lunes, 1 de julio de 2013

Las complejidades de la realidad argentina


        En la Argentina están divididos entre dos sectores claramente diferenciados. Los que quieren un cambio tibio, suave, gatopardismo y los que no quieren que les toquen absolutamente nada y, además, se están preparando para “ir por todo”.
        Los primeros están contra el gobierno pero no quieren que la sangre llegue al río y los otros, los defensores del status quo kirchnerista están dispuestos a cualquier barbaridad con tal de seguir perpetuandose en el poder.
        Entre esas dos posturas, nadie quiere volver al “que se vayan todos” y lo que cada bando busca es mantener sus chacras y privilegios estamentarios.
        Esto significa en buen romance que hay una patota enquistada en el poder, que más que “robar a cuatro manos” se dedica a expoliar a la población. Robar es conjunción del interés público con el privado en el marco del enriquecimiento ilícito, pero expoliar es mucho más, es vaciar las arcas del estado.
        Lo que el violentismo de los quedantes -los que quieren que todo siga igual- y el tibio espíritu de cambio de quienes se oponen demuestra hasta la evidencia, es la debilidad del operador económico argentino, un empresariado amiguista acostumbrado a vivir de prebendas y subsidios, gente que teme perder esas cuotas de poder y que si bien no está de acuerdo con la destrucción sistemática de la economía a la que el kirchnerismo los conduce, tampoco está dispuesto a ir más allá de lo que sus intereses momentáneos le indican.
        En ese proceso Argentina se hunde y constata una amarga verdad. De la crisis de fines de noviembre de 2001 a la fecha, no supo resolver ninguna cuestión estructural. La clase media consume, pero no acumula. El ahorro interno no existe, sino la evasión sistemática. Descubren ahora que nadie crece porque engorde y que no bien el escenario económico internacional venga a plantear otra realidad menos benigna que la que se ha vivido hasta ahora, el desplome los conduce a un vacío tan grande como aquel que creyeron dejar atrás en los años de bonanza.
        Si esto se lo traduce al plano político se constata fácilmente que la dificultad de la oposición para presentar una alternativa creíble ante la gente está ligada al nivel de atomización en que viven. No son conscientes de la necesidad de tener ámbitos de coordinación y acuerdos puntuales para objetivos inmediatos. Carecen de un proyecto global alternativo y en el supuesto caso de lograr un éxito momentáneo, les falta el nivel de presencia política que tiene el peronismo, provincia por provincia, partido por partido hasta los confines del territorio argentino.
        Tienen las mismas dificultades organizativas que la clase media encuentra cuando ve peligrar su situación. Protestan pero no combaten. No saben hacerlo civilizadamente. Están acostumbrados a vivir como súbditos de un poder omnímodo o enfrentar eso con rebeldía. No aprendieron a ser ciudadanos, a organizarse en partidos, a coordinar y unificar esfuerzos y ofrecer una salida de carácter global abarcativa de un proyecto de país.
        En Argentina no están en juego proyectos de país, sino figuras y ambiciones personales.
        “El drama de España -decía Unamuno- no es el Gobierno, el drama de España es la oposición”. Parece dicho a la medida de la realidad argentina: el drama es la incapacidad de la oposición para revertir ese gobierno.
        “Los peronistas -decía Borges- no son ni buenos, ni malos, son incorregibles”. El problema argentino es como sacarse eso de encima en el marco de la gobernabilidad que un proyecto distinto debe tener, porque hasta ahora, lamentablemente, los gobiernos radicales fracasaron todos, del viejo y peludo Yrigoyen, hasta Ilía, Alfonsín o De La Rúa.
        El radicalismo huele a fracaso trágico, porque no lo dejan gobernar, pero siempre hay que coordinar con él, porque es la única fuerza que tiene presencia de aparato organizado provincia por provincia, partido por partido. Cuida su aparato político de tal modo que  al otro día de una alianza, pasada las elecciones lo primero que hace es quitarse de encima ese aliado. Es una secta, de gente selecta, muy culta, elevada y ateneísta al estilo del 900’.
        La izquierda no peronista o anti peronista es la expresión de las mentalidades más atolondradas que uno pueda imaginar: van de un intelectualismo intrascendente a la prepotencia más energúmena que se pueda concebir.
        Los sectores liberales dicen grandes verdades y hablan muy bien, pero parecen condenados a predicar en el desierto.
        Más allá de esta insuficiencia en la oposición, el gran problema argentino, como decía Perina, es el presidencialismo que concentra absolutamente todos los temas y no deja margen a ninguna distribución de poder. El Presidente o la Presidenta es vida y milagro y todo gira en función de lo que haga o deje de decir. No existe una adecuada distribución de los tres poderes del estado, sino que tanto el Legislativo como el Judicial son apéndices de ese presidencialismo concentrador. La idiosincrasia del argentino está permeada en el unicato y el culto a la personalidad. No entiende que un estado de derecho tiene reglas de juego que son independientes de quien se siente en el sillón presidencial.
        El estado carece a su vez de profesionalismo. Es ganar un sector político para que inmediatamente despidan a los funcionarios que entraron con el anterior y esa es la causa por la cual cuando llegan las elecciones arde Troya en las provincias. Con un cambio de gobierno se juegan el puesto de trabajo. No existe el concepto de que ser funcionario del estado, no es ser funcionario de un partido y que una cosa es el presupuestado y otra bien distinta el funcionario de especial confianza política. Es un juego de suma cero en donde el que gana se queda con todo y eso apunta al descaecimiento de la función pública, una estructura de sinecuras y favores. En este orden de cosas hoy no se salva ni la cúpula militar argentina y sus cuatro mandos principales. Es el grupo de amigos del brujo Carlos Zannini, quien toma el mando, pasando por encima de hasta veinte generales en mejor posición profesional que los designados.
        El plan de reestructuración del brujo incluye todo: presupuesto, inteligencia, equipamiento, nombramientos. Este maoísta que opera desde La Cámpora ya no se limita a extender su control sobre ambientes profesionales, universitarios, periodísticos y económicos, sino que al parecer también entra en la esfera militar. No es el fracaso de la Campaña Antártica con su hundimiento de dos buques, ni el incidente de la Fragata Libertad, retenida en Ghana como prenda de una deuda impagada por el gobierno el motivo de los nuevos nombramientos, sino la excusa del caso para avanzar en el mismo proceso que conduce a la subordinación del Poder Judicial. Es el deseo insaciable del kirchnerismo por controlar todos los resortes del estado.
        A la gente le importa poco la corrupción porque el sistema prebendario y favoritista basado en el amiguismo, para sostenerse es una gran caja que distribuye dinero al servicio del más increíble clientelismo político. Cuando el sistema colapsa son muchedumbres robando, matando, asaltando y disparando de un lugar a otro. Todos temen tocar fondo. Por eso Menem ganó dos veces -por el temor a la quiebra del plan austral de Alfonsín- y los Kirchner también, por el miedo a retornar a la crisis del 2001. Es siempre el mismo miedo a avanzar cayendo hacia el pasado.
        Hoy estamos en presencia de la crónica de una muerte anunciada y están preparando el garrote para cuando ya no exista más la zanahoria.