lunes, 21 de julio de 2014

El Uruguay se debe una discusión acerca de qué sindicalismo se necesita.

       El nuestro es un país muy chico; somos pocos y nos conocemos todos.
       Aquí no hay cotos privados, en donde lo que se hace en un lugar de la actividad nacional, solo los que están allí saben lo que ocurre. A la larga todo se sabe.
       Hoy tenemos un sindicalismo corrompido que dice “que va a pagar los costos políticos”, sin decir esta boca es mía de los costos sindicales, que al parecer no existen, porque están allí para cualquier negociado turbio, menos para defender a los afiliados.
       Si hacemos brevemente, un poco de historia para entender cómo se pudo llegar a esto, veremos que hay un hilo de Ariadna conductor que va del Congreso del Pueblo, a esta situación actual de oprobio y desparpajo.
       En otro tiempo –antes de la CNT-, existía un sindicalismo blanco y colorado. Eran sindicalistas que defendían a los afiliados en los lugares de trabajo y además, tenían su corazoncito en política.
       Hasta ahí es una cosa.
       Lo de ahora es otra.
       El proceso que va del Congreso del Pueblo a la creación de la CNT, fue, según consignaba Jaime Pérez, “un golpe técnico”, preparatorio por si se venía un golpe de Estado, como el que derrocó a João Goulart en Brasil.
       La revista Estudios del Partido Comunista en el Uruguay, decía que en caso de venirse un golpe como el de Brasil, la CNT se declararía en estado de Huelga General de carácter insurreccional. No fueron dirigentes comunistas de la CNT aislados los que decían eso, sino la revista Estudios.
       Planear una Huelga General de carácter insurreccional, es algo más que un desplante anarco-sindical, implica la generación de soviets entre las fábricas y el barrio.
       El tucanaje, el quirimbo, el chotito, el lechuguino, el quita mota, el parlaembalde,  se ve que quería eso; querían una gran barricada en los lugares fabriles para enfrentar un golpe de Estado.
       Como siempre, hacían gimnasia y el apagón revolucionario fue una señal clarísima de la competencia y rivalidad que había entre los comunistas y los tupamaros jugando a quien es más revolucionario que quien.
       Toda esa gente se sintió traicionada después de la Huelga General, porque los dirigentes largaron la esponja. Se ve que creían que iban a regar con su generosa sangre derramada, el camino de la victoria. Se ve que pensaban que Libertad o Muerte es un grito por la muerte.
       Parece cosa de locos, pero todo es así en ellos. Mientras a los sindicatos le decían que se estaban preparando para una Huelga General de carácter insurreccional, por el otro, en pedo tísico, hacían el cuatro, sin saber dónde meter el siete.
       La dictadura no quería ni ver la palabra CNT, y entonces aparece el PIT, hasta que los cenestésicos –gente con un conjunto vago de sensaciones que los conduce a organizarse por razones fisiológicas-, van a un acuerdo con los jóvenes que emergían en ese momento y crean el PIT-CNT     .
       Cuando retorna la democracia el Uruguay era otro y la composición social ya no era la misma.
       Para hacerse una idea de las cosas, y justipreciar lo que son, en lo que va de ayer a hoy, hay que tener en cuenta lo siguiente: En los años 70’, el 25% de la mano de obra existente en el Uruguay era de carácter fabril. Lo que significa que la cuarta parte de los trabajadores estaban en la industria. Hoy, apenas un 5% está ligado a este sector de la actividad.
       En aquellos años de estancamiento productivo, trabas arancelarias y un viva la buseca, la Pepa y el vino Carlón, para tener un monto de productividad de 100 artículos, se precisaban 20 personas. Hoy en día, para una productividad de 10 mil artículos, se necesitan 5 individuos.
       En aquellos años dorados, en donde un zapato a precio de vitrina en Londres salía más barato que producirlo aquí y todo el mundo cruzaba en charco para comprarse casimires británicos,  de cada 10 empleados fabriles, 3 tenían calificación, 7 eran no calificados. Hoy, por cada 10 obreros industriales, 7 tienen calificación, 3 no.
       En aquella época el sindicalismo era un gremialismo de punta y hacha, por la sencilla razón de que respondían a las ponderables del sector privado. Hoy, el sindicalismo uruguayo, es un gremialismo de empleados públicos que precisan un fuero y opinan sola, pura y exclusivamente, de política.
       Aquel era un sindicalismo obrerista porque simpatizaba con el peronismo argentino. Creían que ser obrero es una morada filosófica y espiritual, no una consecuencia del tipo de industrialización fordista.
       Aquella industria liviana era tan, pero tan liviana, que el viento del Sur se la llevó y no es porque este o aquel sean los malos de un fin de época inevitable, sino por la sencilla razón de que no puede existir industria liviana, sin industria pesada que le brinde los insumos.
       Comprar bienes de capital, castigar la compra de bienes de consumo, producir con tecnología que exige insumos importados para trabajar, es meterle al Uruguay una bomba de tiempo. Con la retracción de un mercado interno tan chico y la inflación de costos que eso genera¸ al final, ardió Troya y vino el tole tole generalizado.
       Brasil, solamente Brasil, sin querer hacernos daño alguno, con saldos de exportación nada más, puede destruir la industria uruguaya en un descuido.
       No me cansaré de repetirlo a donde vaya. Hablar de políticas de empleo es una cosa, hablar en cambio de industrialización y cánticos al industrioso empresario que genera trabajo es otra cosa.
       Todos sabemos que es el sector terciario el que absorbió a la larga, el 60% de esa mano de obra.
       El Uruguay se debe una discusión acerca de que sindicalismo necesita. Porque la politiquería sindical ya es la corrupción propiamente dicha.