Desde que tengo memoria de mi mismo,
sigo atentamente las campañas electorales.
No soy de esos que se miran el ombligo y
creen que su partido es el único que existe. Los observo a todos, veo cómo
actúan y se comportan en sus internas.
Lo que la vida a la larga enseña es una
cosa muy simple: Dime cómo eres con
los tuyos y te diré, cómo serás si llegas a triunfar.
Nadie gobierna dando el sermón desde
allá arriba, porque no existen montañas mágicas en política.
No se hace política para jugar a las
madres, a las escondidas, al ladrón y policía. Si lo que se está buscando es un
camino de redención espiritual, hay entonces que hacerse cura o meterse en un
retiro espiritual. La política no es una morada filosofal. A Dios lo que es de
Dios, al César lo que es del César, me enseñaron a mí.
La política es el arte de conducir
gente. En los partidos fundacionales que hicieron la República, la interna es
cosa seria, porque los operadores políticos para salir del llano, demuestran
quienes son en verdad.
De bemba y boquilla, todos somos Gardel,
pero los pingos se ven en la cancha.
La gran pregunta que el paisano se hace
cuando escucha al político es esta: ¿Quién es usted, detrás de usted mismo? Por
eso casi nunca le erra y si se equivoca, a la otra elección se corrige.
El paisano cuando vota, elige, no hace
la de esos que solamente saben botar
y van a las elecciones a tirarle una pedrada a otro.
El Uruguay es un pañuelito, somos pocos
y nos conocemos, aunque existan aquellos que piensan que lo que ocurre en su
partido es un coto privado. Aquí se sabe todo y lo que hoy no se conoce, mañana
es vox populi.
El Uruguay no es un río, es un cielo
azul de políticos que pasan. Unos sin pena, ni gloria, otros con pena y ninguna
gloria. Es un país de gente que se sube al caballo y creen que son los dueños
de los votos que un día sacaron.
Por ejemplo: Mónica Xavier, la que
después de las internas dijo que iba a comenzar todo de nuevo como cuando el
Frente del 71’, es la expresión más acabada de La Perfecta Idiota Latinoamericana; ese libro que nos está debiendo
Vargas Llosas, Montaner y Plinio Apuleyo y que permitiría entender el idiota político en la mujer
latinoamericana.
Si se lo mira bien, todo lo de ella es
lo que se llama la moral de Misia Paca.
Misia
Paca era una mujer que hacia lo que se le daba en gana. Era un antojo tras
otro. Vivía en el limbo, no le importaba nada, todas las cosas tenían que ser
como ella quería.
Muy suelta de cuerpo habitaba en un
mundo en donde entre el deseo y la realidad, hay apenas un biombo que se puede
traspasar fácilmente. Todo lo de ella era así: Porque yo quiero, otros deben.
No sabía convivir con los demás, o una
de dos o connivia o cohabitaba. Más
allá de eso, Misia Paca tenía un
gran problema que la aquejaba y que consistía en que “no se llegue a decir eso de mí.
Cuidadito. No lo permito”.
Siempre en los partidos fundacionales
existió gente que cree que los demás no los están mirando, se sienten
intocables, se creen invisibles, hasta que al final caen en la cuenta que en un
país tan chico, todo se sabe.
Los uruguayos, para nuestra suerte o
nuestra desgracia, somos todos muy parecidos y lo que le está sucediendo a un
partido, en alguna forma, aunque sea diferenciada y tenga otro carácter,
también le está ocurriendo a los demás.
No hay cotos privados en la vida
política uruguaya, y menos cuando vienen las elecciones.
Por ejemplo: Las tuforadas y “la calor”
de Constanza Moreira, en la vida privada se tolera por razones comprensibles,
pero en política se paga caro. La chiruza, no está ni ahí.
Pa’
que no se llueva el rancho¸ al menos en nuestro país, hay que saber, Señor
Sarratea, que hasta el pelo más delgado,
hace su sombra en la tierra.
“El ejemplo tiene que venir de arriba”,
dijo Gervasio cuando estaba en Purificación, porque aquí “naides es más que naides” y “decir
adiós, no es dirse”.
!Cuidado que viene Artigas!.
!Cuidado que viene Artigas!.