Clásico
en política son las reflexiones del príncipe Kropotkin que devienen del fracaso
de la Comuna de París. Ve traidores por todos lados, gente que no es capaz de
sostener su línea en los nuevos escenarios que devienen después de la Comuna.
Hay
una cosa que es cierta, pasa todo eso que dice Kropotkin, pero lo que él no se plantea, es la razón por
la cual acontecen después esas cosas. Si esa línea política fuera válida, -si representase
una necesidad de la vida- avanzaría en otros más allá de lo superfluo, lo
accidental o lo articulado inicialmente en una época específica. Si ocurre eso
que ve Kropotkin, y sucede matemáticamente siempre, de la primer a la segunda
Comuna, pasando por la Revolución Rusa o cualquier proceso que se quiera
analizar, ya sea la República Española o el Chile de Allende, no es porque haya
gente falsa que hoy aplaude livianamente una cosa y mañana se desentiende
cobardemente de lo que un día afirmaba. Es por una razón muy simple. Porque no
va por ahí la cosa. Si efectivamente fuera viable, no ocurría entonces todo eso
horrible en la moral interna de los impulsores. Si la idea fuera correcta, daría con las formas materiales para su
realización.
Lo
que sucede aquí es muy simple o fracasan lisa y llanamente y luego quedan
expuestos al escarnio de la misma gente que inicialmente estaba con ellos, o “triunfan”
en una mecánica que al final los termina purgando. Si el siglo XIX fue el siglo
del fracaso contundente de esta determinación, el siglo XX fue el siglo del “triunfo”.
Solo la retórica y el ocultamiento de la realidad condujo a que a partir de los
90’ se lo pudiera ver con claridad. Como decía Churchill “se puede mentirle a mucha gente, durante mucho tiempo, pero no se
puede mentirle a tanta gente, durante tanto tiempo”. Esperemos que el siglo
XXI sea el siglo en donde esté sobreentendido acerca de cómo proceder y no, en
política y economía. En otro tiempo no se sabía lo que hay que hacer para
generar riqueza en las naciones y a impulsos voluntaristas el que más o el que
menos tenía un concepto dirigista y dirigentista. Hoy se sabe a ciencia cierta
y es algo que debiera estar dado por supuesto.
Llamativo
es la honestidad con que Julio Marenales quiere decir algo en estos temas. Se
da cuenta que en ningún lugar del mundo triunfó el ideario de la Comuna de
Paris –los talleres nacionales-, lo que él quiere, y en vez de estudiar cuales
son los procesos que han sido exitosos, para no terminar en el más absoluto
desencanto a lo Kropotkin, quiere ver por dónde empezar a cortar el paño.
Significativo
también es que un tupamaro busque soluciones leyendo y leyendo, cuando todos
sabemos que “el papel aguanta cualquier cosa”, pero no sería esa la cuestión de
fondo que mueve este comentario.
Las
reflexiones que se hace Marenales para auto excluirse son la expresión más
palmaria de un reconocimiento. La izquierda uruguaya no tiene programa. Ni en
el sentido de la Comuna de París, ni el leninista, ni siquiera un programa de
transición.
Cuando
el hombre ya no ve una salida, termina siendo un administrativo de sindicato,
un trade unionista, decía Lenín y es lo que Marenales registra. Se pregunta en
el reportaje que le hace Ana María Mizrahi en La República: “los que queremos cambiar la sociedad, ¿qué
más tenemos que hacer?. Ahí está el tema.”. Pero no dice qué es lo que
quiere cambiar de la sociedad.
Recuerdo
que cuando las Treinta Medidas de Gobierno del Frente Amplio en el 71’,
Traverso le hace un reportaje a Seregni en televisión y le pregunta sobre cómo
iba a instrumentar la reforma agraria y la nacionalización de la banca y
Seregni –aquel del 71’, “el que sabía cómo hacerlo”- furioso defiende las 30
Medidas argumentando que “el copo de leche gratuita a los niños en las escuelas
es una cuestión de principios esencial”. Ante cada pregunta de Traverso, lo
único que argumentaba era a favor del copo gratuito de leche en las escuelas.
Traverso lo miraba estupefacto. Brasil también.
Quiere
decir que el Frente Amplio del 71’, ese que tantas nostalgias encierra en
muchos, tenía dos programas: Uno que se escribe en el papel, pero no se
defiende por televisión y cuestiones totalmente simplistas para justificar otra manera de ser.
Marenales
no quiere que le pase eso, pero como todo el ideario de la izquierda uruguaya –frentista
o no- hoy es insostenible, sale a buscar ideas de embrión en donde lo viejo genera lo nuevo, en el sentido marxista del
devenir.
A
su vez tampoco puede sacarse el guevarismo de encima. Donde Guevara dice: “Revoluciones
hasta la mitad, son revoluciones masacradas”, Marenales dice: “Movimiento
progresista que no profundiza, perece”. Es evidente que bajó el programa que
tenía.
Sostiene
con total franqueza que “La construcción hacia una nueva sociedad no está
funcionando en ninguna parte”, también afirma que “La experiencia socialista
que trascendió a los partidos comunistas fue un experimento de la humanidad y
no funcionó. Tenemos que investigar que pasó, y por qué pasó.
Millones
participaron de un proceso que no funcionó, a veces me pregunto: será que la
humanidad no está pronta para una sociedad de otro tipo.”
Pese
a este sinceramiento sigue razonando a lo Che Guevara, no dice “El capitalismo
formó cuadros para su política, yo tengo que formar cuadros para la mía”, pero
sostiene: “Reflexiono y se lo digo a mis compañeros: la Universidad formó a todos los que nos
gobernaron hasta ahora. Es la Universidad del sistema, no es revolucionaria.
Nuestros profesionales son parte del sistema, hubo una época donde los
intelectuales y profesionales fueron de izquierda, luego hubo un cambio donde
querían ser asépticos y creo que hoy retomamos por la senda del compromiso.”
Se
queja de la insoportable levedad del ser en los niveles actuales de discusión y
dice: “En una reunión de dirección para hablar te dan cinco minutos con opción
a 3 más. Nosotros pasábamos días, metiendo cabeza en los temas. Ahora se tratan
muchos temas por arriba, y este método lo crítico.”.
Pienso
que acá la orientación de pensamiento es equivocada. No se trata en política de
buscar una sociedad nueva, sino de gobernar como un arte de posible. Ni nadie
mata a nadie por decreto, ni nadie puede inventar los agentes históricos
intervinientes en un momento determinado de las cosas.
Batlle
y Ordoñez pudo crear el Uruguay moderno, porque recibió ayuda y asistencia
técnica de la comunidad suiza en el Uruguay. “La Suiza de América”, no es una
frase, es el concepto que el Viejo Batlle tenía al apoyarse en la comunidad
suiza. Es lo que Marenales no ve. Batlle –Don Pepe- no inventa nada, toma lo que
la época le había brindado: Inversión británica pionera –en el Uruguay empieza
en 1870, en Argentina en 1895-, nuevos agentes históricos intervinientes –españoles,
italianos-, un proyecto social de separación entre la Iglesia y el estado, una
nueva matriz social en la campaña con el surgimiento de los frigoríficos y el
fin de la economía de pastoreo, una propuesta filosófica –que hoy no es tan
importante, pero que en aquel momento lo era-, el espiritualismo ecléctico, un
patriciado nativo que venía ya debilitado desde los tiempos de la Guerra Grande y, en crisis, que si bien en un
momento se le opone, luego comprende que para sobrevivir debe entrar en el
Estado y se hace batllista.
No
hizo la del peronismo argentino: expropió indemnizando y pagando con el
excedente que Uruguay tenía en aquel entonces.
Se
le puede, empero, reprochar mucha cosa: Puso las empresas estatizadas en manos
de uruguayos, pero de determinadas familias, no tuvo un plan de inserción
regional más allá del financiero “suizo”, en un momento en que Brasil dejaba de
ser Imperio y se convertía en República y Argentina era un Estado Liberal, -afrancesó
innecesariamente su perspectiva en el momento en que el Uruguay todo lo que
tenía se lo debía a Inglaterra-, cortó el proceso que naturalmente se estaba
dando en la economía uruguaya hacia lo que podría llamarse un modelo
neozelandes, que hubiera sido lo que hubiera primado si el batllismo no hubiera
existido, frenó el impulso que las inversiones británicas habían generado
congelando en gran parte el dinamismo de la economía hasta convertir al Uruguay
en un país sin iniciativa emprendedora, pero no se le puede recriminar lo que
le reprochaban los Marenales de la época: pequeño burgués, reformista,
mayordomo del imperialismo británico y cosas así. Hay que ver las barbaridades
que la izquierda de la época le decía.
Si
hoy el batllismo visto en su perspectiva, puede resultar más izquierda que el
mismo Frente Amplio, es simplemente por una cuestión cultural afrancesada,
jacobina, como bien sostenía José Enrique Rodó.
Buscó
una economía mixta que condicionaba la inversión extranjera a que esas empresas
a los 30 años, pasen a manos del Estado en las mismas condiciones en que fueron
creadas. No era estatista porque le hiciera gracia, sino porque el Uruguay es
muy chico y las empresas grandes que invierten aquí, naturalmente monopolizan
el mercado quitándole al Estado el dominio de las macro variables.
Nadie
va a defender hoy el modelo batllista, surgido antes de la guerra del 14’.
Inglaterra después del 18’ pierde todo y en el año 20 hay una situación de
desquicio interno muy grande.
Se
daba en el año 20’ un hecho insólito. Se vivía mejor en una colonia británica
que en Inglaterra. El nivel de ingreso per cápita de Hong Kong era superior al
de un británico. El laborismo con sus medidas estatizantes agravaba la
situación, lo que está indicando que ese exceso de regulación es malo para el
desenvolvimiento y lo que viene a hacer es ponerle el palo en la rueda a lo que
podía ser un desarrollo espectacular de las fuerzas productivas.
Al
batllismo le costó mucho darse cuenta de esto y en su evolución intelectual
prácticamente nadie –salvo Amado y Pasquet- piensa que más estado es más
bienestar colectivo. Marenales recién ahora se da cuenta que un estado
sobredimensionado asfixia el mercado interno al matar la iniciativa privada y
fundamentalmente, el factor de riesgo que el ahorro interno debe tener. Se genera
una sociedad, como bien decía Aldo Solari, en donde el ciudadano en vez de ser
un sujeto pasible de derechos y obligaciones es alguien que vive reclamando por
sus derechos, pero nunca se le pasa por la mente darse cuenta que también tiene
obligaciones.
Todos
protestan convencidos que a él hay que darle, pero nadie se preocupa por
generar eso que hay que dar. Al final el estatismo conduce a que estén todos
contra el Estado y nadie sepa que es lo que hay que hacer fuera de él, como
ocurrió en los países del así llamado “socialismo real”.
Bienvenida
la evolución intelectual de Marenales hacia las posiciones del socialismo utópico:
la de aquellos que se exigen a sí mismo, lo que otros quieren imponerle a los
demás. Esperemos que sus estudios sobre cristianismo no lo conduzcan al socialismo
de los señores feudales o al precio justo de Santo Tomas de Aquino, cuando los
precios no son justos, ni injustos sino la resultancia de la oferta y la
demanda. Esperemos que además de estudiar tantas derrotas, estudie también
algunos ejemplos exitosos. Pero digo yo ¡qué triste destino nos hubiera aguardado
si esta gente hubiera ganado!