domingo, 13 de julio de 2014

Cuál es la forma más adecuada de combatirlos.

       Todos los que nacimos a mediados del siglo XX, hemos visto con horror, como los regímenes totalitarios de carácter comunista lograron dominar a las dos terceras partes del mundo. Eso parecía una cosa de no acabar y no faltaba quien en los años 60’, dijera que era un proceso inevitable.
       Recuerdo que un sacerdote mexicano en Puebla dijo; “La Revolución vendrá, con nosotros o sin nosotros. Si viene sin nosotros, vendrá contra nosotros. Tenemos que estar con la Revolución”. Ese era el clima de los años 60’, hasta la Iglesia Católica tenía a la feligresía desquiciada con Camilo Torres.
       Juan XXIII defendió “la opción preferencial por los pobres” y de ahí en el Uruguay concretamente, Juan Luis Segundo, Hugo Asman, Héctor Borrás y una cantidad imponente de gente vinculada a la religión católica, incluso apóstatas, interpretaron que esa opción preferencial por los pobres, implicaba la lucha armada.
       Juan Pablo Terra decidió quedarse solo en política, por algo que nadie quiere analizar. A él lo respetaban, a los otros no, y no iba a poner la cara por eso.
       No es una casualidad que cuando los tupamaros salen de la cárcel, Conventuales sea el único lugar que les permitió reposar la osamenta.
       No me cansaré de repetirlo, la Iglesia Católica tiene un rol importante que jugar, pero no el de meterse en política, -a lo temporal lo que es de lo temporal, a lo terrenal, lo que es de lo terrenal-,  porque después vienen los “San Perón”, las “Santa Evita”, los Lugos y los Tabaré Vázquez. Les parece muy bueno al comienzo, para terminar descubriendo que están en un nuevo círculo del Infierno del Dante.
       No se dan cuenta que están adorando un becerro de oro. Es trágico lo que después sucede.
       Era Lenín quien decía: “A la Iglesia Católica no hay que combatirla, hay que infiltrarla.”.
       Los comunistas con sus manuales de materialismo histórico y dialéctico no estaban en condiciones mínimas de infiltrar a la Iglesia Católica, los tupamos en cambio, porque son inefables, lo hicieron con mejor habilidad.
       En Chile, la Iglesia Católica tuvo otra lucidez y otra comprensión de lo que ocurría. Sufría en carne propia a esta gente. En cambio en el Uruguay, los miraba como Cristos que se armaban. Profeta armado, profeta desarmado, esa era la visión que tenían.
       Llegan a ese nivel de ceguera mental, anestesiando la conciencia colectiva, porque operan como una mística popular en marcha y una conciencia popular en pie. Por eso después, desde la política, como decía Russell W. Davenport, en La Dignidad del Hombre, aunque se demuestre hasta la evidencia, que todo lo que defienden y sostienen es falso, sin embargo, siguen intactos, como si no pasara nada. No es una teoría, es una meta teoría o teoría de las teorías y eso hace que siempre quieran tener razón, ocurra lo que ocurra.
       Russell W. Davenport murió con esa angustia interior. La de luchar contra una sempiterna figura del Apocalipsis y no poder hacerle nada.
       Ni la Iglesia Católica asume su responsabilidad, ni la sociedad es consciente del Dragón que tiene a las puertas y San Jorge no está para sacarle las castañas del fuego a nadie.
       Este es un tema que se lo ha estudiado muy detenidamente. Mientras la Iglesia chilena los combatía filosóficamente en excelentes estudios que hizo, los americanos los combatían en manuales de sovietología, pensados desde el punto de vista de las Cancillerías. Eran excelentes libros, pero totalmente inocuos, porque era como hablarles a la pared. Les parecía sensacional la pesadilla ajena.
       Todavía cabizbajos quieren reproducirla aquí.
       Todos los métodos y las formas de combatirlos  se ensayaron a nivel mundial y todos fracasaron. Siempre se salieron con la suya.
       Sin embargo existe una forma, que parecería ser que es la única; debilitar la moral comunista.
       Cuando el izquierdista convencido comienza a ver cosas que no le gustan calla y no dice nada, pero su moral comienza a decaer. De aquel enardecido y exaltado que era, se convierte en un hombre cabizbajo, que igual los vota.
       Hubo una mejoría que pocos distinguen cuando lo ven desde el punto de vista electoral. Perdió el orgullo de ser el que era, el orgullo paranoide y querulante.
       A medida que avanza el desengaño, deja de participar en esa suerte de acción política permanente, porque se da cuenta que lo están usando y no va a ningún lado.
       Hubo una nueva mejoría, comenzó a dejar de actuar en la mecánica que lo usaba.
       A medida que comienza a constatar nuevo casos de corrupción, que son precisamente, los que a él lo están hambreando, empieza a no votar nada. Igual razona como izquierdista, pero deja de votarlos.
       Hubo otra mejoría.
       Y así sucesivamente, hasta que se desintegran completamente.
       El comunismo no explota, pero implota.
       Por eso creo que lo que hoy está ocurriendo en el Uruguay, es muy bueno, gane quien sea.