Estamos ante el hecho cierto de perder en
nuestro país las garantías del sufragio y la pureza al mandato
popular.
Larga lucha liderada por el Partido Nacional,
con Francisco Lavandeira masacrado en el atrio de la Matriz, luchando contra “la
balota”, el voto cantado y lo que se llamaba en aquella época, el caballo del
comisario.
Costó mucho después de Masoller que en el
Uruguay el voto tuviera las garantías que luego supo darle la Corte Electoral.
Hoy estamos ante un sistema que entronca en
lo que Zbigniew Brzezinski llamaba “La era tecnotrónica” y eso desconcierta a
muchos que se entusiasman por los sistemas informáticos y pierden de vista los
nuevos desafíos y complejidades que esto tiene.
Para tener noción de donde estamos parados en
este momento con ceibalitas que funcionan mal y dedos que ponen cualquier cifra
en el teclado, leamos lo que dice Alvín Toffler en “El Cambio de Poder”
“En Seúl, Corea del Sur, en diciembre de
1987, después de dieciséis años de mandato militar, se celebraron elecciones
generales. Los resultados de esta contienda enconadamente librada fueron
aceptados al final y el país siguió con sus actividades. Pero en las horas
inmediatas siguientes al cierre de los colegios electorales, los observadores
políticos observaron ciertas peculiaridades en el resultado del escrutinio de
los votos.
En la primera evaluación de resultados, el
porcentaje que se había asignado al ganador sobre el total de votos emitidos,
permaneció extrañamente inmutable durante la noche y en todas las regiones. Un
candidato de la oposición, muy popular, manifestó sus dudas sobre la magnitud
de su victoria en la provincia de Kwangju y dijo que no podía creer que de
verdad hubiera arrasado con el 94 por ciento de los votos. En el mejor de los
casos, alegaba, hubiera conseguido un máximo del 80 por ciento. Esto hizo crecer
la sospecha de que alguien estaba manipulando no las urnas, sino los
ordenadores que recopilaban los resultados.
Nadie confirmó jamás esta sospecha, que
nosotros sepamos, pero el, corresponsal del Financial Times en Seúl, señaló,
citando a un analista político de Washington, que «sería extremadamente fácil
preparar un modelo informático de un resultado aceptable de la votación. El
cual podría haberse adaptado a las preferencias del público sobre posible
intención de voto, así como a las características regionales, de clase y edad
de los electores y a los acontecimientos que ocurrieran durante la campaña. Un
modelo así establecería la magnitud de una mayoría...».
Un modelo de esta clase podría ser utilizado
para adaptar los resultados de forma muy sutil en los distritos clave a fin de
facilitar la victoria sin dejar una pista muy descarada. Esto es posible si un
sofisticado programador, con acceso a la clave adecuada, indicara al ordenador
que asignara un determinado porcentaje de los votos de un candidato a otro, y
luego activara una hampa de desvío» que, a su vez, borraría todo registro de la
manipulación llevada a cabo.
El proyecto «Vigilancia Electoral», del
Instituto de Investigación de la Policía Urbana, casi basado en trabajos hechos
por dos científicos informáticos de la Universidad de Princeton, Jon R. Edwards
y Jay Strauss, llega a la conclusión de que «el advenimiento del recuento de
votos informatizado durante las dos décadas pasadas ha dado lugar a la
posibilidad de fraude y error electorales en una escala inimaginable con
anterioridad».
Muchos funcionarios de los organismos
responsables de la seguridad y (los que controlan las elecciones no están de
acuerdo con esto, pero Vigilancia Electoral ha conseguido el apoyo de Willis
Ware, investigador jefe de la «Raed Corporation». Ware lo expone de forma
todavía más dramática: «La vulnerabilidad de los sistemas de votación
electrónicos es tal que quizás haya un Chernobyl en espera de explotar en
alguna elección, de la misma manera que un terremoto de intensidad ocho en la
escala de Richter se espera que se produzca cualquier día en California.
Demos un giro atrás a esta situación que se
admite puramente especulativa. Imagine lo que se conseguiría sólo con que el
ordenador fuera «retocado» por parte de unos técnicos, programadores o
integradores de sistemas que trabajaran para una multinacional deseosa, por
ejemplo, de que determinado senador tuviera que abandonar su cargo. O imagine
que la urna electrónica estuviera bajo el control secreto e indirecto no de un
partido político o de una corporación, sino de una potencia extranjera.
Cualquier elección se ganaría -o se perdería- si se añadieran -o restaran- ciertas
cantidades minúsculas e inapreciables de votos en cada circunscripción sin que
hubiera la probabilidad de que nadie se enterase de la trampa.
¡Te advertimos político. Tú lo quisiste!”
Me parece más que suficiente lo que sostiene
Alvín Toffler para que en estas elecciones el recuento de los votos sea manual.