viernes, 30 de agosto de 2013

Entre el Chile que se termina y el cholo que se avecina.


Hoy la opinión pública está puesta en Siria. Pero en América Latina –esa América que tantos discursos en vano ha recibido de Manuel Ugarte a Eduardo Galeano, pasando por la retórica insulsa y panamericanista de la CEPAL-, de la cual no ha escapado prácticamente ningún político; en esta América empobrecida por el dominio europeo y el concepto que España ha tenido del manejo político imperante según el cual, “robar al Estado no es robar”, estamos hoy viviendo diversos procesos que dicen cosas distintas dentro del gran cambio que se aproxima para esta década.
        Chile ha sido un ejemplo económico de lo que hay que hacer, pero lamentablemente, hay que decirlo, no es un ejemplo político de buen manejo de gestión.
        En política hay que hacer entender a la gente, sobre la importancia de lo que se ha realizado y esta debe asumir el liderazgo y en la medida que se beneficia de las políticas económicas imperantes, lo razonable es esperar un correlato político similar. Pero en esto la vida, como en tantas cosas, es rehacía a todo esquematismo. No siempre una buena gestión económica tiene un correlato político que acompañe lo que se ha hecho en favor de la gente.
        No es una injusticia o una ingratitud de gente que al acceder a un mejor nivel de vida comienza a reclamar cosas que eran impensables para sus padres, es una consecuencia del manejo que se hace.
        El chileno no es de derecha, es de centro, se podría decir que es ultra en ese sentido. Es ultra centrista y no quiere fervorosamente ninguno de los dos extremos. Por eso es difícil calibrar correctamente el planteo que se le hace, tanto por tirios o troyanos.
        Ser ultra centrista tiene sus inconvenientes, pese a lo bueno que aparentemente puede ser. Como decía el viejo Aristóteles, “el que siempre está en el medio de todas las posiciones, suele quedarse con lo peor de cada una”.
        Chile hoy vive un proceso, que en economía se llama crisis de crecimiento.  Cuando hay crisis económica, desempleo y dificultades con el comercio exterior, hay un señor problema en economía, pero cuando hay crecimiento económico, también existe otro problema: el de la falta de servicios que acompañen socialmente ese crecimiento.
        La estructura social no está pensada para prever un salto cualitativo en el desarrollo económico, sigue funcionando como siempre lo ha hecho y vive un crecimiento que viene a plantear cuestiones nuevas que los mismos agentes intervinientes no pueden prever. Eso que es muy bueno en términos macro económicos, no lo es en términos micro económicos. No me cansaré en repetirlo: Lo que destruye una sociedad son los intereses difusos, porque son los que hacen a la micro economía: las contradicciones entre el inquilino y el propietario, entre el deudor y el acreedor, entre el comprador y el vendedor, entre el productor y el intermediario, entre el trabajador manual y el intelectual y entre ambos con el empleador. Eso cuando se exacerba es lo que descompone el cuerpo social.
        Cuando los intereses difusos ponen en cuestión los grandes intereses nacionales es entonces cuando estamos ante un problema serio que exige otro tipo de análisis.
        Es aquí en donde pienso en la figura de Joseph Alois Schumpeter, porque es el único que habla claro en esta cuestión.
        Que la economía crezca, no significa por esa sola causa que se desarrolle. Pero el tema de fondo es que sin desarrollo no hay ganancia y por ende crecimiento. Ambas cosas deben ser conjugadas.
        El sistema capitalista ha logrado sobrevivir a todos los embates que hasta ahora ha tenido que enfrentar porque “Actuar con confianza más allá del horizonte de lo conocido y vencer la resistencia del medio requiere aptitudes que solo están presentes en una pequeña fracción de la población y que definen tanto el tipo como la función del emprendedor”. Ha sido esa apuesta a la iniciativa privada y al riesgo en el sentido que ya lo determinaba Adam Smith, la clave de la sobrevivencia del sistema.
        Toda sociedad tiene hombres emprendedores, pero no toda sociedad les da el lugar que les corresponde. Como decía Charles Wright Mills, gran parte de la frustración que sufrimos es por la desconsideración hacia ciertos miembros de élite que no se les da el lugar que realmente ocupan.
        Si analizamos la realidad chilena vemos que este es el caso: El emprendedor es una figura crucial que se lo ve en prácticamente todas las áreas de la economía y la tecnología, pero no es visualizado socialmente de la manera indicada por el común de la gente. Hay gente, lamentablemente, en Chile, que cree que los emprendedores deben pagar y arrepentirse por recibir lo que han ganado con su esfuerzo e iniciativa personal. No se les ocurre pensar que si no fuera por ellos sencillamente Chile no tendría ni razón, ni fuerza alguna.
        El emprendedor no busca el dinero por el mero afán de lucro y enriquecimiento personal. Cuando uno analiza las fortunas personales ve que podrían perfectamente dejar de ser emprendedores y vivir de una muy buena renta sin hacer nada.  El emprendedor quiere vivir en el desafío de aportar cosas nuevas a la sociedad y muchos han arriesgado un buen pasar, por una ilusión que los entusiasmó.
        Como demuestra la crisis del 29’ y las diversas crisis cíclicas que el capitalismo ha vivido, los problemas del sistema no vienen en épocas de recesión y depresión económicas, sino cuando hay un desenvolvimiento importante de las fuerzas productivas.
        A Schumpeter le llama la atención que los innovadores aparezcan en bandadas y que baste unos pocos, para que inmediatamente aparezcan miles detrás de ellos.
        La ritmicidad opera de la siguiente manera general. Uno o varios precursores abren el camino, luego, por medio del "efecto de imitación" surgen más y más empresarios. Se forman así "bandadas de emprendedores" o, lo que es lo mismo en la práctica, de innovaciones. La situación de equilibrio, el flujo circular, da entonces paso a un fuerte movimiento ascendente. La bandada de innovaciones da origen a amplias fuentes de ganancias. El auge produce una lucha cada vez más dura por el crédito, los medios de producción y la mano de obra. Los precios suben y los márgenes de supervivencia económica se reducen para muchos. Las empresas antiguas, dominadas por la rutina, se ven obligadas a transformarse o a desaparecer. Por fin, los empresarios salen con la victoria pero sólo para descubrir que su triunfo ha sido sólo "aparente". Lo que antes había sido una innovación se ha transformado ahora en lo habitual; pasa a formar parte del nuevo sentido común tecnológico, organizativo y comercial. La difusión de los nuevos métodos, la producción en masa de las nuevas mercancías, el acceso generalizado a las nuevas fuentes de materias primas y a los nuevos mercados, y la reorganización de la mayoría de las empresas hacen que la situación nuevamente se "normalice". La ganancia desaparece y los empresarios innovadores, se transforman en jefes normales de empresa, en administradores de un territorio ya conquistado.
        Habría que agregar aquí que la empresa deja de ser innovadora cuando comienza a cotizarse en la bolsa de valores, y los accionistas quieren ganancias, sin tanto riesgo empresarial.
        Lo que condena al modelo chileno, no son sus fracasos, sino sus éxitos. El éxito del sistema implica tener que enfrentar nuevos desafíos: la envidia social, los anti valores y el conjunto de gente que al llegar a una posición económica importante siente que todo eso no significa nada para él.
        Lo que uno percibe de Chile no es que se deslice por la senda allendista del socialismo –porque no existen condiciones mínimas para eso-, sino que van a ponerle el palo en la rueda a la economía obstruyendo con impuestos el dinamismo innovador que ha sabido tener hasta hora.