martes, 17 de octubre de 2017

Cuando victimizarse es la única carta en política.

        El conflicto catalán y el manejo que hace el gobierno de Rajoy van llevando las cosas a un punto peligroso de no retorno. Es de hecho un diálogo de sordos. Pretender que Cataluña negocie de nación a nación con España, es tan inconstitucional, como inadmisible. Tendría que haber un referéndum de toda España y no solamente en Cataluña.
        El Tribunal Constitucional en este punto sostiene: "Ni el pueblo de Cataluña es titular de un poder soberano, exclusivo de la Nación española constituida en Estado, ni puede, por lo mismo, ser identificado como un sujeto jurídico que entre en competencia con el titular de la soberanía nacional".
        Con respecto al referéndum el TC afirma: “Lo que a todos afecta, es decir, la permanencia o no de ese Estado común en que España quedó constituida, no podría, llegado el caso, sino ser reconsiderado y decidido también por todos; lo contrario entrañaría, con la ruptura de la unidad de la ciudadanía, la quiebra, en términos jurídico-constitucionales, de la Nación de todos".
        La prisión a Jordi Cuixart y Jordi Sànchez, presidentes de ANC y Òmnium respectivamente, por haber promovido el asedio a la Guardia Civil el 20 de setiembre; la prisión preventiva para el mayor de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluis Trapero y para la intendenta Teresa Laplana, por la pasividad permisiva de la policía autonómica es la primera señal de un proceso de encarcelamiento en marcha.  El Código Penal español califica estos delitos como de  rebelión, sedición, prevaricación, malversación de caudales públicos e incitación al odio.
        El tema de fondo radica en el hecho de que si el gobierno no procede escarmentando de alguna forma, a la larga el triunfo es del independentismo.
        Mientras Carles Puigdemont le dice por escrito a Rajoy: “La prioridad de mi gobierno es buscar con toda intensidad la vía del diálogo. Queremos hablar, como lo hacen las democracias consolidadas sobre el problema que le plantea la mayoría del pueblo catalán que quiere emprender su camino como país independiente en el marco europeo.”, éste lo intima a que defina si declaró o no la independencia.
        El requerimiento del gobierno dice que «El presidente de la Generalitat confirme si alguna autoridad de la Generalidad de Cataluña ha declarado la independencia y/o si su declaración del 10 de octubre de 2017 ante el pleno del Parlamento implica la declaración de independencia al margen de que esta se encuentre en vigor o no».
        Puigdemont lo emplaza a Rajoy a dialogar en nombre de una mayoría que por las cifras de participación anda en un 39 por ciento aproximadamente y Rajoy lo emplaza por una definición clara de si se declaró independiente o no. En tal caso aplica el artículo 155 que suspende temporalmente la autonomía catalana.
        Acá el tema no pasa por “el diálogo sincero”, cuando el punto de partida del emplazamiento es totalmente espurio. El requerimiento del gobierno exigía una respuesta clara por sí o por no y aclaraba además que una respuesta ambigua no evitaba la aplicación del artículo 155.
        De aquí hasta el jueves 19 a las 10 horas de España (cinco de la mañana en Uruguay), todo indica que la indefinición de Puigdemont ha de continuar y a medida que avance el vencimiento del plazo, el gobierno se va a ver obligado a tomar medidas previas al artículo 155 de la Constitución española.
        Lo que ocurre parece una gran tomadura de pelo que se sostiene en el tiempo para acumular fuerzas. La tesitura dialoguista emplazando a otro de aquí a dos meses, cuando se firmó la independencia, pero el parlamento no la votó, no tiene sustento válido. No son dos países los que, al menos por ahora, negocian.
        Estamos en una semana clave desde el punto de vista político. Otra partida de póker jugada con las cartas marcadas y una campaña de victimismo para ganar la batalla de la opinión pública mundial.
        Creer que el Estado español va a reaccionar de una forma que le muestre al resto de Europa todo lo malo que es, significa jugar temerariamente con fuego al victimismo irresponsable. Pensar que tras una declaración de independencia se puede negociar de igual a igual, linda en el primitivismo ideológico más asombroso.

        Lo que estamos viendo tras esta pavorosa sensación de improvisación es la crónica de una derrota anunciada.