viernes, 18 de julio de 2014

Artigas, nuestro Cristo a la jineta.

       Así titulaba un recordatorio del Prócer, ese gran blanco, que en el año 20’, fue diputado por el Partido Nacional, Carlos Quijano.
       Quijano, que en español antiguo quiere decir Quijote, y sus íntimos le decían, Don Quijano de la Marcha, decía en esa editorial que Artigas, era nuestro Cristo a la jineta.
       Sostenía, que hay un silencio de 30 años que nos parte el alma a todos y nos cuestiona, nos obliga a ser mejores, porque es el primer exiliado político de nuestra historia.
       El silencio de Artigas nos interroga y nos plantea asuntos que debemos encarar, frente a la sombra que todos llevamos.
       Artigas con su valentía enseñó a pelear, nos demostró técnicas, tácticas y estrategias que hoy se estudian. Quedó claro que con cañas de tacuara, también se puede vencer ante ejércitos poderosos.
       Gervasio, con su honestidad enseñó a persistir y si su silencio nos interroga y nos duele, es porqué no podemos detenernos. Hay una razón por la cual, no sabemos esperar con admirable alarma y ardiente paciencia.
       José, con su inteligencia, enseñó a interpretar la realidad social de fogón en fogón y hoy vemos su presencia, en todas partes al ir por nuestro país.
       Artigas, como Cristo, fracasa, pero su derrota termina siendo una victoria. El espíritu sopla donde quiere y también sopla a la jineta, decía Carlos Quijano.
       José Gervasio Artigas, decía Carlos Quijano, como José Batlle y Ordoñez, no vinieron aquí a jugar a las madres. Vinieron a pelear contra un orden de cosas existente.
       Nos gusta ensalzar al héroe y perder de vista, para qué vino y lo que tuvo que hacer.
       El Artigas de bronce, acartonado es un héroe de oficina pública.
       Todos evocamos al otro Artigas, el de los fogones, el del pueblo reunido y armado, el de los Cabildos Abiertos, el del Éxodo del Pueblo Oriental, el de las “Instrucciones del Año XIII”, el del “Reglamento Provisorio”, “El Protector de los Pueblos Libres”.
       El hombre llano, directo, franco y sincero, entre gente en donde “naides es más que naides”.
       Artigas cuando era chiquito jugaba, como los niños de aquella época a las cometas. En el Montevideo antiguo eran pocos los entretenimientos que existían y como sopla un viento permanente, los niños subían a las azoteas y jugaban a las cometas.
       En cada casa había una rosa de los vientos.
       En aquella época la gente maduraba antes. A los 15 años, ya eran señores con responsabilidades adultas.
       La formación intelectual de esos hombres estaba dada por su familia, sus vinculaciones y la biblioteca que tenían.
       Artigas es parte de la Intelligentzia, el sector pensante, que intelectualmente opera en la sociedad, de su época.
       He conocido muchos coruños de Artigas, incluso gente que es muy parecido a él, físicamente. Conversando con ellos pude constatar que tienen, mi misma interpretación histórica del Uruguay.
       Recorriendo el Uruguay se palpa, se siente su existencia entre nosotros, en prácticamente todos los lugares.
       Plazas, oficinas, casonas, faroles virreinales, patios coloniales, parece que hubieran conservado una presencia y que como en aquellos Artigas de agua, no se ve, pero está.
       Artigas nació en el Uruguay y murió en el Paraguay.
       Por algo los únicos dos países en el mundo que tienen nombre guaraní son Uruguay y Paraguay.
       Los orientales, decía Quijano, seremos artiguistas de la raíz a la copa, o no seremos nada.