Los
politólogos registran que en estas internas al Frente lo votaron 150 mil
personas menos que en la pasada y de allí concluyen que existen 150 mil
desengañados con dicha fuerza.
Con
ese criterio tendrían que decir que también existen 50 mil desencantados con el
Partido Nacional. Lo cual es absurdo.
Hay
un hecho que no se advierte por nuestra manera tan uruguaya de vivir de la
oficina a casa y de casa a la oficina y que la sociología nacional de Aldo
Solari a Issac Ganon ya nos decía: La sociedad uruguaya, aunque no lo parezca,
es una sociedad dinámica.
Por
dinámica se entiende las sociedades
en donde existe movilidad social y con el pasar de los años van surgiendo
nuevos agentes intervinientes, por estática
aquellas en donde más que clases sociales en el sentido max weberiano del
término –movilidad de ascenso y descenso-, lo que hay son estamentos, como en
los países en donde existe aristocracia y monarquía.
El
Uruguay es claramente una sociedad
dinámica, y no nos damos cuenta porque el sector que tiene poder de compra es la faja etaria de mayor edad, que
significa aproximadamente un 30 por ciento de la población global.
Este
hecho explica en gran parte el desfasaje de los politólogos que quieren
cuantificar cosas como el desengaño. Recuerdan a esos psicólogos de la época de
Fechner que querían fabricar “el cariñometro” para medir la pureza de los
sentimientos.
Los
estados de ánimo, colectivo o individual, no se cuantifican como quien mide
objetos o los pesa. El estado de ánimo se palpa o no y cuando se lo quiere
evaluar se lo visualiza a partir de hechos reales y no de percepciones
subjetivas de este o aquel, que son siempre erráticas y pasajeras, como la
misma opinión pública.
Dicen
que hay 150 mil desengañados con el Frente y porque no, 136.356. ¿Cuentan con
el dedo a los que los miran de ojo revirado?
Lo
que se registra es el avejentamiento de la base social de dicha fuerza, la
desmotivación partidista y la poca participación juvenil y todo eso en el marco
del más inconcebible clientelismo político con los dineros del contribuyente.
Cuando
uno conversa, por ejemplo, con aquellos que hace 10 años se fueron del Uruguay
y que retornan tratando de insertarse, lo primero que transmiten es el estupor
que causa haber dejado un Uruguay y al volver encontrarse con un país
totalmente distinto. No lo pueden creer. Se fueron del Tercer Mundo y al volver
están en un Cuarto Mundo.
El
desparpajo que adopta hoy la delincuencia y el estilo de vida sin códigos que
se comenzó a dar durante estos últimos 10 años, tiene un solo responsable
político, porque a partir de agosto de 2003, la soja quintuplicó su precio
y el Uruguay comenzó el camino de la recuperación económica, gracias al nunca
bien ponderado Jorge Batlle.
José
Díaz libera a los presos a sabienda que iban a ser reincidentes, Reynaldo
Gargano destruye la Cancillería con plena conciencia que formar un funcionario
capacitado es tarea de muchos años, Danilo Astori la emprende contra la clase
media y el ahorro interno y obra conscientemente: destruir ese sector es
fundamental para un sartenazo político que les permita ir más lejos. Tabaré Vázquez
se niega a cumplir con la Constitución y deja los directorios de los entes
públicos sin llenar con los cargos que le correspondía a la oposición, porque
no querían el más mínimo control interno. Se
podría recurrir contra todos los actos administrativos de la época de Vázquez,
porque son incompetentes. El
órgano que los dictó, no tenía el Directorio integrado. Ni la dictadura incurrió en ese error.
En el segundo mandato
de dicha fuerza van por más, porque
si la sociedad ve con buenos ojos la degradación conventillera del discurso
político y le parece bueno una bocanada
de insultos propios de un matón del bajo mundo, quiere decir que se ha
entrado en un proceso que conduce a la
paralización de los sectores pensantes, que son los que se van a oponer.
Los
consejos que le daba Fidel Castro a Chávez para destruir el griterío de la clase media fueron también aplicados en nuestro
país, pero a la sordina y soto voce,
porque el Uruguay es muy chico y se encuentra entre Argentina y Brasil. Parece una isla, pero no lo es.
El
estilo “progre” de destruir un país
es lo que nadie analiza y visualiza con la precisión que corresponde a la hora de calibrar delante de qué cosa en
verdad estamos. Consiste básicamente en tomarle el pelo “a la
gilada de clase media”, hablar desde una barriada, manejarse con los
propios partidarios, discutir sola, pura y exclusivamente con la ultra
izquierda, tratando de demostrarles que es más hábil lo que esa camarilla hace,
botijear la relación con la gente y mientras se habilita el descaecimiento de
la convivencia ciudadana, en un vale todo hasta los límites del desparpajo,
aplicar a raja tabla una máxima destructiva del ordenamiento jurídico: Para el amigo todo, para el enemigo la ley.
Recuerdo
que era Borges quien decía que “Uruguay es esa Argentina, que se fue de las
manos, tan quedamente”, porque mientras uno observaba la degradación
sistemática a la que el peronismo condenaba a las Provincias argentinas, en el
Uruguay esas cosas, ni remotamente ocurrían. Hoy somos una Provincia peronista,
una nebulosa, una joda con fronteras.