domingo, 10 de noviembre de 2013

Dos proyectos de país.

       En estas elecciones se juegan claramente diferenciados, dos proyectos de país.
       Por un lado el proyecto de país que hemos venido padeciendo desde el 2005 a la fecha a nivel nacional y desde los años 90’ a nivel municipal.
       Un proyecto basado en el asistencialismo sin contraprestación, verdadero clientelismo político a expensas del contribuyente. Inspirado en la lógica sindical y corporativa del peronismo argentino, pero ideologizado y viviendo de una situación de bonanza económica en las exportaciones, al mejor estilo venezolano.
       Un proyecto que para tener andamiento social supone hablarle a la gente en lunfardo degradando el lenguaje como manera de manipular la psicología de una masa que cuando le critican los planes generosos a expensas del bolsillo ajeno, se arremangan para pelear e insultar, que es lo único que saben hacer.
       Un proyecto de integración regional basado en la pura retórica americanista que consiste en consentirle absolutamente todo a Argentina, mendigarle ayuda a Brasil y despreciar la dignidad del pueblo paraguayo. En vez de visualizar el Mercosur como lo que fue creado para ser, una Unión Aduanera y punto, se lo pretende elevar a una mítica categoría que solo funciona en el plano de una retórica a lo Pedro Henríquez Ureña. No se dieron cuenta que ese americanismo, así planteado, a lo único que conduce es a delegar soberanía y que es contraproducente ahí en donde se tienen dos imperios comerciales, uno en bancarrota como Argentina y otro poderosísimo como Brasil. No se dieron cuenta que ningún país del mundo puede desarrollarse económicamente a impulsos de los antojos de los gobernantes vecinos.
       Un proyecto de país que consiste en negar la iniciativa privada como el motor de la economía y que mira con desconfianza a todo aquel que supo hacer las cosas bien, con eficiencia y eficacia en un país en donde ser empresario está mal visto por la gente y el Estado se comporta como un socio en la ganancia, pero que en las pérdidas no existe. El operador privado debe pagar agua industrial, luz industrial, cargas sociales, impuestos y ser un socio para estatal en las ganancias, eso sí, si hay pérdidas corren a cuenta de su entera responsabilidad.
       Un proyecto de país que considera que generar trabajo es aumentar los empleados públicos creando sinecuras por todos lados y abultando cada vez más el déficit fiscal y eso en plena voracidad impositiva.
       Un proyecto que no quiere clase media, ni gente que “se quema las pestañas” estudiando para llegar a una posición en la vida, sino barriadas populares y alumnos que salvan sin saber nada.
       Un proyecto que cuando escucha juicios contrarios al propio, el único que le importa y preocupa es el de la ultra izquierda, inhabilitándose para convivir con la oposición votada por la gente.
       Un proyecto de país que exige mayorías parlamentarias aplastantes porque donde tenga que negociar la más mínima ley no puede imponer su voluntad ni siquiera cuando lo que está en discusión es un simple inciso de una ley.
       Un proyecto de país que cuando redacta una ley entiende tan poco de doctrina jurídica y técnica legislativa que terminan siendo leyes inocuas para ser aplicadas por los jueces. No se dieron cuenta que lo peor que le puede suceder a una ley, no es que sea mala, una mala ley que se aplica es una excelente ley. Lo peor que puede ocurrirle a una ley es que no aplique.
       Un proyecto de país que estriba en degradar las condiciones de vida y combatir a las mafias del narco tráfico entrando en su mismo juego y mientras le dicen que sí a todo tipo de inversión sin considerar de qué cosa se trata, le hablan a la gente contra el consumismo de la sociedad actual, olvidando que porque hay consumo existe trabajo.
       Un proyecto de país que no supo aprovechar la bonanza económica que comenzó a darse después de agosto de 2003, no quiso crear la infraestructura que el Uruguay precisa vitalmente, generó un crecimiento desordenado sin obra pública que racionalice las cosas y que en buen romance en vez de crecer económicamente, engordó financieramente. Dicho en términos económicos no supo combinar desarrollo con crecimiento y al crecer desordenadamente llevó a la economía a una burbuja atada al castillo de naipes del crecimiento que Brasil tuvo hacia afuera.
       Por el otro lado, tenemos el proyecto de país que expresa el Partido Nacional.
       Un modelo basado en la seguridad y el respeto.
       En la solidaridad con el pueblo paraguayo.
       En la mano firme, justa y dura contra la delincuencia.
       Un modelo basado en la educación como la principal herramienta de superación individual y colectiva, inspirado en el ejemplo que da Finlandia en donde solo el 8 por ciento de los alumnos no terminan su educación, mientras que en el Uruguay es el 65 por ciento quien deserta.
       Un modelo de apertura comercial a los países de la Alianza del Pacífico que son los que han combatido realmente la pobreza.
       Un modelo que asume la responsabilidad de construir entre todos una alternativa y por ende propugna nuevas reglas de juego en la gestión estatal en donde las banderas históricas del partido nacional vuelven a ondear en política.
       A saber, estas son, libertad en política, soberanía nacional, independencia económica, porque las tres cosas forman un triangulo perfecto sin el cual lo otro carece de sentido. No puede haber libertad en política sin soberanía nacional. Ni puede existir soberanía sin independencia económica.
       Lavandeira dio la vida en política asesinado en el atrio de la Iglesia Matriz envuelto en la bandera nacional luchando contra el fraude electoral y la balota.
       Los caudillos como Luis Alberto de Herrera y Wilson tuvieron una gran obsesión constante en su trayectoria: la soberanía nacional en un país que si bien tiene problemas a nivel regional configura un problema para los vecinos que no lo aceptan como lo que es.
       Un partido que puso la independencia económica del Uruguay en el centro del debate parlamentario, porque es el relacionamiento de Uruguay con el mundo, fundamentalmente con Inglaterra, la clave de la independencia económica uruguaya.
       Un partido que tuvo como banderas históricas desarrolladas bajo la divisa “Defensores de las Leyes”, tres cosas básicas: Descentralización política de la campaña, honradez administrativa y austeridad republicana: Frente alta y manos limpias para gobernar.
       Un partido que si pagó el precio de ser rebelde y arisco en política fue porque hizo de la participación no una consigna vacía, sino una realidad que conduce a respetar la opinión de las diversas tendencias.
       Un partido basado en valores morales en donde la familia es la unidad básica de la sociedad y es un deber ético para país tan chico como el nuestro que sea una sociedad de oportunidades en donde el hombre cuyo único merecimiento es la superación personal, pueda abrirse camino en la vida.
       Creo que en estas elecciones se juegan dos proyectos de país clara, neta y absolutamente diferenciados. Porque no nos engañemos la democracia es el único sistema que puede también suicidarse.