Lo que la globalización ha venido generando en lo que va de
los últimos 20 años, ha sido un progreso único en la historia universal. Se ha
dicho, no sin razón, que la humanidad avanzó más en estos 20 años, que en 2000
años de historia.
Es un avance esencialmente científico y técnico, que se
enmarca, lamentablemente, en un enorme retroceso cultural y social. En este
sentido, si partimos de la base que la evolución humana no es lineal, en el
sentido comptiano del término, sino en espiral, de acuerdo al concepto
hegeliano de la dialéctica de los procesos, se puede considerar, entonces, que
las épocas de retroceso, son momentos de avance latente y encubierto. Lo que se
expresa como degradación de las matrices sociales, son instancias que encubren
un salto cualitativo en la próxima etapa.
El único hecho lineal hasta ahora ha sido el avance
tecnológico que ha venido a cambiar nuestra manera de estar posicionados en la
vida.
Hoy vivimos en una sociedad, como ya entreveía David Riesman
en “La Muchedumbre Solitaria”, en donde el individualismo de cada miembro es
parte de la gran masificación en que vivimos. Aunque parezca contradictorio,
hablar de masificación individualista, no es para nada descabellado.
El hombre masificado de nuestro tiempo, sostiene Riesman,
cuando lo observamos individualmente, se nos aparece como aquel que toda su
vida se mueve en torno a un giroscopio, girando a gran velocidad sobre su
propio eje.
La muchedumbre solitaria sería, entonces, para este autor, la
expresión del desarrollo económico y de la ruptura y des cuajamiento de las
matrices sociales tradicionales.
El concepto de modernidad en todos sus aspectos, desde la
formación de pareja, a la manera autística de divertirse “enchufándose” a algún
dispositivo, pasando por la forma tecno estructurada de trabajar, es lo que
conduce a la formación de una sociedad, en la que cuanto más junto se está, más
distanciado se vive.
Todo esto tiene un correlato político, visualizaba ya Riesman
en 1950 y divide a la sociedad en dos tipos de personas: Las dirigidas por sí
misma y las dirigidas por otros, en donde ese individualismo egocéntrico hace
que los que están manejados por los demás, crean que están dirigidos por sí
mismo, cuando en realidad, todo lo que hacen es mimetizarse para no sentirse
diferentes a los otros.
En los tiempos de Riesman se vivía todavía bajo los conceptos de la era industrial, la
enseñanza taylorista y el trabajo fordista, hoy la tecnología vino a generar un
nuevo clima o atmósfera, sociósfera le dice Alvín Toffler.
Sin embargo, como bien decía Arthur Schopenhauer, en “El
Mundo como Voluntad y Representación”, el hombre siempre va a estar incómodo en
el mundo. Si vive bien sufre de amores y de incomprensiones y si vive mal padece
en todos los aspectos de la vida. Nunca la humanidad se va a sentir feliz, sea
cual sea la situación en que se encuentre y solamente al mirar hacia atrás suele
creer, que allí sí era dichosa, cuando cualquiera sabe que las cosas no eran
como luego el recuerdo al desdibujarlas viene a traerlas a la memoria.
Si en los comienzos de la Revolución Industrial ‑1850‑, el
control era de carácter sexual y la era victoriana lo que hizo fue darle forma
y contenido a los mecanismos represivos e incluso intromisivos en la intimidad
de las personas, durante la segunda etapa expansiva que se abre a nivel
financiero en 1870, las formas de control pasan a ser de carácter político y la
prensa y los partidos políticos se convierten en los articuladores de la
opinión pública.
Hoy en día el control ya no es más ni sexual, ni político,
sino esencialmente técnico, desde las cámaras filmadoras en todas partes, hasta
el ciber espionaje. La libertad hoy en día, como ya lo preanunciara Hebert
Marcuse en 1968, es una libertad vigilada. Se puede decir, pero no se puede
hacer.
Más allá del hecho de que las formas propias de la era
industrial, -grandes manifestaciones, discursos públicos, conferencias,
publicaciones, propaganda en los diarios, acción política de carácter activista‑,
se han vuelto obsoletas por el cambio de mentalidad que la tecnología vino a
generar, aparecen nuevas formas de
malestar, que van desde el fundamentalismo religioso, el independentismo o las
actitudes anti sistema.
Si partimos de la base que el hombre es un ser bio‑psico‑socio‑cultural
y lo miramos desde el punto de vista biológico, por ejemplo, vemos que las
modalidades de goce sobredimensionan al propio cuerpo como objeto de valor o el
placer hedonista se da bajo la necesidad de una satisfacción inmediata en
relación con un mundo de objetos a consumir, que termina mediatizando la
relación con los demás. Esa necesidad de satisfacción sin mediatización, ni
plazos, conduce en el plano orgánico a que la obesidad sea la enfermedad
prevalente de nuestro tiempo. El mundo se le aparece, al hombre y la mujer que
solo quieren gozar, como una gran bocanada que hay que llevarse a la boca para
ser feliz.
En el plano psicológico esto conduce a que el goce solamente
busque la descarga, y esto vuelve innecesario la necesidad de simbolizar las
cosas con la mediación de la palabra. Es un mundo que psicológicamente se ha
quedado sin palabras.
Al vivir cada cual por encima de sus posibilidades la
depresión se ha vuelto la enfermedad psicológica por naturaleza de nuestro
tiempo y tiene también, este vivir más allá del principio de realidad en un
perpetuo goce, su correlato en economía. Todo el mundo está sobregirado y
endeudado.
Si se lo mira desde el punto de vista social este autonomismo
de los que giran como en un giroscopio, siempre sobre sí mismos, se nos
presenta como seres que no tienen historia, ni tienen legado simbólico, ni
pueden ya remitirse a ninguna biografía, ni tampoco tienen atrás a alguna
tradición que los sostengan. No hay nada que lo garantice hacia atrás, y está su
vida entera entregada al acto de gozar.
Desde el punto de vista cultural, la política se ha vuelto un
bien de consumo como cualquier otro, en donde cada cual compra el relato que
quiere. La pos verdad –oír lo que uno quiere escuchar‑, es la consecuencia de
la actividad política vivida como si fuera una película, una canción, un libro
o una obra de teatro. Esa es la causa por la cual en Argentina Durán Barba
recomienda no discutir en televisión durante las campañas electorales, porque al
ciudadano, esto es, al consumidor de relatos, no le resulta placentero ver
gente que se pelea entre sí.
Hemos pasado de las grandes ensoñaciones políticas, utopías,
a la búsqueda de respuestas en el plano de lo personal. De los discursos
pensados para la gente en su conjunto, el pueblo, a la comunicación en redes.
El gran acierto de Durán Barba que posibilitó el triunfo de
Macri en Argentina, fue haberle dado contenido a aquello que decía Antonio
Machado: “Si te diriges al pueblo, te diriges a todo el mundo y entonces nadie
se dará por aludido, pero si te diriges al hombre, entonces sí, todo el mundo
se dará por aludido”.
Esta nueva fenomenología de la subjetividad, hace que por
ejemplo, en los locales políticos, cuando llega la campaña electoral hay que
aplicar un principio que hoy se recomienda para todos los comunicadores que
hacen política. 1) No digas nada. 2) No insultes a nadie. 3) Si te insultan, no
contestes.
Esta situación es novedosa en la historia, porque hasta ahora
la política exigía un planteo, una propuesta y una hoja de ruta que se daba a
conocer en las campañas electorales. Hoy conviene no decir nada importante,
porque cualquier cosa puede ser mal interpretada, como se ve con claridad en
las redes sociales en donde el odio circula a mayor velocidad que la
solidaridad.
Se perdió el hilo de Ariadna conductor entre la identidad social
de las personas y la identidad política. Lo que Real de Azúa llamaba clivaje.
En ausencia de un anclaje caracterológico, ya las opciones no
coinciden con lo que tradicionalmente se llamaba intereses de clase. Aquellos seres,
como decía Hebert Marcuse eran el hombre organización, en donde lo que
importaba era la posición corporativa, que se disfrazaba de ideología o de
principios.
Ya no hay partidos de clase, ni nadie está buscando cambiar
las estructuras, transformar la sociedad, hacer la revolución o dar vuelta la
tortilla. La gente está descreída de la política y cuando observa el escenario
que se le ofrece, se maneja por factores emocionales.
No estoy diciendo que el Uruguay haya entrado en esta fase de
las cosas, pero evidentemente Argentina y Chile son indicadores clarísimos de
los cambios que devienen del malestar en la civilización, que no significa un
malestar contra la civilización.
Hoy ya no existe más el hombre medio, que como decía Miguel
de Unamuno, tenía tanto sentido común, que se olvidaba de pensar. Y cuando se
veía obligado a cambiar la manera de pensar, como no podía, se emperraba en no
cambiar de tema. Hoy las identidades colectivas que convertían a la vida social
en algo simple, sencillo de entusiasmar y fácil de predecir, se han transformado
en identidades múltiples y lo difícil justamente es acostumbrarse a vivir en la
diversidad: un mundo en donde el comportamiento de los demás dejó de ser
predecible.
Hoy lo que unifica a la gente, no es el ámbito de trabajo.
Antes, la pregunta dónde trabajás, decía todo de la persona, hoy la
interrogante, qué cosas te gusta, es decisiva para entender a los demás.
El individuo ya no tiene una identidad en función de lo que realiza
en el ámbito laboral, sino en lo que hace al salir del trabajo.
La política en este sentido ya no es un camino de redención
hacia el paraíso terrenal de una sociedad más justa, sino la capacidad de
gestión que se tiene para satisfacer las necesidades que cada ciudadano se ha
forjado para sí.
Hoy lo que se precisa en política es identificar el tipo de
trayectoria vital que predomina en el electorado y tratar de captar los
temores que la gente tiene.
Como el cambio tecnológico –lo que los chilenos llaman, la
revolución callada de la ciencia‑, genera vértigo en las actualizaciones
permanentes que exige y también angustia ante lo indeterminado de un futuro
robotizado, a nadie le interesa las ideas radicales del revolucionarismo, que
entusiasmaba tanto en otro tiempo.
Así de fácil son las cosas ahora, así de difíciles también.