lunes, 1 de julio de 2013

Marenales o la insoportable levedad del debate



          Clásico en política son las reflexiones del príncipe Kropotkin que devienen del fracaso de la Comuna de París. Ve traidores por todos lados, gente que no es capaz de sostener su línea en los nuevos escenarios que devienen después de la Comuna.
        Hay una cosa que es cierta, pasa todo eso que dice Kropotkin, pero lo que él no se plantea, es la razón por la cual acontecen después esas cosas. Si esa línea política fuera válida, -si representase una necesidad de la vida- avanzaría en otros más allá de lo superfluo, lo accidental o lo articulado inicialmente en una época específica. Si ocurre eso que ve Kropotkin, y sucede matemáticamente siempre, de la primer a la segunda Comuna, pasando por la Revolución Rusa o cualquier proceso que se quiera analizar, ya sea la República Española o el Chile de Allende, no es porque haya gente falsa que hoy aplaude livianamente una cosa y mañana se desentiende cobardemente de lo que un día afirmaba. Es por una razón muy simple. Porque no va por ahí la cosa. Si efectivamente fuera viable, no ocurría entonces todo eso horrible en la moral interna de los impulsores. Si la idea fuera correcta, daría con las formas materiales para su realización.
        Lo que sucede aquí es muy simple o fracasan lisa y llanamente y luego quedan expuestos al escarnio de la misma gente que inicialmente estaba con ellos, o “triunfan” en una mecánica que al final los termina purgando. Si el siglo XIX fue el siglo del fracaso contundente de esta determinación, el siglo XX fue el siglo del “triunfo”. Solo la retórica y el ocultamiento de la realidad condujo a que a partir de los 90’ se lo pudiera ver con claridad. Como decía Churchill “se puede mentirle a mucha gente, durante mucho tiempo, pero no se puede mentirle a tanta gente, durante tanto tiempo”. Esperemos que el siglo XXI sea el siglo en donde esté sobreentendido acerca de cómo proceder y no, en política y economía. En otro tiempo no se sabía lo que hay que hacer para generar riqueza en las naciones y a impulsos voluntaristas el que más o el que menos tenía un concepto dirigista y dirigentista. Hoy se sabe a ciencia cierta y es algo que debiera estar dado por supuesto.
        Llamativo es la honestidad con que Julio Marenales quiere decir algo en estos temas. Se da cuenta que en ningún lugar del mundo triunfó el ideario de la Comuna de Paris –los talleres nacionales-, lo que él quiere, y en vez de estudiar cuales son los procesos que han sido exitosos, para no terminar en el más absoluto desencanto a lo Kropotkin, quiere ver por dónde empezar a cortar el paño.
        Significativo también es que un tupamaro busque soluciones leyendo y leyendo, cuando todos sabemos que “el papel aguanta cualquier cosa”, pero no sería esa la cuestión de fondo que mueve este comentario.
        Las reflexiones que se hace Marenales para auto excluirse son la expresión más palmaria de un reconocimiento. La izquierda uruguaya no tiene programa. Ni en el sentido de la Comuna de París, ni el leninista, ni siquiera un programa de transición.
        Cuando el hombre ya no ve una salida, termina siendo un administrativo de sindicato, un trade unionista, decía Lenín y es lo que Marenales registra. Se pregunta en el reportaje que le hace Ana María Mizrahi en La República: “los que queremos cambiar la sociedad, ¿qué más tenemos que hacer?. Ahí está el tema.”. Pero no dice qué es lo que quiere cambiar de la sociedad.
        Recuerdo que cuando las Treinta Medidas de Gobierno del Frente Amplio en el 71’, Traverso le hace un reportaje a Seregni en televisión y le pregunta sobre cómo iba a instrumentar la reforma agraria y la nacionalización de la banca y Seregni –aquel del 71’, “el que sabía cómo hacerlo”- furioso defiende las 30 Medidas argumentando que “el copo de leche gratuita a los niños en las escuelas es una cuestión de principios esencial”. Ante cada pregunta de Traverso, lo único que argumentaba era a favor del copo gratuito de leche en las escuelas. Traverso lo miraba estupefacto. Brasil también.
        Quiere decir que el Frente Amplio del 71’, ese que tantas nostalgias encierra en muchos, tenía dos programas: Uno que se escribe en el papel, pero no se defiende por televisión y cuestiones totalmente simplistas para justificar otra manera de ser.
        Marenales no quiere que le pase eso, pero como todo el ideario de la izquierda uruguaya –frentista o no- hoy es insostenible, sale a buscar ideas de embrión en donde lo viejo genera lo nuevo, en el sentido marxista del devenir.
        A su vez tampoco puede sacarse el guevarismo de encima. Donde Guevara dice: “Revoluciones hasta la mitad, son revoluciones masacradas”, Marenales dice: “Movimiento progresista que no profundiza, perece”. Es evidente que bajó el programa que tenía.
        Sostiene con total franqueza que “La construcción hacia una nueva sociedad no está funcionando en ninguna parte”, también afirma que “La experiencia socialista que trascendió a los partidos comunistas fue un experimento de la humanidad y no funcionó. Tenemos que investigar que pasó, y por qué pasó.
        Millones participaron de un proceso que no funcionó, a veces me pregunto: será que la humanidad no está pronta para una sociedad de otro tipo.”
        Pese a este sinceramiento sigue razonando a lo Che Guevara, no dice “El capitalismo formó cuadros para su política, yo tengo que formar cuadros para la mía”, pero sostiene: “Reflexiono y se lo digo a mis compañeros: la  Universidad formó a todos los que nos gobernaron hasta ahora. Es la Universidad del sistema, no es revolucionaria. Nuestros profesionales son parte del sistema, hubo una época donde los intelectuales y profesionales fueron de izquierda, luego hubo un cambio donde querían ser asépticos y creo que hoy retomamos por la senda del compromiso.”
        Se queja de la insoportable levedad del ser en los niveles actuales de discusión y dice: “En una reunión de dirección para hablar te dan cinco minutos con opción a 3 más. Nosotros pasábamos días, metiendo cabeza en los temas. Ahora se tratan muchos temas por arriba, y este método lo crítico.”.
        Pienso que acá la orientación de pensamiento es equivocada. No se trata en política de buscar una sociedad nueva, sino de gobernar como un arte de posible. Ni nadie mata a nadie por decreto, ni nadie puede inventar los agentes históricos intervinientes en un momento determinado de las cosas.
        Batlle y Ordoñez pudo crear el Uruguay moderno, porque recibió ayuda y asistencia técnica de la comunidad suiza en el Uruguay. “La Suiza de América”, no es una frase, es el concepto que el Viejo Batlle tenía al apoyarse en la comunidad suiza. Es lo que Marenales no ve. Batlle –Don Pepe- no inventa nada, toma lo que la época le había brindado: Inversión británica pionera –en el Uruguay empieza en 1870, en Argentina en 1895-, nuevos agentes históricos intervinientes –españoles, italianos-, un proyecto social de separación entre la Iglesia y el estado, una nueva matriz social en la campaña con el surgimiento de los frigoríficos y el fin de la economía de pastoreo, una propuesta filosófica –que hoy no es tan importante, pero que en aquel momento lo era-, el espiritualismo ecléctico, un patriciado nativo que venía ya debilitado desde los tiempos de la Guerra Grande y, en crisis, que si bien en un momento se le opone, luego comprende que para sobrevivir debe entrar en el Estado y se hace batllista.
        No hizo la del peronismo argentino: expropió indemnizando y pagando con el excedente que Uruguay tenía en aquel entonces.
        Se le puede, empero, reprochar mucha cosa: Puso las empresas estatizadas en manos de uruguayos, pero de determinadas familias, no tuvo un plan de inserción regional más allá del financiero “suizo”, en un momento en que Brasil dejaba de ser Imperio y se convertía en República y Argentina era un Estado Liberal, -afrancesó innecesariamente su perspectiva en el momento en que el Uruguay todo lo que tenía se lo debía a Inglaterra-, cortó el proceso que naturalmente se estaba dando en la economía uruguaya hacia lo que podría llamarse un modelo neozelandes, que hubiera sido lo que hubiera primado si el batllismo no hubiera existido, frenó el impulso que las inversiones británicas habían generado congelando en gran parte el dinamismo de la economía hasta convertir al Uruguay en un país sin iniciativa emprendedora, pero no se le puede recriminar lo que le reprochaban los Marenales de la época: pequeño burgués, reformista, mayordomo del imperialismo británico y cosas así. Hay que ver las barbaridades que la izquierda de la época le decía.
        Si hoy el batllismo visto en su perspectiva, puede resultar más izquierda que el mismo Frente Amplio, es simplemente por una cuestión cultural afrancesada, jacobina, como bien sostenía José Enrique Rodó.
        Buscó una economía mixta que condicionaba la inversión extranjera a que esas empresas a los 30 años, pasen a manos del Estado en las mismas condiciones en que fueron creadas. No era estatista porque le hiciera gracia, sino porque el Uruguay es muy chico y las empresas grandes que invierten aquí, naturalmente monopolizan el mercado quitándole al Estado el dominio de las macro variables.
        Nadie va a defender hoy el modelo batllista, surgido antes de la guerra del 14’. Inglaterra después del 18’ pierde todo y en el año 20 hay una situación de desquicio interno muy grande.
        Se daba en el año 20’ un hecho insólito. Se vivía mejor en una colonia británica que en Inglaterra. El nivel de ingreso per cápita de Hong Kong era superior al de un británico. El laborismo con sus medidas estatizantes agravaba la situación, lo que está indicando que ese exceso de regulación es malo para el desenvolvimiento y lo que viene a hacer es ponerle el palo en la rueda a lo que podía ser un desarrollo espectacular de las fuerzas productivas.
        Al batllismo le costó mucho darse cuenta de esto y en su evolución intelectual prácticamente nadie –salvo Amado y Pasquet- piensa que más estado es más bienestar colectivo. Marenales recién ahora se da cuenta que un estado sobredimensionado asfixia el mercado interno al matar la iniciativa privada y fundamentalmente, el factor de riesgo que el ahorro interno debe tener. Se genera una sociedad, como bien decía Aldo Solari, en donde el ciudadano en vez de ser un sujeto pasible de derechos y obligaciones es alguien que vive reclamando por sus derechos, pero nunca se le pasa por la mente darse cuenta que también tiene obligaciones.
        Todos protestan convencidos que a él hay que darle, pero nadie se preocupa por generar eso que hay que dar. Al final el estatismo conduce a que estén todos contra el Estado y nadie sepa que es lo que hay que hacer fuera de él, como ocurrió en los países del así llamado “socialismo real”.
        Bienvenida la evolución intelectual de Marenales hacia las posiciones del socialismo utópico: la de aquellos que se exigen a sí mismo, lo que otros quieren imponerle a los demás. Esperemos que sus estudios sobre cristianismo no lo conduzcan al socialismo de los señores feudales o al precio justo de Santo Tomas de Aquino, cuando los precios no son justos, ni injustos sino la resultancia de la oferta y la demanda. Esperemos que además de estudiar tantas derrotas, estudie también algunos ejemplos exitosos. Pero digo yo ¡qué triste destino nos hubiera aguardado si esta gente hubiera ganado!