Escribo
esto pensando en que los jóvenes deben vernos a los veteranos, como gente rara
que habla de cosas que no se pueden entender.
Deben
sentirse como yo cuando discutía con anarquistas del año 30’ y al decir una cosa, empezaban a insultarme
furiosos, porque eso se parecía a algo, que dijo alguien, aquella vez y en
aquel lugar, para justificar la dictadura de Terra.
¡Qué
tengo que ver con Gabriel Terra, porque dije esa cosa!
Supongo
que deben tener miedo de conversar con uno, porque la realidad política de esta
campaña crucial que estamos viviendo, mueve todo.
Aspiro
al menos ‑si me leen‑, a que mis observaciones les permitan ilustrar la
comprensión del presente incierto en que estamos.
Hoy
nos encontramos con gente en el gobierno, que en otra época dijo, que a
diferencia de los blancos y los colorados, que eran puramente electoreros,
tenían ideología.
Tener
ideología quería decir tener principios, coherencia, bases programáticas y un
nivel de discusión elevado, con ideas, con planteos y no por cargos
parlamentarios.
El
tener ideología los ponía por encima de los demás, eran distintos, mejores,
gente con altitud de miras.
Discutías
con ellos y al decir algo que no les gustaba, iban a la biblioteca, sacaban un
libro y decían: “Léete esto que se te van
a ir todos los baches” y no era, como después quisieron justificar porque entonces la revolución estuviera a
la vuelta de la esquina; eran así por idiosincrasia, por la concepción de
las cosas que tenían y tienen.
Lo
que estamos viendo ahora parece ser un estadio terminal y senil de aquella
mentalidad, no una mera transformación en lo contrario como puede parecer a
primera vista.
No
es porque el gusano se convirtió en mariposa y el agua hervida en vapor,
siempre vivieron de la degradación de la verdad. La diferencia está en el
tamaño numérico y el poder de prédica. Hoy están en el gobierno y tienen un
escenario más grande que el de un grupúsculo insignificante. Esa es la
variante, nada más.
Conocí
gente que justificaba los crímenes de Stalín diciendo que ese nivel de
industrialización no lo podía llevar a cabo cualquiera y que pese a muchos “errores”, hizo lo que históricamente había que hacer.
¡Cualquier
parentesco con Tabaré Vázquez es pura coincidencia!
El
famoso Caso Padilla es bien ilustrativo de esta mentalidad que hoy nos
gobierna.
Heberto
Padilla apoyó la revolución cubana desde el comienzo y fue corresponsal cuando
triunfa Fidel Castro, de Prensa Latina en la Unión Soviética entre el 62’ y el
64’.
Cuando
regresa a Cuba en el 66’, después de haber representado el Ministerio de
Comercio Exterior, llega desengañado y con una visión crítica de Rusia y de
Cuba.
Pese
a que criticaba la revolución cubana, en el 68’, le dieron el Premio Julián del
Casal, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Ese
premio le generó conflicto interno al Comité Director de esta institución. "Luego
de un amplísimo debate, que duró varias horas", le publicaron las obras,
pero aclarando que "son ideológicamente contrarios" a la revolución
cubana.
El
comité director señalaba, entre otras cosas, que Padilla, amparándose en "una ambigüedad mediante la cual pretende
situar, en ocasiones, su discurso en otra latitud", se lanza "a
atacar la revolución cubana". El poeta "mantiene dos actitudes
básicas: una criticista y otra antihistórica. Su criticismo se ejerce desde un
distanciamiento que no es el compromiso activo que caracteriza a los
revolucionarios. Este criticismo se ejerce además prescindiendo de todo juicio
de valor sobre los objetivos finales de la Revolución y efectuando
transposiciones de problemas que no encajan dentro de nuestra realidad. Su
antihistoricismo se expresa por medio de la exaltación del individualismo,
frente a las demandas colectivas del pueblo en desarrollo histórico y manifestando
su idea del tiempo como un círculo que se repite y no como una línea
ascendente. Ambas actitudes han sido siempre típicas del pensamiento de
derecha, y han servido tradicionalmente de instrumento de la
contrarrevolución", dice la declaración de la UNEAC, que también recrimina
a Padilla su apoyo a Cabrera Infante, un "tránsfuga [...], quien se
declaró públicamente traidor a la Revolución".
¡Cualquier
parentesco con el discurso del Frente Amplio hacia su gente es una mera
coincidencia!
Padilla
es detenido el 20 de marzo de 1971 a raíz del recital dado en la Unión de
Escritores, donde leyó Provocaciones. Arrestado junto con la poetisa Belkis
Cuza Malé —su pareja desde fines de 1967‑, se casaron el 25 de enero de 1971 y
la hija del primer matrimonio de esta, María Josefina que vivía con ellos,
fueron acusados de “actividades
subversivas” contra el gobierno. Su encarcelamiento provocó una reacción en
todo el mundo, con las consiguientes protestas de conocidísimos intelectuales
entre los que figuraban Julio Cortázar,
Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Alberto
Moravia, Octavio Paz, Juan Rulfo, Jean-Paul Sartre, Susan Sontag, Mario Vargas
Llosa y muchos otros. Después de 38 días de reclusión en Villa Marista,
Padilla leyó en la Unión de Escritores su famosa Autocrítica, en la que reniega de sus obras e ideas
expresadas anteriormente.
Con
el caso Padilla se terminó el idilio de la intelectualidad con la revolución
cubana. Ningún intelectual que se respetara podía después de eso, estar con ese
gobierno.
Después
de ser puesto en libertad, Padilla, desempleado, se entregó al alcohol, según
Cabrera Infante. Su esposa —cuyos padres habían abandonado Cuba en agosto de
1966 y vivían en Miami— logró salir con el hijo pequeño (6 años) de ambos,
Ernesto, hacia Estados Unidos en 1979, mientras él sobrevivía con traducciones
que hacía para el Instituto del Libro. Al año siguiente, gracias a la presión
internacional y particularmente a las gestiones del senador Edward Kennedy, Padilla pudo seguirla. Llegó a Nueva York, vía
Montreal, el 16 de marzo de 1980, pero, como testimonian Cuza Malé y Cabrera
Infante, esta experiencia y el exilio cambiaron a Padilla, que enfermó
espiritualmente y nunca pudo reponerse del todo.
En
Estados Unidos no tuvo una vida fácil: fue muy criticado por parte de la
emigración cubana debido a su participación, junto con otros escritores
exiliados y de la isla, en el Encuentro de Estocolmo (mayo de 1994). Algunos
sectores, especialmente el de los cubanos de Miami, consideraron que esa
conferencia, convocada por Centro Internacional Olof Palme, era una
manipulación del gobierno castrista, por lo que la condenaron a priori y a ella no asistieron la
prensa de esa ciudad ni la Radio y Televisión Martí. Los ataques arreciaron
después de que los participantes se pronunciaran contra el embargo a Cuba. El
encuentro, según la poetisa y ensayista Lourdes Gil, le costó su trabajo en el Dade College de Miami, ciudad donde
residía (también su hermana Marta vivía allí) y que finalmente tuvo que
abandonar.
Padilla
tenía, además, serios problemas cardiacos y de diabetes. En febrero de 1997
sufrió dos infartos seguidos y tuvo que dejar su trabajo, pero, en la medida de
sus posibilidades, continuó dando clases en universidades.
Padilla
y Cuza Malé terminaron separándose en 1995, a iniciativa de ella, según la
poetisa. Con su primera esposa, Bertha Hernández, había tenido tres hijos. Su
última pareja fue Lourdes Gil, a la que conoció al día siguiente de llegar a
Nueva York y con quien entabló una relación sentimental a partir del Encuentro
de Estocolmo, en 1994.
Murió de un ataque al corazón a los 68 años,
recostado en su apartamento en Auburn, Alabama, en cuya universidad había
comenzado a enseñar cinco semanas antes.
En
ningún momento vimos aquí en el Uruguay a los intelectuales indignarse por lo
que el gobierno castrista le hizo a Padilla, pese a que Cuadernos de Marcha dio
amplia difusión del caso. Lluvias de insulto contra Carlos Quijano, desde
Cartas de los Lectores, por publicar toda la documentación del caso.
Esta
gente siempre fue así y van para más.