jueves, 10 de julio de 2014

En el país de ciegos

       El médico de otra época, triunfaba en la vida, cuando lograba ser médico de cabecera de las familias más adineradas. Estas familias, cuando viajaban por el mundo iban siempre con su médico de cabecera. Mi tío, que no era médico, sino odontólogo, tenía de padre a un médico importante y había estado en todos lados, porque cuando esa familia viajaba, el padre lo llevaba con él.
       El padre tenía una biblioteca increíble. Era un humanista en el verdadero sentido de la palabra. Además fungía casi siempre como boticario y fabricaba especialmente, los medicamentos para sus pacientes.
       Para retribuirle a la sociedad uruguaya, lo tanto que ésta le brindaba, se sentía obligado moralmente a trabajar honorariamente, como maestro en alguna escuela. Los educadores que hicieron nuestra enseñanza vareliana, eran hombres de esta estatura.
       En aquella época había una rivalidad muy grande entre los médicos y los abogados, que eran prácticamente, las dos profesiones prestigiosas que tenía el Uruguay de Florencio Sánchez, la así llamada República de los Bachilleres. Esa es la causa por la cual en las Comisiones Permanentes del Parlamento, en aquel entonces, los blancos elegían la Comisión de Salud y los colorados la Comisión de Constitución.
       Así fue tradicionalmente.
       Un día los médicos empezaron a simpatizar con Salvador Allende y el Che Guevara y ahí el Uruguay se volvió una cosa horrible de hospitales de campaña, mientras los abogados leían y releían a Lenín. Unos hacían calceta en el zaguán y los otros se preparaban como abogados defensores del delincuente.
       Hoy médico es cualquier cosa y el Uruguay tiene 10 mil casos por año de muertes por mala praxis.
       En aquel Uruguay gobernado por los partidos fundacionales la salud funcionó bien, hoy es un desastre que denigra al ser humano.
         Lo del pasado para esta gente les parece una utopía porque de uruguayos tienen solamente la cédula de identidad y a veces uno sospecha que ni eso. No les sirve nada de nuestra mejor historia, ni el Sol de la Patria.
       Cuando uno analiza la solvencia intelectual de los médicos que eligieron bandos distintos cuando la Guerra Grande, se ve claramente con nitidez, que el Uruguay, un pequeño país necesitado de ser poblado, precisaba médicos de calidad para determinar quién puede y no vivir aquí. El país que devino “Sin vencidos, ni vencedores”, los tuvo a ellos como protagonistas fundamentales.
       Los médicos a partir de 1860 tenían la responsabilidad de determinar a quién ponían en cuarentena en la Isla de Flores y a quién no. El proceso de afincamiento implicaba que se le diera la ciudadanía a gente sin enfermedades contagiosas.
       En ese entonces, ser médico era crucial.
       Durante mucho tiempo el médico fue un hombre de élite.
       Me decía una doctora: “Fíjese esto solo, una enfermera de antes, sabía más que un médico de hoy”.
       Debe ser por eso, que en el país de ciegos, el tuerto es presidenciable.

       Cada pueblo tiene el gobierno que se merece, pero creo que no todos nos merecemos esto que hoy ocurre.