Todos
los que nacimos a mediados del siglo XX, hemos visto con horror, como los regímenes
totalitarios de carácter comunista lograron dominar a las dos terceras partes del
mundo. Eso parecía una cosa de no acabar y no faltaba quien en los años 60’,
dijera que era un proceso inevitable.
Recuerdo
que un sacerdote mexicano en Puebla dijo; “La Revolución vendrá, con nosotros o sin
nosotros. Si viene sin nosotros, vendrá contra nosotros. Tenemos que estar con
la Revolución”. Ese era el clima de los años 60’, hasta la Iglesia
Católica tenía a la feligresía desquiciada con Camilo Torres.
Juan
XXIII defendió “la opción preferencial
por los pobres” y de ahí en el Uruguay concretamente, Juan Luis Segundo,
Hugo Asman, Héctor Borrás y una cantidad imponente de gente vinculada a la
religión católica, incluso apóstatas, interpretaron que esa opción preferencial por los pobres,
implicaba la lucha armada.
Juan
Pablo Terra decidió quedarse solo en política, por algo que nadie quiere
analizar. A él lo respetaban, a los otros no, y no iba a poner la cara por eso.
No es una casualidad que cuando los
tupamaros salen de la cárcel, Conventuales sea el único lugar que les permitió
reposar la osamenta.
No me cansaré de repetirlo, la Iglesia
Católica tiene un rol importante que jugar, pero no el de meterse en política, -a lo temporal lo que es de lo temporal, a lo terrenal, lo que es de lo
terrenal-, porque después vienen los
“San Perón”, las “Santa Evita”, los Lugos y los Tabaré Vázquez.
Les parece muy bueno al comienzo, para terminar descubriendo que están en un
nuevo círculo del Infierno del Dante.
No
se dan cuenta que están adorando un
becerro de oro. Es trágico lo que después sucede.
Era
Lenín quien decía: “A la Iglesia
Católica no hay que combatirla, hay que infiltrarla.”.
Los comunistas con sus manuales de
materialismo histórico y dialéctico no estaban en condiciones mínimas de
infiltrar a la Iglesia Católica, los tupamos en cambio, porque son inefables,
lo hicieron con mejor habilidad.
En
Chile, la Iglesia Católica tuvo otra lucidez y otra comprensión de lo que
ocurría. Sufría en carne propia a esta gente. En cambio en el Uruguay, los
miraba como Cristos que se armaban. Profeta armado, profeta desarmado, esa era
la visión que tenían.
Llegan
a ese nivel de ceguera mental, anestesiando la conciencia colectiva, porque
operan como una mística popular en
marcha y una conciencia popular en pie. Por eso después, desde la política,
como decía Russell W. Davenport, en La
Dignidad del Hombre, aunque se demuestre hasta la evidencia, que todo lo
que defienden y sostienen es falso, sin embargo, siguen intactos, como si no
pasara nada. No es una teoría, es una meta teoría o teoría de las teorías y eso
hace que siempre quieran tener razón,
ocurra lo que ocurra.
Russell
W. Davenport murió con esa angustia interior. La de luchar contra una
sempiterna figura del Apocalipsis y no poder hacerle nada.
Ni
la Iglesia Católica asume su responsabilidad, ni la sociedad es consciente del Dragón
que tiene a las puertas y San Jorge
no está para sacarle las castañas del fuego a nadie.
Este
es un tema que se lo ha estudiado muy detenidamente. Mientras la Iglesia
chilena los combatía filosóficamente en excelentes estudios que hizo, los americanos los combatían en manuales de sovietología, pensados desde
el punto de vista de las Cancillerías. Eran excelentes libros, pero
totalmente inocuos, porque era como hablarles a la pared. Les parecía
sensacional la pesadilla ajena.
Todavía
cabizbajos quieren reproducirla aquí.
Todos
los métodos y las formas de combatirlos se ensayaron a nivel mundial y todos fracasaron. Siempre se salieron
con la suya.
Sin
embargo existe una forma, que parecería ser que es la única; debilitar la moral comunista.
Cuando
el izquierdista convencido comienza a ver cosas que no le gustan calla y no dice nada, pero su moral
comienza a decaer. De aquel enardecido y exaltado que era, se convierte en un
hombre cabizbajo, que igual los vota.
Hubo
una mejoría que pocos distinguen cuando lo ven desde el punto de vista
electoral. Perdió el orgullo de ser el
que era, el orgullo paranoide y querulante.
A
medida que avanza el desengaño, deja de participar en esa suerte de acción política permanente, porque
se da cuenta que lo están usando y no va a ningún lado.
Hubo
una nueva mejoría, comenzó a dejar de actuar en la mecánica que lo usaba.
A
medida que comienza a constatar nuevo casos de corrupción, que son precisamente,
los que a él lo están hambreando, empieza
a no votar nada. Igual razona como izquierdista, pero deja de votarlos.
Hubo
otra mejoría.
Y
así sucesivamente, hasta que se desintegran completamente.
El
comunismo no explota, pero implota.
Por
eso creo que lo que hoy está ocurriendo en el Uruguay, es muy bueno, gane quien
sea.