lunes, 23 de noviembre de 2015

La derrota de un modelo de país.




Finaliza una década y se cierra un ciclo signado en el caso argentino por un crecimiento anual del 7,5 por ciento y que al concluir deja al Banco Central sin divisas.
Un modelo de país y un proyecto de sociedad basado en el clientelismo político de los Planes Trabajar y el asistencialismo sin contraprestación, planchando las tarifas públicas, hasta volver insolvente a las empresas del Estado.
Un modelo de país pensado para una economía de rapiña en donde los delincuentes pueden hacer lo que quieren y quien trabaja honradamente debe pagar impuestos por servicios que no recibe y rendir cuentas de cada cosa que hace.
Un modelo de país estructurado en función de la militancia política interna, en donde la opinión pública y la ciudadanía no interesan sino simplemente, las pujas internas por migajas presupuestales en el reparto corporativo.
Un modelo de país que toma la legitimidad de origen -el haber sido votado en las elecciones-, sin importarle la legitimidad de ejercicio y que no acepta el hecho de que la democracia no es el gobierno de la mayoría, sino el gobierno de la mayoría que respeta a la minoría.
Un modelo de país que se postula como una entidad superior a todo lo que se hizo anteriormente y que según decían, vinieron a refundar un país refundido, despreciando incluso los símbolos nacionales que están en la base del surgimiento de estas naciones.
Un modelo de país confrontativo y pendenciero, en donde ellos pueden hablar atrincherados para la barricada, pero no aceptan la más mínima crítica y cuestionamiento. Son impolutos, son de izquierda, son otra categoría de ciudadanos.
Finaliza un modelo de sociedad que hereda la fractura de los años 70', de lo que André Malraux llamaba “El tiempo del desprecio”. Son hijos de ese tiempo y no conocen la razón, sino la violencia, que como les fracasó en combate, se convirtió en violencia verbal contra los opositores.
Un modelo de sociedad en donde la viveza criolla y estafar al de al lado es la forma de abrirse camino en la vida.
Un modelo de sociedad que lo único que sabe hacer es emplear gente en el estado y desplazar a quienes llevan 20 años trabajando.
Un modelo de sociedad en donde una aristocracia del mérito, la mérito cracia, la élite de poder, los iluminados le dicen a la gente lo que tiene que pensar, leer, no fumar, no beber, no usar sal, como venganza política contra aquellos sectores de la producción que no quisieron financiarles la campaña electoral.
Un modelo de sociedad cerrada, que mientras exonera de impuestos a los grandes capitales destruye el ahorro interno y la generación de puestos de trabajos con un dólar planchado con la sola finalidad de bajar los costos de un estado leviatanezco.
Un modelo de sociedad que niega desde el gobierno la información veraz y detallada maquillando cifras y truchando los resultados, impidiendo al que viene tener la información que realmente importa para gobernar: La información para la toma de decisiones y que no tolera que otro, que está fuera de esa secta organizada las 24 horas del día, tenga información relevante que ellos niegan y se niegan. “¡Cómo sabe eso!” Dicen en su soberbia y arrogancia de ignorantes engreídos y encorpetados, cuando eso fue publicado en la prensa y cualquiera que carezca de anteojeras ideológicas pudo haberlo leído. Y esto en la era de Internet y de las Tecnologías de la Información y en donde basta tener la palabra clave para encontrar lo que se busca. Lo que está indicando que son criaturas más dignas de Orson Wells y su Ciudadano, que del siglo XXI que ya comienza a despuntar.
Un modelo de sociedad en donde la oposición también es ciega y cree que se gobierna desde el periodismo y se limita a comentar simplemente. No se dieron cuenta que una cosa es comentar la política y otra bien diferente es hacer política. El rol de una verdadera oposición es controlar políticamente lo que se hace en los diversos organismos del estado, plantear sus ideas en los proyectos de ley y organizar el debate racional en una sociedad democrática.
Ya fue dicho en otros post en este blogger: El que fija la agenda política es el que realmente ejerce el poder, porque gobernar es el arte de conducir hombres, formar equipos y poner ideas fuerza al servicio de los objetivos que se pretende llevar a cabo. Evaluar desde la oposición una gestión es crucial para saber lo que hay que hacer luego. Nadie seriamente gobierna refundando, inventando un mundo nuevo, un raro modelo extemporáneo. Porque la creencia de los izquierdistas de que solamente ellos pueden controlarse a sí mismos es de un totalitarismo totalmente fuera del equilibrio de poderes y el estado de derecho republicano.
Un modelo de convivencia en donde la sociedad se fractura entre los buenos; ellos, los infelices y los falsos pobres están en una lucha mítica al estilo del Bhagavad-Gita contra todo lo que se les opone, dividiendo familias enteras en forma irreconciliable.
Un modelo de convivencia basada en el secretismo de las decisiones y el manejo discrecional de las cuotas de poder que se tienen, empoderando en los cargos verdaderas nulidades solamente, porque son afines y obsecuentes con los líneamientos politicos que a telefonazo les dirigen desde “Central”.
Un modelo de convivencia que lo único que conoce es el rebelde, el ultra, el loquito suelto y el súbdito, el obsecuente y que ignora al ciudadano.
Un modelo de convivencia en donde lo único que importa es lo que el Estado me tiene que dar a mí y no lo que yo debo dar a cambio. En donde el individuo solamente tiene derechos y ninguna obligación para con nadie, ni nada.
Un modelo de convivencia mesocrático, basado en la medianía, en la obligación de ser como todo el mundo, que no acepta la excelencia, la calidad, ni siquiera al hombre de corbata.
Un modelo de economía que penaliza la generación de riqueza y lo único que sabe decirle al operador económico es pague, pague y pague.
Un modelo de economía que pone en manos de cualquier cosa de las barriadas la decisión sobre con quienes tienen que hacer negocios los operadores económicos y con quienes no.
Un modelo de economía en dónde el sindicalismo se permite a si mismo decirle a los empresarios qué tienen que hacer y que no y espantan a los inversores, cuando después de realizado el emprendimiento se les quedan con la planta industrial.
Un modelo de economía basado en una dictadura financiera, que a los únicos que les sirve es a los grandes capitales para repatriar cada dos años las divisas.
Un modelo de economía que opera financieramente con el dólar planchado, liquidando la exportación del trabajo nacional y por la detracción regional que genera en el mercado interno, tampoco le sirve a los importadores que pretende favorecer.
Los aires ahora si, empiezan a ser los Buenos Aires y Argentina es quien abre el fuego de un efecto en cadena, que a los primeros que ha de beneficiar por la cercanía y los vínculos, es a Chile, Paraguay y a nuestro país. Todos sabemos que por hilos invisibles los procesos nacionales se reproducen en su contenido profundo, aunque cambien en las formas que adoptan en cada lado. De esto, también hay que darse cuenta. No es imitando a la Argentina, es inspirándose en su ejemplo.
Finaliza el Siglo XX, sin aplazados, sin escalafón, con la igualdad entre honrados e inmorales, problemático y febril y se inicia el Siglo XXI.



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Sí Señor, se puede.