sábado, 17 de agosto de 2013

Cristina Fernández o el síndrome de Hibris



Hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones,
te engrupieron los otarios, las amigas y el gavión;
la milonga, entre magnates, con sus locas tentaciones,
donde triunfan y claudican milongueras pretensiones,
se te ha entrado muy adentro en tu pobre corazón.

Carlos Gardel, José Razzano, y letra de Celedonio Flores. Mano a mano.

        Hibris o Hybris es una palabra griega que se puede traducir como desmesura o confianza exagerada en sí mismo cuando se ostenta el poder.       
        Se refiere a ese tipo de mandatario que borracho de éxito entra en un estado de soberbia, esto es, la actitud de aquel que  quiere parecerse a los dioses.
        El hombre, para los griegos, cuando pierde la humildad y la moderación renuncia a la medida que las cosas exigen para ser abordadas y comprendidas. Lo que en la tradición cristiana se considera un pecado capital, la soberbia, para los griegos era el síndrome de Hibris.
        En el caso del síndrome de Hibris es algo más que una soberbia o un mero querer parecerse a los dioses, es una forma de soberbia contumaz, esto es, la del gobernante que sabe a conciencia que está haciendo el mal e igual persiste enfurecido por imponer sus prerrogativas de poder. Contumacia quiere decir, obstinación en el error.
        El síndrome es propio de los abusadores que llegan a cometer vejaciones y acciones crueles hacia los que, según su parecer, están “por debajo de ellos.” Héroes militares, políticos, directivos de empresa, todos ellos pueden padecer lo que actualmente se denomina síndrome o mal de Hibris, un trastorno de carácter paranoico que se inicia desde un auto culto a la propia personalidad y degenera en una estulticia acentuada. Estulticia es una mediocridad enceguecida en el marco de un fanatismo mediocre o la conjunción de ambas cosas; es una forma de necedad que radica en no querer aprender.
        Los componentes que caracterizan este síndrome según la psiquiatría actual son que quienes lo padecen denotan una confianza desmedida en sí mismos; son impulsivos e imprudentes; se sienten superiores a los demás; le otorgan una desmedida importancia a su imagen; ostentan sus lujos; son excéntricos; se preocupan porque sus rivales sean vencidos a costa de cualquier cosa –vamos por todo‑; no escuchan a los demás; son monotemáticos (todo ronda en tono suyo); se sienten iluminados –quieren refundar todo lo que abordan- y aunque fallan, no lo reconocen, siempre son otros los que han hecho mal las cosas.
        Cuando pierden el poder caen en una profunda depresión.
        El proceso que sigue el síndrome de Hibris es el siguiente. Cuando llegan al poder están rodeados de aduladores. Todos los éxitos le son propios y los fracasos la consecuencia de una suerte de “herencia maldita” que viene de atrás.
        Luego entran una fase en donde todo lo que dicen, sienten y piensan no puede ser cuestionado, ni ponerse en entredicho. Creen que son infalibles e insustituibles. Van relegando al ostracismo a todo aquel que se les opone.
        Comienzan entonces a vivir en una burbuja, en donde el mundo se divide en ganadores y perdedores  y a partir de allí temen perder el estatus de triunfadores y son capaces de cualquier felonía moral para mantener esa determinación. El fraude, la tergiversación de los hechos, amenazar a los otros poderes del estado y causar daños irreparables a quienes están por debajo de ellos, carece de la más mínima importancia a su criterio. Lo único que les importa es mantener el poder.
        Era Montesquieu quien decía que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente y en criollo decimos que “si quieres saber quién es Pedrito, dale un carguito”.
        El síndrome de Hibris empieza cuando el mandatario o la mandataria ya no pueden darle la razón a nadie, porque ya no son capaces de razonar.
        Es realmente imposible imaginar lo que puede sentir alguien que lo ha tenido todo, y que de pronto se encuentra en cuestión de horas, ninguneado y despreciado por aquellos que antes le rendían pleitesía: son como esos aviadores de la época de los hermanos Wright que cuando subían a una nube perdían la noción de altura y terminaban estallándose contra una columna. Es una mujer que está tan alto que ya no quiere hablar con suplentes, perdiendo de vista que en un país, nada menos que como Argentina, hay 40 millones de suplentes. Argentina, lo sabemos todos, no es un país de equilibrados, sino más bien un país de equilibristas. No quiero ni pensar, lo que va a ser estos dos últimos años con una cosa así en el poder. Si se quiere extraer conclusiones de carácter teórico y conceptual hay que decir algo más. En México, por ejemplo, tienen claro que la reelección es inmoral por naturaleza, porque sirve para blanquear el robo inicial y hacer durar las cosas hasta que el delito comience a precluir y lo que la realidad argentina indica es que si la reelección en sí le ha hecho un mal enorme a ese país al desbalancear los poderes del estado generando un presidencialismo abusivo, la re-reelección es entrar en las puertas del infierno del Dante. Cuando se llega a eso por la vía del menemismo o del progresismo -da igual- es cuando las cosas no dan para más, todos lo saben, lo registran y lo ven, menos ellos.
        La pobrecita, como en los versos de Carriego, no aguantó más y cayó desmayada, inconsciente, con su piernas en el piso, viendo que todo parecía caerse a su mirada.
        La cruda verdad no  trascendió a los medios, pero lo cierto es que sufrió un desmayo y fue internada en el Otamendi en el más estricto secreto y se le hicieron varios estudios, entre estos los de resonancia magnética.
        Chiche Duhalde estaba al tanto de lo que ocurría y por eso para salvar la situación del peronismo hace esas declaraciones de carácter sexista según la cual, ahora venimos enterarnos que las mujeres no son para la política. Pero la crisis del peronismo es de fondo, porque si como dice Chiche Duhalde las mujeres no sirven, a santo de qué tanto culto a esa otra enferma de poder que se llamó Eva Perón.
         El tema de fondo acá, conociendo, como bien se sabe, que el área más sensible de los argentinos, es la zona glútea, es qué va a ocurrir con la inflación con una cosa así en el poder.