Mientras la agencia de calificación de solvencia
Standard&Poor's amenaza con degradar el ‘rating’ de Cataluña a nivel de
Zambia, Camboya, Jamaica, Ruanda o Camerún, en el correr de estos días ya se
fueron prácticamente 400 empresas de Cataluña. Degradar el rating de Cataluña a
B implica hundirla más en el bono basura. Si persiste el conflicto seguirá
bajando la calificación precisamente por el riesgo de que esta escalada pueda
afectar la coordinación y la comunicación entre los dos gobiernos, que es
esencial para que Cataluña pueda cumplir con sus obligaciones de deuda en
tiempo y forma. Lo que está indicando una recesión económica en ciernes, aunque
el escenario de la independencia no llegue a consumarse, tal como lo he venido
sosteniendo en anteriores contribuciones al Blogger.
Según S&P el próximo paso serán elecciones anticipadas. La
conflictividad de acuerdo a los analistas de dicha agencia pone en cuestión la
refinanciación de los instrumentos de deuda a corto plazo, y socava la eficacia
del apoyo financiero estatal, en un momento en donde Cataluña necesita en
noviembre refinanciar un vencimiento de deuda de 290 millones de euros y otros
540 millones en enero de 2018.
Ya se está sosteniendo que Cataluña no tiene la estructura de
funcionarios necesaria para ser una República independiente y que el sector
público catalán no es capaz de gestionar el país. De esta forma los trabajadores públicos que
realizan funciones en el Instituto Nacional de la Seguridad Social, en la
Tesorería General, las oficinas del Documento Nacional de Identidad o en
Defensa son trabajadores del Estado español, y por ende, en caso de que se independice Cataluña, el nuevo gobierno tendría que formar y capacitar nuevos funcionarios para llenar esos puestos. Por
ejemplo, la recaudación tributaria depende exclusivamente del Estado y Cataluña
tendría que formar personal adecuado para tal fin, adquirir conocimientos para
poder hacerlo y contar con las herramientas necesarias.
En la actualidad cuentan con unos 200 mil funcionarios
públicos, de modo que para funcionar como país desarrollado tendrían que
contratar otros 200 mil.
Tarde parecen estar entendiendo que una cosa es declararse
independiente y otra muy diferente es conquistar la independencia. 5 años de
propaganda intensa sobre la creación de las estructuras del Estado conducen ahora
a esta amarga convicción. Los independentistas catalanes nunca previeron que
España está dispuesta a pagar un costo económico para defender su proyecto
político y en esa tensión quien más pierde es Cataluña.
Tomando otra situación igualmente rupturista, pero con un
carácter diferente, Theresa May encuentra que las negociaciones del Brexit están
en un punto muerto. Según Michel Barnier: “Estamos en un bloqueo preocupante en
las cuestiones financieras”. Van por la quinta ronda de negociaciones y el
balance no es muy positivo.
Falta concreción de los derechos de los europeos en el Reino
Unido, claridad en las propuestas para Irlanda del Norte, pero sobre todo hay
un choque en las cuestiones de dinero y de estrategia. Tarde están
comprendiendo que el peor acuerdo, es la falta de acuerdo. Esta inseguridad
condujo a una caída inmediata de la libra que perdió en torno al 1 por ciento
en su cotización frente al dólar y pasó de 1326 a 1328.
Ante esta situación de inestabilidad Theresa May da la
callada por respuesta y su silencio refleja la encrucijada en la que han caído
los británicos. Con su premier cuestionada, su Gobierno dividido, la economía
congelada y la negociación con la UE encallada, May no sabe cómo salir del
atolladero. Los británicos nunca previeron que la Unidad Europea está dispuesta
a pagar un costo económico por defender su proyecto político y en esa tensión
quien más pierde es Inglaterra.
La situación de Inglaterra y Cataluña es indudablemente el
signo de estos tiempos, pautado por un choque de debilidades. Ni Carles
Puigdemont puede independizarse a la torera, ni Mariano Rajoy puede impedir lo
que hará de cualquier modo. Ni Europa puede negarle a Inglaterra que formule
otras reglas económicas de juego, ni Inglaterra puede darle carácter global a
sus propuestas.
En cualquiera de los dos casos caminan bordeando el
precipicio. Por rara coincidencia ni Carles Puigdemont puede contestar con
claridad si declaró o no la independencia, ni Theresa May quiere decir qué es
lo que votaría en un segundo referéndum sobre el Brexit.
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