martes, 19 de mayo de 2009

SOBRE MARIO BENEDETTI Y OTRAS SORPRESAS

Evidentemente el fallecimiento tanto de Mario Benedetti, como el de Idea Vilariño,
están indicando el fin de un generación, la del 45', que tanta influencia tuvo en el Uruguay.


Pienso que Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, mejor conocido como Mario Benedetti, es un raro fenómeno literario.

Creo también, que la muerte no es para discrepar, la muerte es para despedir a alguien que supo llevar las letras uruguayas, como un embajador literario de nuestro país.

En Benedetti lo que yo he notado como rasgo de personalidad literaria es una doble conjunción de cosas distintas. Por un lado, el uso del lenguaje dialogal y cotidiano y por el otro, la estructura sintáctica del armazón literario clásico. Esas dos cosas, le dan un interés especial.

Para escribir como Mario Benedetti hay que saber armar oraciones complejas -de esas que a cualquiera deja patitieso- y manejando esa repetición muchas veces cargosa, pero efectiva como lo es la ripia, poner vida, entusiasmo, color y algo más, sacado de la crasa sustancia del hombre y la mujer media.

Todos sabemos que no se habla como se escribe y, no se escribe como quien habla, por ende, el armazón sintáctico que Benedetti plantea es el clásico y puro, y las oraciones subordinadas que se le adosan a las oraciones regentes, totalmente populacheras y vulgares. Es, si se lo quiere comparar, una forma muy parecida a la de aquel que quiere cargarse una minita, pero debe agudizar la inteligencia para caerle bien, mientras le mira esas tetitas turgentes y esa colita escurridiza y le dice; "Guacha qué dura que llevás la cola".

Ese es el Benedetti de antes de la dictadura militar, el que le dice a un botija: "Chiqulín, que linda es tu madre" y el pibito le contesta: "Usted sí es un hombre bueno, usted es mejor que mi padre". El Benedetti que les daba de punta a las alumnas del Instituto de Profesores Artigas (IPA). El tacuaremboense que no se adapta a Montevideo y su cansina vida monocorde, en dónde la gente se va a la oficina, muy seria y apuradísima. El de los intercambios de pareja, como lo expresa claramente en "Quién de nosotros", el del oficinista que le saca mentiras a los dedos y verdades a los números. El que vive una atmósfera cargada políticamente, desde una decadente insustancialidad cotidiana. "El genio" que vieron en él las empleadas de tienda, los cadetes, porteros, cobradores y cajeros; los contadores de cuento y los cuentos de contador. El profesor que con un gesto de ternura inflexiona el relato de una cosa que es totalmente, lúgubre y decadente.

Después viene el de la "orga", el del "brazo político" y finalmente, el de las finanzas del MLN en el exterior. Enfín, hablar de Mario, es mucho clima moral, para tan poco aporte a la comprensión de las cosas que realmente importan.

Tal vez, no exista Dios como él decía, tal vez, lo único que exista sea Troilo y un vacío infinito, tal vez o sin tal vez, su muerte no tenga la más mínima trascendencia trascendental y sea parte de un fenecer de todas las cosas inmanentes, que pueblan la necesidad humana de contar hasta tres, contar hasta diez y en definitiva, contar con alguien.