Recuerdo que cuando derrocaron a
Salvador Allende, Juan Pablo Terra – senador del Frente Amplio y miembro de la
Democracia Cristiana Internacional- escribió una editorial del diario Ahora
dando su opinión sobre lo que ocurría allí.
Lo
que decía ahí –lo leí varias veces- era aproximadamente lo siguiente. Chile
vivía un proceso de cambios y de transformaciones sociales importantes, pero
sostenía Juan Pablo Terra que no se
hacen revoluciones con mayorías circunstanciales.
En
ese momento la discusión era sobre el tema de la mitad más uno.
Una
tendencia sostenía que se hacen revoluciones solamente con la mitad más uno y
la otra afirmaba que si se pretende eso, sería imposible un proceso de cambio.
Rodney
Arismendi era un enemigo acérrimo de la tesis de la mitad más uno como factor
de cambio, pero en vastos sectores de la izquierda era muchísima la gente –incluso dentro del partido comunista-
que sostenía que es imposible un proceso de cambio, si no está de acuerdo con
eso, la mitad más uno.
Juan
Pablo Terra lo que sostenía es que no se puede imponerle al resto de la
sociedad una cosa, si no hay un acuerdo amplio sobre las reglas de juego bajo
las cuales esa cosa ha de operar.
Decía:
“Le hemos dicho hasta el cansancio –a los
defensores del camino único, a los que creen que hay una sola forma de hacer
las cosas- que no se hacen
revoluciones con mayorías circunstanciales-, porque después vienen los
problemas”.
Palabras
más, palabras menos, era eso lo que decía Juan Pablo Terra, en ese momento.
El
artículo, por lo que tuve entendido en aquella época, cayó muy mal en aquel
partido demócrata cristiano izquierdizado y radicalizado. Un partido camilista, guerrilleril como si Juan
Pablo Segundo, por el solo hecho de haber dicho que lo suyo era la
opción preferencial por los pobres, por esa sola causa, de Medellín
a Puebla, estuviese de acuerdo con las barbaridades que ocurrían.
Había
gente como Hugo Assman y Héctor Borrás, que le buscaban el caroso a la cebolla, pero eran la minoría de la
minoría.
Juan
Pablo Terra –que era un hombre respetado por la Democracia Cristiana
Internacional-, tuvo que enfrentar solo, todo el peso de una política que no le
era propia. No aguanto más la presión internacional y se fue del Frente Amplio,
cometiendo el error de hacerlo en
dictadura.
Hoy
está sucediendo una cosa similar, que exige, creo yo, análisis concreto.
Hay
un Chile nuestro que está en
problemas.
Las
encuestas dicen que si las elecciones presidenciales fueran este
domingo, un 39% votaría por Michelle Bachelet y un 25% por Pablo Longueira. En
tercer lugar aparece Marco Enríquez Ominami, representante del Partido
Progresista, con un 7%, seguido por el independiente Franco Parisi (6%) y
Marcel Claude (2%) del Partido Humanista.
Lo
que está indicando que de ganar Michelle Bachelet lo haría con la
minoría mayor.
El
tema de fondo está aquí, con una mayoría circunstancial ¿piensan llevarse a los
demás por delante?
Están en una línea política temeraria
y el sindicalismo –como lo demuestra la huelga reciente, viene a darles una mano de bleque, que consiste en apagar
el incendio con gasolina-.
Probablemente
la burguesía chilena se lo merezca por inepta. No nos olvidemos por favor que es el fracaso de un sistema económico, que
ha sido exitoso y del cual todos quieren morder. No quisiera que sea
ese, el único argumento. Porque si la supuesta ineptitud de la burguesía chilena en tanto socio local
es el único argumento, horas trágicas se aproximan. Chile con la Razón y con la Fuerza sabe cómo
hacerlo solo.
No es el sistema el que está mal,
sino la falta de liderazgo.