Mientras en el Uruguay el atraso cambiario es de un 15%,
según los especialistas y el dólar debiera estar aproximadamente a 33 pesos, en
Argentina el atraso es de un 38% y el dólar debiera estar a 24 pesos
argentinos.
Este mayor retraso genera que para los argentinos el Uruguay
les resulte barato y esa es la causa por la cual ésta será muy probablemente,
la mejor temporada turística en años que tendremos.
La diferencia económica entre Argentina y Uruguay radica en
que si bien tienen una estructura productiva que compite, dependen de factores
diferentes. En Argentina las empresas formadoras de precio son las exportadoras
que se ven obligadas a trabajar con el mercado interno, en cambio en el Uruguay
las empresas que forman los precios son las importadoras.
Este hecho genera que el más mínimo corrimiento del dólar en
una economía que depende de lo importado, genere inmediatamente un aumento. En
el Uruguay, por su pequeñez, no hay inflación de demanda, sino inflación de
costos.
En cambio en Argentina hay inflación de costos –depende del
insumo importado para trabajar‑ y además inflación de demanda.
Si a esto se agrega la presión corporativa que ejercen las
empresas formadoras de precio, reducir la inflación es virtualmente imposible,
porque lo que nadie dice es que el gobierno –ningún gobierno en Argentina‑,
controla la inflación.
Si tenemos en cuenta que el déficit fiscal en Argentina,
según la Asociación Argentina de Presupuesto ya suma $ 347.826 millones, 85% más que un año
atrás, vemos que se ha entrado en una espiral acelerada al endeudamiento imparable.
Además, los gastos corrientes crecieron un 30,7%, los gastos
de capital un 35,3% y los intereses de la deuda un 60,5% y en cambio, los ingresos
aumentaron solo un 22,3%, por lo tanto, se puede entender fácilmente que la situación es una
bomba de tiempo a futuro.
Plata dulce, como en la película de Fernando Ayala.
Mientras el déficit fiscal en Argentina está por encima del
7%, en el Uruguay ronda en el 3,6%. Esto hace que el Uruguay para los uruguayos
sea caro y a nivel regional tenga en cambio cierta competitividad en la paridad
de los poderes de compra.
Este fuerte desequilibrio en la paridad monetaria del país
vecino explica que Argentina tenga en este momento una fuerte suba de las
importaciones con las exportaciones creciendo por debajo.
El crecimiento importador, sin un correlato en las exportaciones
ahonda aún más el déficit fiscal, que según los entendidos podría alcanzar los
8 mil millones de dólares. Si a este déficit en la balanza comercial, se le
agrega el de la balanza de pagos, este año podría ascender a los 24 mil
millones de dólares. Lo que en buen romance significa que Argentina está
sobregirada, gastando por encima de sus ingresos.
Aquí se abren varias posibilidades. Una es pensar que no hay
peligro a corto plazo, porque todavía existe la posibilidad de colocar bonos en
el exterior. Otra la de quienes sostienen que si Estados Unidos comienza a
subir las tasas de interés la deuda se volverá impagable y estará nuevamente en
un escenario como el del quiebre del Plan Austral o el del fin de la convertibilidad.
Más allá de este hecho cortoplacista y circunstancial que se
estima que durará de aquí a dos años, financiar los gastos con endeudamiento le
quita toda viabilidad al modelo económico que defiende el gobierno. Porque esa
ventana abierta al financiamiento externo se encontrará en determinado momento
que Argentina es un barril sin fondo.
En este contexto, decir como sostiene Dujovne que va a bajar
la inflación y que los jubilados a la larga van a ganar más aunque ahora ganen
menos, es mentir cruelmente, porque a la larga el modelo de endeudamiento para
financiar el gasto público a lo único que conduce es a que el operador
económico dispare de la moneda argentina y se refugie en los dólares, como lo
ha venido haciendo hasta ahora.
Frente a esta situación, para bajar la inflación el gobierno
sube la tasa de las Lebac al 28,75% y genera un efecto colateral que agrava la
situación. Al existir menos pesos hay más oferta de dólares, acentuando un
efecto que los argentinos conocen como el generado por Martínez de Hoz, en este caso sin
tablita, bajo flotación sucia, es decir, con intervención del Banco Central.
Esta realidad, que lo favorece al Uruguay circunstancialmente,
abarca a todo el sector turístico y hace que las ventas de pasajes al exterior
en Argentina lleguen a niveles récord y la compra de dólares para viajes y
atesoramiento alcance a unos US$ 30.000 millones en el año.
Cuando se desmadre el escenario y llegue la hora de la verdad,
por más que el gobierno uruguayo diga que hoy la economía no está más anclada a
la Argentina, no es nada improbable que siete meses después de una devaluación
en el vecino país, como ocurrió en 1982, u ocho meses luego, como sucedió en el
2002, Uruguay se vea obligado a tomar medidas drásticas para frenar la fuga de
divisas.
El tema es muy simple, son los grandes capitales de las
multinacionales quienes repatrian la divisa y la envían a la casa matriz, y
seis, siete u ocho meses más tarde, también la retiran del Uruguay.
Es evidente y lo dio claramente a entender el ex ministro de Hacienda
y Finanzas Públicas, Alfonso Prat Gay, que si las importaciones crecen en volumen
un 20% anual y las exportaciones no crecen, la situación económica es un
verdadero barril de polvora llamado a estallar a la larga y a la no tan larga.
Quantum sobre la rentabilidad de las Lebac sostiene
que "Con los últimos días, el rendimiento esperado en dólares y en pesos
ajustados por inflación trepa a más del 10% anualizado". El sentido común
en economía financiera indica que no existe en ningún lugar del mundo tasas de
interés positivas, siempre son negativas en comparación con las tasas de
interés norteamericanas. Si poner el dinero en las Lebac tiene esa rentabilidad,
el día que los ahorristas quieran pasarse a dólar, Argentina les estaría
pagando mucho más de los intereses que paga por deuda externa y ante la
inminente fuga de divisas, estaría nuevamente en un feriado bancario y en el
corralito y/o el corralón.
Más allá de todo esto, no es serio en economía decir que se
quiere bajar la inflación y aumentar las tarifas públicas, cuando hay sobrados
estudios técnicos que demuestran que las tarifas, al ser un bien no transable,
son transferidas al cliente y representan la no deseada inflación de costos,
que termina afectando a todo el consumo en su conjunto.
Con una inflación estimada del 16% para el año que viene, con
un dólar que continúa atrasándose, con el hecho de que de cada 7 dólares que
entran en Argentina, uno va para inversión real y el resto para la especulación
financiera, con la dura realidad de que un dólar de cada cuatro va para la adquisición
de maquinarias y bienes de capitales y los restantes, para comprar
combustibles, autos, motos y bienes de consumo, por más que los banqueros mundiales sostengan
que el nivel de deuda pública argentina es bajo, comparativamente considerado y
por eso es merecedora de recibir créditos desde el exterior, esta realidad va a
estallar y de la peor forma, a la Griega, en donde la banca mundial los endeudó
a sabiendas que le estaban prestando, más allá de sus posibilidades de cobro.
El endeudamiento puede ser una inversión, cuando se lo dirige a la maquinaria, los bienes de capitales o en la tecnificación agropecuaria y aumenta,
por ende, el nivel de productividad para exportar y traer divisas, pero este
tipo de endeudamiento para la volatilidad financiera y el consumo suntuario es,
como se dice vulgarmente, pan para hoy y hambre para mañana.
Argentina vive un proceso que los economistas llaman de "stop
and go” ‑detente y sigue‑, mejor conocido entre nosotros como de plata dulce y
no hace falta ser muy entendido para saber a donde conduce.