Después de 12 años continuados de gobiernos dirigidos por individuos
del mismo apellido y miembros de la misma familia, está llegando a su fin, lo
que bien podríamos definir como la dinastía de los Kirchner’s. Como bien dice
Sergio Massa: “Perdió Cristina, perdió La Cámpora, perdió la soberbia".
Quedante, se le dice en política a los que llevan los
principios y las ideas en el trasero; lo único que les importa es el calorcito
que les da la silla en donde están sentados. Son quedantes, quieren quedarse y
punto. Para una cosa así, signado por la más baja mediocridad mental y moral,
perder la silla suele ser traumático. Es gente que si no aprovechó para robar,
no tiene otra cosa más que hacer en la vida.
Un profesional, un industrial, un comerciante, alguien que
tiene una profesión, si pierde el cargo político, vuelve al llano y al otro día
comienza a trabajar, en cambio un quedante, si se queda sin ese lugarcito en
donde se arrellenó muere socialmente.
La alegría que se nota en los argentinos, la conquista de la
esperanza, sacarse de encima a los quedantes que agobian impositivamente al que
trabaja, viene de un sentimiento profundo de libertad individual, que en este
caso como sostenía John Stuart Mill hace a lo privado, a lo íntimo, a aquello
que ninguna sociedad tiene derecho a manipular. Los quedantes creen que pueden
controlar hasta la manera de pensar y vivir de los demás. Cuando Massa
sostiene: “No necesitamos cargos, necesitamos cambios”, sabe lo que dice,
porque los conoce a los quedantes.
Hoy los argentinos sienten un profundo suspiro de alivio
porque gane quien sea, será una decisión personal, libérrima y propia la de
optar por un candidato o el otro y no un instinto gregario basado en el
mimetismo animal de moverse en política, como si Vicente siempre tuviera razón,
solamente porque hacia allí va la gente. Después de tantos años de mirarle el
trasero a Vicente hoy felizmente, en el vecino país, soplan vientos de fronda,
como los que llevaron al triunfo a Raúl Alfonsín.
Los argentinos viven mal porque piensan mal, ahora por
primera vez comienzan a pensar mejor y dar claras señales de que ya no es la
partidocracia quien determina la manera de pensar, sentir, actuar y votar, basándose
en el pobrerío para medrar con Planes Trabajar. Como muy bien dice Elisa Carrió:
“Creo que sólo las clases productivas y prósperas van a sacar a los pobres de
la pobreza y este es el compromiso moral de las clases medias argentinas. Somos
nosotros los que tenemos que liberar a los pobres y no ellos liberarse, porque
ellos están esclavos del uso político". Darle voz a los que no la tienen
es una cosa, disfrazarse de falso pobre y enriquecerse es otra bien diferente.
Hasta hoy por muchos motivos y pocas razones, votaban como las
vacas al cencerro y a partir de ahora comenzarán a razonar como hombres libres
y no condicionados por la tiranía de la mayoría y la opinión de los demás de
los demás, sin entender que uno también, es parte de esos demás
Dejarán de decir: “A la gente lo que le gusta es”, como si
uno no fuera gente y viviera en la estratósfera y comenzarán a afirmar: “A mí
lo que me gusta es”. Quedará atrás esa manera de opinar en política diciendo: “Aquí
lo que hay que hacer”, sin decir quién es el que tiene que hacer eso y cuántos
pies hay que pisar para llevarlo a cabo. Ya no dirán: “En este país lo que pasa”,
sino: “En nuestro país lo que ocurre”. El argentino dejará de sentir que el
otro es un eterno desconocido, una cosa que está allí y entenderá como decía Antonio
Machado que “en casos de vida o muerte se debe estar con el más prójimo” y no
necesariamente con el próximo.
Comprenderán que en política existe “la soledad del poder” y
que se puede estar en lo más alto rodeado de obsecuentes y a las primeras de
cambio, caer en lo más profundo del abismo, que no se puede subestimar al
rival, que no hay nada más ingenuo que acusar de ingenuo a otro. Aprenderán que
ningún almuerzo es gratis y que las promesas de hoy, son los impuestos de
mañana.
Hoy viven la caída de los dioses y el fin de los mitos.
Una Argentina fraccionada entre los buenos y anti liberales y
los malos, los liberales –algo realmente absurdo porque las cosas son al revés,
precisamente-, con familias divididas que por razones políticas dejaron de
hablarse -algo que no ocurría ni durante la dictadura-, con dirigentes políticos
gubernamentales que desde sus cero kilómetros bajan a explicarle a gente que está
sumida en la más pavorosa pobreza, lo mal que se vivía en la época en donde ellos
eran dirigentes menemistas; una Argentina con todo este lastre, hoy parece
despertar gane quien gane.
Hasta ahora la gran dificultad de gobernar sin el peronismo
venía no porque la CGT hiciese politiquería o le declarase la guerra al
radicalismo, sino porque la presencia del peronismo era aplastante a nivel
nacional, Provincia por Provincia, Partido por Partido; hasta en el más
apartado pueblo del interior existen unidades básicas peronistas. Las demás
fuerzas o tienen figuras muy votadas y queridas o bien mantienen presencia
solamente en su Provincia. El único que puede disputar al peronismo la existencia a lo largo y a lo ancho de
Argentina es el radicalismo.
Esto hizo que todas las alianzas opositoras lo tuvieran al
partido radical como el vertebrador a escala nacional. El abogado de Provincia,
el contador, el escribano, el médico, el profesional universitario es clásicamente
el radical. El radicalismo fue siempre un partido de cuadros, desde sus viejos
tiempos de los Ateneos y funciona como una secta letrada, verdadera
aristocracia del mérito, que hace acuerdos coyunturales con figuras y partidos
y que al otro día de la elección terminan abriendo caminos o que, si logra
gobernar, como Alfonsín o De la Rúa, lo dejan solo no bien los vientos comienzan
a soplar en contra el gobierno.
Por primera vez ocurre ahora un hecho inédito y digno de
estudio particularizado; Macri tiene presencia nacional y barrial en lugares
que era imposible entrar porque formaban parte del infranqueable núcleo duro
peronista. Es un dato no menor en la política argentina que en muchas regiones
de la pampa húmeda Cambiemos obtuvo el 40% e incluso logró acercarse al 50%; el
candidato oficialista, en cambio, osciló entre el 20 y el 30% y en algunos
casos llegó a quedar tercero.
Los mariscales de esta situación, que ya de por sí es una
derrota para los “barones del peronismo”, están ahora en una pugna interna
buscando purgar a aquellos que consideran responsables, empezando por el mismo Scioli.
Como bien dice Sergio Massa: "Mientras Scioli no sea el líder de su fuerza
política no puede gobernar nada" y todos vemos que efectivamente Scioli no
es un dirigente, sino un dirigido. Es nada menos que el máximo dirigente del
Frente UNA quien afirma: "Scioli tiene que dejar de ser empleado de
Cristina", algo de sentido común por otra parte, porque lo que hemos visto
durante este periodo es que si algo caracterizó a Cristina es ponerle el dedo
hasta lo más profundo del conducto rectal.
Massa, que es el fiel de la balanza en este ballotage tiene
con Scioli una cuestión de carácter personal. Nunca se olvidará del asalto a su
casa en Tigre en 2013, que fue una operación de desestabilización hacia Massa
por parte del kirchnerismo, cuyos responsables fueron procesados. Y Massa
tampoco dejará pasar que Scioli abandonó una alianza con él y Macri en 2013
también, justamente 24 horas antes de un anuncio que fue abortado por el
gobernador bonaerense. La deserción de Scioli de una alianza opositora a
Cristina fue algo más que una decisión política; apareció en Scioli esa timidez
congénita que lo inhibe para distanciarse de Cristina. Algo igual a lo que
ahora le sucede, cuando desmarcarse es la única forma de evitar la debacle
final.
Todo esto explica los guiños de Massa hacia Macri, pese a
dejar en libertad de acción a su electorado. Para hacerse con la conducción del
peronismo y volverse opción de poder dentro de cuatro años, a Massa le conviene
una crisis que lo tiene a él ahora, como el fiel de la balanza. Quiso una alianza
con Macri y no se la dio; ese es el único problema que tiene con Mauricio y
para entrarle al aparato peronista se necesita una crisis política de carácter auto
destructivo, como la que sobreviene en esa fuerza política ante el hecho de
volver al llano. Así, cuando conocieron la derrota con Alfonsín y De la Rúa, la
única contribución que tuvieron, fue embarrar la cancha, apagando los incendios
que ellos crearon con gasolina y dinamitando desde la CGT todo acuerdo
razonable y sensato.
Sergio Massa con fino olfato político sostiene que: "Se
termina la Argentina de los excesos desde el poder. Algunos creyeron que con el
voto escrituraban el Estado".
No solo Massa influye, también De la Sota y Lavagna se
desmarcan de Scioli. "Yo estoy en el campo del cambio", dijo Lavagna.
Y cuando le consultaron si esa opción era votar a Macri, respondió: "En
principio, sí". Al instante, remató: "Claramente, el cambio es no
votar al Frente para la Victoria". Hasta Hebe de Bonafini, titular de las
Madres de Plaza de Mayo, dijo que Scioli "no es un tipo querido ni
creíble" y el jefe de la CGT más cercana a la Casa Rosada, Antonio Caló,
aseguró que Scioli "sabe que tiene que cambiar", lo cual
palmariamente está indicando que habría que ver si el que votó a Scioli, lo
vuelve a hacer en un ballotage.
Todo esto responde a un hecho político: Massa necesita
mostrarse como el cambio, porque es la señal que da hacia el núcleo duro
peronista en crisis, para presentarse de aquí a cuatro años como la renovación
peronista. Algo similar a lo de Menem que ante los ortodoxos y viejos
dirigentes era parte de la renovación.
En sus intervenciones Massa habla con claridad
y dice: “La gente no quiere continuidad” y sostuvo: "El problema es de
Scioli si no puede romper con el kirchnerismo". Lo que indica que únicamente
basta esperar cómo actúa el massista de a pie, porque exceptuando a Malena
Galmarini, la esposa de Massa, todo indica que en el Frente UNA, entre un
Scioli dominado por Cristina y un Macri generándole una crisis muy grande a la
guardia vieja, prefieren a este último, dado que de aquí en mas el escenario
político lo pone en condiciones de liderar un nuevo peronismo.
La opinión de los intelectuales kirchneristas como Horacio
González es más expresiva por lo que no dicen, que por lo que dicen. Así
sostiene: "Todos los que quieran que Scioli sea el próximo presidente,
tienen que sumarse y dejarse de distraer con huevadas y preocuparse por temas
importantes".
Pregunto yo: ¿Y en qué cosas andan los que quieren que Scioli
sea el próximo presidente?
No cabe duda que se trata de gente que no le importa, ni le
interesa, que el dólar paralelo vuelva a subir y alcance la barrera de los 16,
o que el costo de vida anual sea de un 25,91 por ciento.
Le dejaron una bomba de tiempo al que venga y creo que es
eso, fundamentalmente, lo que tiene que cambiar en el vecino país.