El
nuestro es un país muy chico; somos pocos y nos conocemos todos.
Aquí
no hay cotos privados, en donde lo que se hace en un lugar de la actividad
nacional, solo los que están allí saben lo que ocurre. A la larga todo se sabe.
Hoy
tenemos un sindicalismo corrompido que dice “que
va a pagar los costos políticos”, sin decir esta boca es mía de los costos sindicales, que al parecer no
existen, porque están allí para cualquier negociado turbio, menos para defender
a los afiliados.
Si
hacemos brevemente, un poco de historia para entender cómo se pudo llegar a
esto, veremos que hay un hilo de Ariadna conductor que va del Congreso del
Pueblo, a esta situación actual de oprobio y desparpajo.
En
otro tiempo –antes de la CNT-, existía un sindicalismo blanco y colorado. Eran
sindicalistas que defendían a los afiliados en los lugares de trabajo y además,
tenían su corazoncito en política.
Hasta
ahí es una cosa.
Lo
de ahora es otra.
El
proceso que va del Congreso del Pueblo a la creación de la CNT, fue, según
consignaba Jaime Pérez, “un golpe técnico”, preparatorio por
si se venía un golpe de Estado, como el que derrocó a João Goulart en Brasil.
La
revista Estudios del Partido
Comunista en el Uruguay, decía que en caso de venirse un golpe
como el de Brasil, la CNT se declararía en estado de Huelga General de carácter insurreccional. No fueron dirigentes
comunistas de la CNT aislados los que decían eso, sino la revista Estudios.
Planear una Huelga General de carácter
insurreccional, es algo más que un desplante anarco-sindical, implica la generación de soviets entre las
fábricas y el barrio.
El tucanaje, el quirimbo, el chotito, el
lechuguino, el quita mota, el parlaembalde, se ve que quería eso; querían una gran
barricada en los lugares fabriles para enfrentar un golpe de Estado.
Como
siempre, hacían gimnasia y el apagón
revolucionario fue una señal clarísima de la competencia y rivalidad que
había entre los comunistas y los tupamaros jugando
a quien es más revolucionario que quien.
Toda
esa gente se sintió traicionada después de la Huelga General, porque los
dirigentes largaron la esponja. Se
ve que creían que iban a regar con su generosa sangre derramada, el camino de
la victoria. Se ve que pensaban que Libertad
o Muerte es un grito por la muerte.
Parece
cosa de locos, pero todo es así en ellos. Mientras a los sindicatos le decían
que se estaban preparando para una Huelga General de carácter insurreccional,
por el otro, en pedo tísico, hacían el cuatro, sin saber dónde meter el siete.
La dictadura no quería ni ver la palabra CNT,
y entonces aparece el PIT, hasta que los cenestésicos
–gente con un conjunto vago de sensaciones que los conduce a organizarse por
razones fisiológicas-, van a un acuerdo con los jóvenes que emergían en ese
momento y crean el PIT-CNT .
Cuando
retorna la democracia el Uruguay era otro y la composición social ya no era la
misma.
Para
hacerse una idea de las cosas, y justipreciar lo que son, en lo que va de
ayer a hoy, hay que tener en cuenta lo siguiente: En los años 70’, el
25% de la mano de obra existente en el Uruguay era de carácter fabril. Lo que
significa que la cuarta parte de los trabajadores estaban en la industria. Hoy,
apenas un 5% está ligado a este sector de la actividad.
En
aquellos años de estancamiento productivo, trabas arancelarias y un viva la buseca,
la Pepa y el vino Carlón, para tener
un monto de productividad de 100 artículos, se precisaban 20 personas. Hoy en día,
para una productividad de 10 mil artículos, se necesitan 5 individuos.
En
aquellos años dorados, en donde un zapato a precio de vitrina en Londres salía
más barato que producirlo aquí y todo el mundo cruzaba en charco para comprarse
casimires británicos, de cada 10
empleados fabriles, 3 tenían calificación, 7 eran no calificados. Hoy, por cada
10 obreros industriales, 7 tienen calificación, 3 no.
En
aquella época el sindicalismo era un gremialismo de punta y hacha, por la sencilla razón de que respondían a las
ponderables del sector privado. Hoy, el sindicalismo uruguayo, es un
gremialismo de empleados públicos que
precisan un fuero y opinan sola, pura y exclusivamente, de política.
Aquel
era un sindicalismo obrerista porque simpatizaba con el peronismo argentino.
Creían que ser obrero es una morada
filosófica y espiritual, no una consecuencia del tipo de industrialización
fordista.
Aquella
industria liviana era tan, pero tan
liviana, que el viento del Sur se la llevó y no es porque este o aquel sean
los malos de un fin de época inevitable, sino por la sencilla razón de que no puede existir industria liviana,
sin industria pesada que le brinde los insumos.
Comprar
bienes de capital, castigar la compra de bienes de consumo, producir con
tecnología que exige insumos importados para trabajar, es meterle al Uruguay
una bomba de tiempo. Con la retracción de un mercado interno tan chico y la inflación de costos que eso genera¸ al
final, ardió Troya y vino el tole tole generalizado.
Brasil,
solamente Brasil, sin querer hacernos daño alguno, con saldos de exportación
nada más, puede destruir la industria uruguaya en un descuido.
No
me cansaré de repetirlo a donde vaya. Hablar de políticas de empleo es una
cosa, hablar en cambio de industrialización y cánticos al industrioso empresario que genera trabajo es otra cosa.
Todos
sabemos que es el sector terciario el que absorbió a la larga, el 60% de esa
mano de obra.
El
Uruguay se debe una discusión acerca de que sindicalismo necesita. Porque la
politiquería sindical ya es la corrupción propiamente dicha.