lunes, 14 de julio de 2014

Eterno en el alma y en el tiempo

          






La muerte no es para discrepar. La vida es para discutir.
        Hay cosas en donde uno ha venido guardando silencio por respeto al fallecido.
        Fui y en gran parte sigo siendo gardeliano, no hijo de Gardel.


        Mi bis abuelo Pedro le alquilaba la pensión donde vivía el morocho del abasto, cuando venía a cantar y a votar al Uruguay. Era batllista, votaba al Viejo Batlle.
        Siempre –me contaron-, que decía: “¡Quién iba a creer que un muerto de hambre como Gardel, un día iba a triunfar en la vida!”.
        Mi abuelo era parte del equipo del Zorzal Criollo cuando venía a Montevideo. Se acostaba con la mucama de Gardel. Un día se pelearon. Nunca dijo la razón.
        Recuerdo que uno de mis tíos vivía escuchando al Mago todo el tiempo y me abuelo decía: “¡Qué querés con una cosa así. Le gusta Gardel!”.
        Tango es una palabra charrúa (tan go) que quiere decir, voy a ti.
        Inicialmente se tocaba con flauta y luego se van agregando otros instrumentos. El último es el bandoneón.
        Gardel lo que hace es musicalizar algo que era imposible de ser verbalizado. Demostró que eso se podía cantar.
        No sabía solfeo e inventaba de oído tangos tarareando en el abasto.


        Le explicaba a mi hijo que hoy el tango es percibido por todos nosotros como una unidad musical, pero en aquella época cada orquesta representaba un sector distinto.
        Había brutales rivalidades y enfrentamientos entre los cultores de las diversas orquestas, cosa que hoy nos parece impensable.
        El ambiente tanguero de aquella época estaba dividido en dos grandes sectores; el de Gardel y el de Soliño. El tema era que el Ruiseñor de las Calles Porteñas, como le decían a este uruguayo pasando el charco, no respetaba el derecho de autor y cantaba cualquier tango.
        Soliño le hizo un juicio y Gardel nunca más volvió a cantar nada del. Cuando venía al Uruguay y le daban una nueva composición, Gardel decía: “Canto cualquier tango, menos si es de Soliño”.
        Gardel no cantaba tango, como a alguno por ahí le parecía. Gardel cantaba “targo”, como bien había entendido la gente de Radio Artigas cuando decía: “Entre targo y mate, canta Carlos Gardel”.
        Gardel existe en la memoria colectiva gracias a Radio Clarín, por más que el mundillo del tango tenga reservas con esa radio.
        El pibe Carlitos tuvo una vida compleja y variada. Para salir de pobre decía Rafael Barret, hay que tener algo más que talento, se precisa talento metafísico.
        Gardel estuvo preso en el sur argentino, por matar a un amigo que se acostaba con su novia.
        Ahí conoció anarquistas de toda índole. Las composiciones de Celedonio Flores, como Mano a Mano y Margot y los de Mario Battistela, como Melodía de Arrabal y al Pie de la Santa Cruz, responden a esta etapa de su vida.
        Gardel en sus primeras canciones era un cantor de voz aflautada, tipo Fiorentino. En aquella época la gente prefería las voces masculinas y viriles y el Mago entendía que tenía que hacerles un retoque a sus cuerdas vocales. El brillante otorrinolaringólogo León Elkin, le hace una operación en la garganta y convierte su voz en esa que venció el olvido. Por un pólipo en la garganta Julio Sosa también acudió a León Elkin y dejó de tener la voz aflautada de sus primeras canciones gauchescas y alcanzó esa voz que le dio reciedumbre y ternura.
        Los dos, tanto Gardel como Julio Sosa, se operaron la garganta con el mismo médico. Los dos empezaron cantando vestidos de gauchitos. Los dos murieron como los elegidos de los dioses, jóvenes y en un accidente fatal.
        No me cansaré de repetirlo cuando voy por las tanguerías del interior y converso sobre estos temas:     Antes de Gardel, ¿Quién? Después de Julio Sosa ¿Quién? Lo que está indicando que Carlos Gardel es el primer cantor de tangos y Julio Sosa, el último, los dos uruguayos.
        El Montevideo de los años 20’, como cuenta Julio Cesar Pupo “El Hachero”, en sus “Crónicas”, por la calle Yerbal, un mundo que ya no existe y Camacuá, que era una suerte de prolongación de la calle Canelones actual, y se extendía hasta Ituzaingó, allí, en esa llaga que Montevideo antiguo tenía a su costado, había burdeles, lugares donde se practicaba el juego clandestino, pensiones baratas y borracherías de diversas categorías en el cual convivían prostitutas, proxenetas, estafadores, ladrones, homosexuales y malvivientes rápidos para el cuchillo. Del tramo de Camacuá a Reconquista era como Yerbal: no había casa en que no estuviera instalado un lenocinio, como se le decía a los prostíbulos. Por cinco reales trabajaban las prostitutas, menos de eso lo consideraban denigrante.
        La noche era un hervidero. La Caldera del Diablo. Cuando venía el Zorzal Criollo a cantar lo hacía por toda la Ciudad Vieja. El mundo en el que triunfó y deslumbró, no era para cualquiera.
        El tango dicen los entendidos hizo crisis en el 55’. El único que le prolongó un poco más la vida fue Julio Sosa.
        Ya no es nuestra manera de sentir.
        El que habla claro aquí es el montevideano Horacio Ferrer. Nos dice que el tango no es una ideología en el sentido de marco valorativo que oficia de referente, sino antes bien lo que los alemanes denominan Weltanschauung que quiere decir visión del mundo o cosmovisión.
        Dice el uruguayo Horacio Ferrer que en tanto visión del mundo, el tango en realidad es una cosmoplatea.
        Desaparece porque la cosmoplatea deja de existir. Ya no están más entre nosotros, Esthercita, el Cachafaz, Mimí, el Picaflor, Minón, el entrerriano montando el Pangaré, Madmuasel Ivonne, Juan Malevo, Malena, los curdelas de caña o la que ya nunca salió a esperar el tren. Ese escenario, esa platea, fue como un cosmos de cosas que hoy no existen. Pero existieron y la canción de dos orillas responde a eso. Es música promiscua, por eso la alta sociedad no lo quería o una danza macabra a la luz de un farol, como decía la uruguaya Ida Vitale, quien también sostenía que tiene algo de los spiritualis y algunos, como los de Discépolo, la pasión de un salmista bíblico.
        El que habla claro es el Mago, en aquel tango de Pedro Maffia y José Horacio Staffolani, Taconeando, en donde dice:

“Se fue el arrabal
con toda su ley.
Su historia es, tal vez,
la cruz del puñal.

Se fue el arrabal
que hablaba de amor
y aquel taconear
también se perdió.”


          El tango se canta a sí mismo, pese a que su inicial lote humano desaparecía. Su música no muere con su época, sino cuando desaparece la cosmoplatea que le dio razón de ser.
        Entre arrabaleros, tener “Gran Carpeta”, quiere decir tener prontuario. Ese mundo no era para angelitos y nenes de pecho. A Eduardo Arolas, que era con quien tocaba mi abuelo, cuando en 1916 se auto exilia en el Uruguay, lo mató un macro en París, en el año 24'. Las mujeres sacaban la cara, cuando los hombres contaban algo de lo allí vivido.
        Gardel es un producto de su tiempo, que hizo su época. Es un símbolo de una sociedad que sufre el choche cultural que la inmigración masiva le genera y le brinda una identidad nueva.

“En tu esquina criolla
cualquier cacatúa
sueña con la pinta
de Carlos Gardel”

         
        Gardel es algo más que el producto de una época. Hace la identidad de su tiempo. El gacho que usaba, es el sombrero de ala ancha del gaucho, que lo requintó a un costado y lo hecho a los ojos.


        Hoy al Mago lo escuchan los serenos de obra, los albañiles, ciertos taxis metristas, ya no todos, algún vendedor ambulante en una esquina, y pocos más. De los lugares donde cierta gente lo recuerda: Rosario, Colombia, Montevideo. En su tiempo fue querido, por absolutamente, todo el mundo.



        Cuando yo escucho música lo que estoy valorando es la capacidad artística de la orquesta y el cantante. Más nada. No me gusta la guitarra de Le Pera, pero me gusta la voz de Gardel.
        Todo eso malo del Pibe Carlitos, yo ya lo sabía y callaba, pero llama la atención que justo ahora que los argentinos reconocen que es uruguayo y está toda la documentación a la vista, salte también lo otro.
        Será el de allá arriba el encargado de juzgar sus faltas, no nosotros, porque ni siquiera todo eso apareció en vida.
          Al pintor de cuadros Maurice Utrillo la madre cuando nació en vez de leche le daba vino. Era un hombre que le temblaban las manos y todo el cuerpo y, sin embargo, sus pinturas transmiten el sentimiento de desolación que muy pocas obras plásticas, suelen expresar.
        Creo que a un artista hay que juzgarlo por su arte. Vincent van Gogh era esquizofrénico. Se cortó una oreja y se la regaló a una prostituta ¿Y qué hay con eso?        




 El día que se dejen de criticar a los muertos, ese gran día, como diría el Mago: “Entonces sí que podemos ¡Viejo! podemos decir que hay dió”.