El peronismo como partido y el
justicialismo como movimiento son fenómenos poco estudiados en el Uruguay.
Es tanto el rechazo anti peronista que
trajo consigo el neo batllismo, que si bien es verdadero y auténtico dicho
repudio a esta forma de totalitarismo encubierto, demasiado juicio de valor
adverso, no permitió estudiar con serenidad y claridad mental el peligro que
semejante fenómeno político, único en el mundo, representa.
El
primer equívoco es quedarse en las apariencias del individuo que encabeza el
movimiento. Porque si bien es cierto que Juan Domingo Perón era un admirador de
Benito Mussolini, el peronismo no es
capitalismo de estado es capitalismo de amigos, en un desfibramiento del
derecho público que opera en conjunción y cohecho con el privado.
“El poder es como un violín” –decía Perón-,
“se toma por la izquierda, pero se toca con la derecha”.
El ejercicio de la función presidencial
con esta filosofía de Estado, se basa pura, única y exclusivamente, en el culto
a la personalidad del líder. Perón tenía impunidad verbal para decir cualquier
cosa y siempre lo aplaudían tirios y troyanos. Era un gran encantador de
serpientes que borraba con el codo, lo que escribía con la mano.
Eso hizo que se dijera tercerista en política
internacional para poder darle ciudadanía y cobertura a los nazis, que se
dijera defensor del movimiento obrero para masacrar anarquistas, comunistas y
opositores en general, que se dijera defensor del justo equilibrio entre
trabajo y capital para robar como nunca antes había ocurrido en la historia
argentina.
Lo que caracteriza en términos económicos
al peronismo es la defensa de la industria liviana, cometiendo el error más
grave que se puede cometer en el capitalismo dependiente; no querer darse
cuenta que existe industria liviana, porque primero existe una industria pesada que la
posibilita.
La sustitución de importaciones llevada
al extremo de Perón hizo que un zapato fabricado en la Argentina, terminara
costando más caro que un casimir inglés vendido a precio de vitrina.
“Nosotros los peronistas, no entendemos
de economía”, repetía siempre “El Pocho”, mientras le regalaba una motito a
cada mujer que se acostaba con él.
Abelardo Ramos sostiene que peronista es
el nieto y el bisnieto del inmigrante; el hombre que pese a que es latino, se
siente sometido al poder extranjero y por eso tiene complejo de indio.
Lo que está indicando que el proceso de
cohonestación, integración e inclusión social en Argentina fue al revés de los
otros países. Mientras en el resto del mundo al que se estigmatiza es a quien
viene a bajarle el valor de la fuerza de trabajo a los otros, en Argentina se
le dio todos los privilegios habidos y por haber al inmigrante y se le negó al
nativo los suyos. Eso trajo como consecuencia lo que se dio a llamar la
conspiración de los nibelungos, de los que pelean a la chita callando, porque
les molesta vivir como un tiquis mitis, mientras otros usurpan lo suyo a cuatro
manos. Se dio la viveza criolla como un fenómeno extendido a todo el organismo social y que consistía en agarrar de gil al gringo que no chapa nada.
“Civilizar es poblar” decía Alberdi; “Civilización
o barbarie”, Sarmiento y al grito de no escatimen sangre de criollo la
emprendieron contra el nativo. “Martín Fierro” de José Hernández es la expresión
de lo que ocurrió previo al proceso inmigratorio que Inglaterra tenía
planteado. Fue una política de aniquilación.
El problema es que la oligarquía
ganadera y la nueva, oportunista y avivada burguesía rentista ligada al sector
de la construcción tenían, era que ellos querían “razas laboriosas” como en
Estados Unidos. Se entiende que raza laboriosa son los irlandeses y los
alemanes, no los españoles y los italianos.
Cuando la burguesía argentina ve que eso
es una cueva de anarquistas y busca vida, decide con la Ley Saenz Peña
expulsarlos y si bien logra sacarse a los más peligrosos de encima, no logró
aplacar el rumor sordo de esa masa desclazada y pre proletaria.
El peronismo crea entonces una ficción
cinematográfica que es digna de estudio. Aparece el gauchi-político, hombres
como Gabino y Betinotti cantándole a la clase obrera italiana y española.
Nace la pampa trágica, no ya como ficción
cinematográfica, sino como un drama colectivo.
Veo nacer un pampero trágico. Un Uruguay
en donde primero te castigan y después te acarician.
Como decía José Luis Borges: “Me volví
daltónico, a los rojos los veo verdes, a los
azules los veo rojos, a los verdes los veo pardos y a los blancos los veo negros”.
También los genios como Manzi se equivocan.