Hoy la opinión pública está puesta en
Siria. Pero en América Latina –esa América que tantos discursos en vano ha
recibido de Manuel Ugarte a Eduardo Galeano, pasando por la retórica insulsa y panamericanista
de la CEPAL-, de la cual no ha escapado prácticamente ningún político; en esta
América empobrecida por el dominio europeo y el concepto que España ha tenido
del manejo político imperante según el cual, “robar al Estado no es robar”,
estamos hoy viviendo diversos procesos que dicen cosas distintas dentro del
gran cambio que se aproxima para esta década.
Chile
ha sido un ejemplo económico de lo que hay que hacer, pero lamentablemente, hay
que decirlo, no es un ejemplo político de buen manejo de gestión.
En
política hay que hacer entender a la gente, sobre la importancia de lo que se
ha realizado y esta debe asumir el liderazgo y en la medida que se beneficia de
las políticas económicas imperantes, lo razonable es esperar un correlato
político similar. Pero en esto la vida, como en tantas cosas, es rehacía a todo
esquematismo. No siempre una buena gestión económica tiene un correlato
político que acompañe lo que se ha hecho en favor de la gente.
No
es una injusticia o una ingratitud de gente que al acceder a un mejor nivel de
vida comienza a reclamar cosas que eran impensables para sus padres, es una
consecuencia del manejo que se hace.
El
chileno no es de derecha, es de centro, se podría decir que es ultra en ese
sentido. Es ultra centrista y no quiere fervorosamente ninguno de los dos
extremos. Por eso es difícil calibrar correctamente el planteo que se le hace,
tanto por tirios o troyanos.
Ser
ultra centrista tiene sus inconvenientes, pese a lo bueno que aparentemente
puede ser. Como decía el viejo Aristóteles, “el que siempre está en el medio de
todas las posiciones, suele quedarse con lo peor de cada una”.
Chile
hoy vive un proceso, que en economía se llama crisis de crecimiento. Cuando hay crisis económica, desempleo y
dificultades con el comercio exterior, hay un señor problema en economía, pero
cuando hay crecimiento económico, también existe otro problema: el de la falta de servicios que acompañen
socialmente ese crecimiento.
La
estructura social no está pensada para prever un salto cualitativo en el desarrollo
económico, sigue funcionando como siempre lo ha hecho y vive un crecimiento que
viene a plantear cuestiones nuevas que los mismos agentes intervinientes no
pueden prever. Eso que es muy bueno en términos macro económicos, no lo es en
términos micro económicos. No me cansaré en repetirlo: Lo que destruye una
sociedad son los
intereses difusos, porque son los que hacen a la micro economía: las
contradicciones entre el inquilino y el propietario, entre el deudor y el
acreedor, entre el comprador y el vendedor, entre el productor y el
intermediario, entre el trabajador manual y el intelectual y entre ambos con el
empleador. Eso cuando se exacerba es lo que descompone el cuerpo social.
Cuando
los intereses difusos ponen en cuestión los grandes intereses nacionales es
entonces cuando estamos ante un problema serio que exige otro tipo de análisis.
Es
aquí en donde pienso en la figura de Joseph Alois Schumpeter, porque es el
único que habla claro en esta cuestión.
Que
la economía crezca, no significa por esa sola causa que se desarrolle. Pero el
tema de fondo es que sin desarrollo no hay ganancia y por ende crecimiento.
Ambas cosas deben ser conjugadas.
El
sistema capitalista ha logrado sobrevivir a todos los embates que hasta ahora
ha tenido que enfrentar porque “Actuar
con confianza más allá del horizonte de lo conocido y vencer la resistencia del
medio requiere aptitudes que solo están presentes en una pequeña fracción de la
población y que definen tanto el tipo como la función del emprendedor”. Ha
sido esa apuesta a la iniciativa privada y al riesgo en el sentido que ya lo
determinaba Adam Smith, la clave de la sobrevivencia del sistema.
Toda
sociedad tiene hombres emprendedores, pero no toda sociedad les da el lugar que
les corresponde. Como decía Charles Wright Mills, gran parte de la frustración
que sufrimos es por la desconsideración hacia ciertos miembros de élite que no
se les da el lugar que realmente ocupan.
Si
analizamos la realidad chilena vemos que este es el caso: El emprendedor es una
figura crucial que se lo ve en prácticamente todas las áreas de la economía y
la tecnología, pero no es visualizado socialmente de la manera indicada por el
común de la gente. Hay gente, lamentablemente, en Chile, que cree que los emprendedores
deben pagar y arrepentirse por recibir lo que han ganado con su esfuerzo e
iniciativa personal. No se les ocurre pensar que si no fuera por ellos
sencillamente Chile no tendría
ni razón, ni fuerza alguna.
El
emprendedor no busca el dinero por el mero afán de lucro y enriquecimiento personal.
Cuando uno analiza las fortunas personales ve que podrían perfectamente dejar
de ser emprendedores y vivir de una muy buena renta sin hacer nada. El emprendedor quiere vivir en el desafío de
aportar cosas nuevas a la sociedad y muchos han arriesgado un buen pasar, por
una ilusión que los entusiasmó.
Como
demuestra la crisis del 29’ y las diversas crisis cíclicas que el capitalismo
ha vivido, los problemas del sistema no vienen en épocas de recesión y
depresión económicas, sino cuando hay un desenvolvimiento importante de las
fuerzas productivas.
A
Schumpeter le llama la atención que los innovadores aparezcan en bandadas y que
baste unos pocos, para que inmediatamente aparezcan miles detrás de ellos.
La
ritmicidad opera de la siguiente manera general. Uno o varios precursores abren
el camino, luego, por medio del "efecto de imitación" surgen más y
más empresarios. Se forman así "bandadas de emprendedores" o, lo que
es lo mismo en la práctica, de innovaciones. La situación de equilibrio, el
flujo circular, da entonces paso a un fuerte movimiento ascendente. La bandada
de innovaciones da origen a amplias fuentes de ganancias. El auge produce una
lucha cada vez más dura por el crédito, los medios de producción y la mano de
obra. Los precios suben y los márgenes de supervivencia económica se reducen
para muchos. Las empresas antiguas, dominadas por la rutina, se ven obligadas a
transformarse o a desaparecer. Por fin, los empresarios salen con la victoria
pero sólo para descubrir que su triunfo ha sido sólo "aparente". Lo
que antes había sido una innovación se ha transformado ahora en lo habitual;
pasa a formar parte del nuevo sentido común tecnológico, organizativo y comercial.
La difusión de los nuevos métodos, la producción en masa de las nuevas
mercancías, el acceso generalizado a las nuevas fuentes de materias primas y a
los nuevos mercados, y la reorganización de la mayoría de las empresas hacen
que la situación nuevamente se "normalice". La ganancia desaparece y
los empresarios innovadores, se transforman en jefes normales de empresa, en
administradores de un territorio ya conquistado.
Habría
que agregar aquí que la empresa deja de ser innovadora cuando comienza a
cotizarse en la bolsa de valores, y los accionistas quieren ganancias, sin
tanto riesgo empresarial.
Lo
que condena al modelo chileno, no son sus fracasos, sino sus éxitos. El éxito
del sistema implica tener que enfrentar nuevos desafíos: la envidia social, los
anti valores y el conjunto de gente que al llegar a una posición económica
importante siente que todo eso no significa nada para él.
Lo
que uno percibe de Chile no es que se deslice por la senda allendista del
socialismo –porque no existen condiciones mínimas para eso-, sino que van a
ponerle el palo en la rueda a la economía obstruyendo con impuestos el
dinamismo innovador que ha sabido tener hasta hora.