Durante los años 90’ comenzó a darse un
cambio en nuestro país, que poca gente registró en ese momento.
Por primera vez, bajo régimen
presidencialista, gana a nivel nacional el Partido Nacional y en Montevideo,
una ciudad tradicionalmente colorada, triunfa el Frente Amplio.
Todos sabemos que la capital tiene en términos
de población más del doble de los habitantes del país y eso hace que no se
pueda gobernar el Uruguay, sin contemplar a la Intendencia de Montevideo.
El centralismo montevideano, conduce a
que las otras intendencias municipales tengan como bandera la descentralización,
pero hay un hecho que está más allá de cualquier voluntarismo en política:
Montevideo tiene un peso económico, político, poblacional, administrativo,
financiero y cultural que no se le puede negar, por más que queramos que las
cosas sean de otra forma.
El adversario
tradicional estaba, por primera vez cuestionado y otros agentes históricos
intervenían en el escenario político.
El Frente desde la Intendencia de
Montevideo, también era gobierno y en ese entonces, el municipio era superavitario.
Al doctor Vázquez se le antojó –no sea
cosa-, aumentar los impuestos municipales y junto a eso, privatizar los
servicios, pero sin habilitar conjuntamente, el retiro incentivado. Ahora sí,
tan esbelta criatura, tenía nafta para ponerle al coche.
En la masa trabajadora había un
desengaño muy grande por varias causas: por la caída del comunismo a nivel
mundial y fundamentalmente, porque veían que el sindicalismo uruguayo, es un gremialismo de falsa bandera.
El Partido Nacional en la oposición,
tiene sin embargo, muchas intendencias en el interior. No se pone a escupir del plato en
donde come y, si bien marca la cancha, cogobierna
ayudando con planteos que son de recibo a nivel nacional. No se descuelga con “NO PAGO LA DEUDA EXTERNA” o cuestiones
totalmente extemporáneas de política internacional:”SOLIDARIDAD CON NICARGUA” y pavadas.
En ese momento en Argentina, había un
colapso en el Plan Austral que inventó el equipo de Alfonsín, saboteado por las
empresas formadoras de precio. El vecino país iba a un ajuste trágico y en ese
momento se van de allí, 2 millones de profesionales, mientras aparece la figura
del nuevo pobre. El error fue de Ricardo Alfonsín, que si bien era un hombre
bueno, se confió de abogados que lo único que sabían hacer era, medrar tras las candilejas.
El Partido Nacional, como en los
momentos más difíciles de nuestra historia, tenía sobre sus hombros la enorme
responsabilidad de que nuestro país aventara todos esos peligros, y pudiera
salir con bien.
Desde el punto de vista internacional
todos vimos la caída del comunismo o del
socialismo real como se le decía en ese momento y quedamos asombrados de
las cosas que se veían: era peor de lo que uno imaginaba. Muchedumbres que
disparan de un lugar a otro, un odio de carácter nacional que recordaba las
guerras del siglo XIX, gente que aún hoy comercia a lo persa, un
desabastecimiento inconcebible, grandes astilleros que no coordinan con nada y
una economía devastada en términos absolutos. Nadie quería invertir allí,
porque no existía la infraestructura necesaria para lo que en nuestro tiempo
son las inversiones de porte. El comunismo se mostró como lo que es: Una cárcel
en donde los que quieren salir no pueden y los que quieren entrarle tampoco.
Frente
a eso, aquí, la izquierda uruguaya, que había estado viviendo mucho tiempo en
Europa y sabía cómo son las cosas, inventa una supuesta contra ofensiva neo
liberal y desde su prensa derrama durante toda la década ríos de tinta contra la
enorme concentración del capital mientras otros viven en la indigencia.
Manija
pa’ que la colada no les pregunten qué hacían en la Intendencia de
Montevideo.
Los únicos que estaban de contraofensiva
en esa década, eran el doctor Tabaré Ramón Vázquez Rosas que encontró en el
subsidio del boleto el gran curro del siglo y después, el arquitecto Mariano
Arana que le dio por encepar cualquier cosa, para recaudar a como sea.
A su vez, los chupamaros por primera vez le hablaban públicamente a la gente
desde el Parlamento. Encontraron en un gauchi
político de hablar florido y muy ingenioso para largar perdigonadas ante
cualquier cosa, un nuevo escenario para dirigirse a la Doña Juana, Doña María
y Don José y toda esa gente, que antes se les oponía.
Parecían los comunistas del año 20’, que
iban en zapatillas al Parlamento.
El resto de la izquierda estaba en la contra defensiva, que significa
enfrentar el fracaso del comunismo y el colectivismo en su conjunto en una retirada táctica. Mientras le dicen
a la gente que no va la cosa, por el
otro lado buscan una nueva manera de obstruir. Se dan cuenta que no es haciendo
oposición anti sistémica, “No pago la deuda externa” y cosas así,
sino oposición sistémica, “¡Está mal, el florero no va allí, va más acá!”.
Dejan para la historia esa psicopolítica
de la psicodinamia en donde se organizaban por razones fisiológicas y vivían
todo el tiempo, un día sí y otro también, de gimnasia política permanente y ahora,
que ya no soplan vientos de fronda y el horno no está para bollos en Argentina,
pasan a decir que con mucha maduré, esto es lo que hay que
hacer.
Con mucha maduré, combatían a Lacalle como
si fuera Menem.
A Lacalle padre, no lo dejaban gobernar
y por cualquier cosa, inventaban motivos de fricción. El adversario tradicional por miedo a que su gente se hiciera del
Frente Amplio, no supo estar en ese momento a la altura de sus
responsabilidades en política y como el diario EL Día, había “sin gloria y con
mucha pena” cerrado, se pusieron a hacer seguidismo fassanezco de una suerte de sensacionalismo
en joda.
Recuerdo que el primer día que asumió
Lacalle, salió D’Elia y el PIT-CNT a realizar una manifestación en las
escalinatas del Palacio Legislativo contra el gobierno. Cuando le preguntan a “Pepe-D’Elia”,
-el que se escondió en una embajada cuando la dictadura-, por qué le hace
oposición a un gobierno que todavía no comenzó a gobernar, contesta: “Yo no me estoy oponiendo al gobierno, sino
al modelo de país”. Bonita forma de contestar para los que hicieron de la
gimnasia política su única razón de ser.
Estaba dando una señal clarísima al
sindicalismo. Les estaba diciendo: “A los camiones, muchachos”. ¡A los mionca!
Pese a eso, Lacalle impulso la
modernidad del Uruguay en el plano de la gestión ejecutiva de gobierno.
Hasta ese entonces había una resistencia
muy grande en el Estado a usar computadoras.
Los veteranos de los años 90’ se resistían.
Les parecía el colmo de la deshumanización, sufrían lo que los japoneses
llamaban “computer shock”, que
consiste en sacar la cara cuando se les dice que eso se hace mejor por
computadora.
No querían tecnificarse en términos
absolutos.
Lacalle con sabiduría inicia el retiro
incentivado y comienzan a actuar los programadores uruguayos y las nuevas máquinas
que le dieron al Estado, la primera inserción seria en el nuevo orden
económico mundial. Eso no se hacía de un día para otro, porque en aquel
entonces había una crisis de programa.
No es como ahora, que hay cinco programas para cada cosa, sino que faltaba software
para lo más elemental.
El adversario
tradicional estaba celoso y el Frente Amplio obstruía absolutamente, todas
las cosas.
El gobierno de Lacalle fue el más
importante de todos, por la cantidad de desafíos diferentes que tuvo que
sortear con sabiduría.
Se avecina un nuevo tiempo. Correr
vientos que van a limpiar tanta humedad.
El Uruguay merece un destino mejor.