiente el 6%, el 3 es aún peor”. Hay que tener aquí en cuenta de qué cosa se está hablando, porque cada punto porcentual representa 15 millones de dólares, lo que al ser un 3% significa 45 millones  y de sueldos de 670 dólares como mínimo. El que analiza la realidad uruguaya en frío y la compara, saca una sola conclusión: El Uruguay no es atractivo por la carga de los costos no transables y la presión social permanente en los transables. Todos sabemos que la huelga es la última medida a considerar, nunca la primera, pero en el Uruguay, si se hiciera un test de asociación de ideas y se pusieran varias palabras preguntándole a cada persona, con que asocia ese término, ante la palabra “aumento salarial”, casi todos dirían “huelga”. Es matemático, por reflejo pavloviano cada vez que se habla de aumento salarial, circula la palabra huelga entre los participantes de un sindicato. Esa es la causa por la cual cada vez que hay reuniones sindicales, la mayoría de la gente se pone nerviosa, porque es de cajón, van a la huelga y más nada. No saben hacer otra cosa, no saben gestionar por mejores condiciones de trabajo entre las cuales el salario es una de las tantas variables a compaginar.
        Según el director general del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP), Héctor Florit “es un error que desacredita a Ademu”. Lo único que a él le preocupa es que se lo haya desafiliado, pero el error más grande –por no decir horror- es esa escalada de ocupaciones de liceo en la que están inmersos.
        Como si esto fuera poca cosa, funcionarios del CODICEN, al mejor estilo de un soviet, se declaran en Asamblea Permanente y paran ocupando  algunas dependencias del Consejo como forma seguidista de apoyar lo que hacen los otros y, faltaba más, “por condiciones de estudio y de trabajo dignas”. Ahí, en lo de "digno" está el partido comunista, que sabe perfectamente que desde el punto de vista marxista no existe "trabajo digno", existe trabajo alienado y salario de sobrevivencia y punto.
        Estamos en las puertas de una situación caótica generada, como lo he venido analizando en otros post, por la pérdida del principio de autoridad.