En
estas elecciones se juegan claramente diferenciados, dos proyectos de país.
Por
un lado el proyecto de país que hemos venido padeciendo desde el 2005 a la
fecha a nivel nacional y desde los años 90’ a nivel municipal.
Un
proyecto basado en el asistencialismo sin contraprestación, verdadero
clientelismo político a expensas del contribuyente. Inspirado en la lógica
sindical y corporativa del peronismo argentino, pero ideologizado y viviendo de
una situación de bonanza económica en las exportaciones, al mejor estilo
venezolano.
Un
proyecto que para tener andamiento social supone hablarle a la gente en
lunfardo degradando el lenguaje como manera de manipular la psicología de una
masa que cuando le critican los planes generosos a expensas del bolsillo ajeno,
se arremangan para pelear e insultar, que es lo único que saben hacer.
Un
proyecto de integración regional basado en la pura retórica americanista que
consiste en consentirle absolutamente todo a Argentina, mendigarle ayuda a
Brasil y despreciar la dignidad del pueblo paraguayo. En vez de visualizar el
Mercosur como lo que fue creado para ser, una Unión Aduanera y punto, se lo
pretende elevar a una mítica categoría que solo funciona en el plano de una
retórica a lo Pedro Henríquez Ureña. No se dieron cuenta que ese americanismo,
así planteado, a lo único que conduce es a delegar soberanía y que es contraproducente
ahí en donde se tienen dos imperios comerciales, uno en bancarrota como
Argentina y otro poderosísimo como Brasil. No se dieron cuenta que ningún país
del mundo puede desarrollarse económicamente a impulsos de los antojos de los
gobernantes vecinos.
Un
proyecto de país que consiste en negar la iniciativa privada como el motor de
la economía y que mira con desconfianza a todo aquel que supo hacer las cosas
bien, con eficiencia y eficacia en un país en donde ser empresario está mal
visto por la gente y el Estado se comporta como un socio en la ganancia, pero
que en las pérdidas no existe. El operador privado debe pagar agua industrial,
luz industrial, cargas sociales, impuestos y ser un socio para estatal en las
ganancias, eso sí, si hay pérdidas corren a cuenta de su entera
responsabilidad.
Un
proyecto de país que considera que generar trabajo es aumentar los empleados
públicos creando sinecuras por todos lados y abultando cada vez más el déficit
fiscal y eso en plena voracidad impositiva.
Un
proyecto que no quiere clase media, ni gente que “se quema las pestañas”
estudiando para llegar a una posición en la vida, sino barriadas populares y
alumnos que salvan sin saber nada.
Un
proyecto que cuando escucha juicios contrarios al propio, el único que le
importa y preocupa es el de la ultra izquierda, inhabilitándose para convivir
con la oposición votada por la gente.
Un
proyecto de país que exige mayorías parlamentarias aplastantes porque donde
tenga que negociar la más mínima ley no puede imponer su voluntad ni siquiera
cuando lo que está en discusión es un simple inciso de una ley.
Un
proyecto de país que cuando redacta una ley entiende tan poco de doctrina
jurídica y técnica legislativa que terminan siendo leyes inocuas para ser
aplicadas por los jueces. No se dieron cuenta que lo peor que le puede suceder
a una ley, no es que sea mala, una mala ley que se aplica es una excelente ley.
Lo peor que puede ocurrirle a una ley es que no aplique.
Un
proyecto de país que estriba en degradar las condiciones de vida y combatir a
las mafias del narco tráfico entrando en su mismo juego y mientras le dicen que
sí a todo tipo de inversión sin considerar de qué cosa se trata, le hablan a la
gente contra el consumismo de la sociedad actual, olvidando que porque hay
consumo existe trabajo.
Un
proyecto de país que no supo aprovechar la bonanza económica que comenzó a
darse después de agosto de 2003, no quiso crear la infraestructura que el
Uruguay precisa vitalmente, generó un crecimiento desordenado sin obra pública
que racionalice las cosas y que en buen romance en vez de crecer
económicamente, engordó financieramente. Dicho en términos económicos no supo
combinar desarrollo con crecimiento y al crecer desordenadamente llevó a la
economía a una burbuja atada al castillo de naipes del crecimiento que Brasil
tuvo hacia afuera.
Por
el otro lado, tenemos el proyecto de país que expresa el Partido Nacional.
Un
modelo basado en la seguridad y el respeto.
En
la solidaridad con el pueblo paraguayo.
En
la mano firme, justa y dura contra la delincuencia.
Un
modelo basado en la educación como la principal herramienta de superación
individual y colectiva, inspirado en el ejemplo que da Finlandia en donde solo
el 8 por ciento de los alumnos no terminan su educación, mientras que en el
Uruguay es el 65 por ciento quien deserta.
Un
modelo de apertura comercial a los países de la Alianza del Pacífico que son
los que han combatido realmente la pobreza.
Un
modelo que asume la responsabilidad de construir entre todos una alternativa y
por ende propugna nuevas reglas de juego en la gestión estatal en donde las
banderas históricas del partido nacional vuelven a ondear en política.
A
saber, estas son, libertad en política, soberanía nacional, independencia
económica, porque las tres cosas forman un triangulo perfecto sin el cual lo
otro carece de sentido. No puede haber libertad en política sin soberanía
nacional. Ni puede existir soberanía sin independencia económica.
Lavandeira
dio la vida en política asesinado en el atrio de la Iglesia Matriz envuelto en
la bandera nacional luchando contra el fraude electoral y la balota.
Los
caudillos como Luis Alberto de Herrera y Wilson tuvieron una gran obsesión
constante en su trayectoria: la soberanía nacional en un país que si bien tiene
problemas a nivel regional configura un problema para los vecinos que no lo
aceptan como lo que es.
Un
partido que puso la independencia económica del Uruguay en el centro del debate
parlamentario, porque es el relacionamiento de Uruguay con el mundo,
fundamentalmente con Inglaterra, la clave de la independencia económica
uruguaya.
Un
partido que tuvo como banderas históricas desarrolladas bajo la divisa “Defensores
de las Leyes”, tres cosas básicas: Descentralización política de la campaña,
honradez administrativa y austeridad republicana: Frente alta y manos limpias
para gobernar.
Un
partido que si pagó el precio de ser rebelde y arisco en política fue porque
hizo de la participación no una consigna vacía, sino una realidad que conduce a
respetar la opinión de las diversas tendencias.
Un
partido basado en valores morales en donde la familia es la unidad básica de la
sociedad y es un deber ético para país tan chico como el nuestro que sea una
sociedad de oportunidades en donde el hombre cuyo único merecimiento es la
superación personal, pueda abrirse camino en la vida.
Creo
que en estas elecciones se juegan dos proyectos de país clara, neta y
absolutamente diferenciados. Porque no nos engañemos la democracia es el único
sistema que puede también suicidarse.