viernes, 21 de junio de 2013

Algunas lecciones de la crisis social de Brasil

       Todavía es muy prematuro como para dar un juicio al respecto, pero por lo que uno está viendo a partir de la información que llega, la chispa del aumento del boleto parece haber encendido el incendio del Mundial.
       El carácter de la protesta es tan adolescente como clase medista: es lo que en economía se llama crisis de crecimiento.
         Suele existir un problema cuando hay decrecimiento, pero también no se está exento de dificultades cuando la economía mejora y luego se estaciona.
       Era Fukuyama, quien analizando el crecimiento económico de Tailandia veía a futuro un nuevo tipo de conflictividad, el generado por una juventud que accede a mayores niveles de profesionalización, pero luego se encuentra con una estructura social, que no porque haya crecido económicamente está en condiciones de darle socialmente el lugar para el cual se ha preparado. Fukuyama no le ve solución y se limita a consignar el hecho, como posible detonador de los conflictos ligados al Fin de la Historia tal como la hemos conocido durante la Guerra Fría.
       Chile primero y Brasil ahora parecen estar diciendo algo, en aquellas economías que han mejorado notoriamente durante este período.
       Todos recordamos el mayo del 68’ como un referente crítico. No voy a entrar en esos análisis descriptivos de época, sino en el hecho puro. Aquí, guste o no, era Sartre quien hablaba claro. El estudiante teme, decía, descender a la situación del trabajador manual, porque no comparte su realidad vital. Cree que lo van a rechazar y en realidad eso no va a ocurrir: cuando el otro, por diferente formación que tenga, entra en su realidad, el trabajador manual no lo rechaza. Es una sensación de angustia y de inseguridad falsa que el estudiante de clase media tiene cuando ve que el lugar para el cual se ha preparado, no existe y lo que le aguarda es bien distinto.
       Esa inseguridad de vida lo conduce a la inestabilidad emocional y es el aguafuerte de las movilizaciones a las que se lanza.
       Cuando se analiza el marco conceptual, ya sea como ideología, -pensamiento del pasado y el presente- o utopía, -pensamiento del futuro-, uno ve que hay una pobreza intelectual muy grande en la heterogeneidad de los diversos reclamos.
       Que el aumento del boleto es la gota que colmó el vaso, que los 15 mil millones de dólares no fueron usados para la educación y la salud, que los servicios son caros y malos, son reclamos adolescentes.
       Por muchos motivos y pocas razones estalla un nivel de indignación que corre como reguero de pólvora y lo deja mal parado a Brasil luego de hacer una inversión de 15 mil millones de dólares para el Mundial.
       Brasil invierte esa cifra, para obtener por concepto de turismo mucho más. Las construcciones edilicias, los estadios y los hoteles, no se van a ir del país. Auspiciar un Mundial es la forma de obtener financiación para obras de infraestructura que le quedan a ese país para siempre.
       Estar contra esa entrada de dinero llamada a oxigenar con fondos genuinos la economía –demanda externa en servicios- es tener una visión primitiva del funcionamiento general de las cosas.
       Es no ver que la educación es un medio, no un fin en sí mismo, es no darse cuenta que una cosa es tomar agua y otra tener la canilla de donde sale el agua, es no percibir que el sector servicios hoy en día es quien moviliza la alta tecnología y la distribuye: es el generador de empleo por excelencia.
       Llama la atención el parentesco que esto tiene con lo del 68’ en un aspecto central: En el preciso instante que merman las plazas laborales, un sector emergente llamado a ser ascendente, se auto descalifica a sí mismo del mercado de trabajo.
       La virulencia de la protesta expresa muchas cosas. Indica que están al borde del desclasamiento social y es la expresión más palmaria de la incomunicación: El hombre, se ha dicho, no sin razón, apela a la violencia indiscriminada como forma desesperada de entablar una comunicación con el mundo.
       Para entender esto hay que observar el siguiente aspecto. En todos los países que salieron campeones del mundo, los periodistas generaron una mística futbolera de tal envergadura que hicieron que la enorme mayoría de la población hiciese del fútbol una pasión colectiva.
       Brasil es un ejemplo clarísimo de fanatismo futbolero llevado a niveles mucho más altos que el de Uruguay y Argentina. Si algo tan importante para el hombre común brasilero como es el hecho de que su país organice el mundial, no significa nada para estos jóvenes, quiere decir que están fuera del estado de ánimo colectivo, porque la percepción que uno comienza a tener en esto es que tanto el aumento del boleto, como los recursos a la educación y la salud, son excusas de gente que le indigna moralmente que el fútbol sea un sector tan importante de la economía.
       Que el fútbol interese o no, en términos personales, es una cosa, rechazarlo allí donde ostensiblemente es una fuente de ingresos fundamental, es lo que llama la atención, por el nivel de incomunicación que tienen aquellos que ven el mundo de esa forma.
       El devenir de los acontecimientos dirá a qué responde. Si es espontáneo o alguien está detrás de todo esto. Pero sea como sea es la expresión de una falta de liderazgo del sistema político.
       Al PT le ocurre una cosa muy simple. Desde los años 80’, cuando emerge Lula con los metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo hasta que llega al gobierno en el 2003, durante 23 años ininterrumpidos, un día sí y otro también, fue una bocanada proletaria de insultos propios de lo más bajo del obrero paulista. Se dejaba la barba y usaba un gorro a lo Fidel Castro. Era una máquina de combatir cuanta cosa hacía el gobierno.
        Fue llegar y comenzó a hacer lo mismo que se pasó combatiendo. Recién entonces descubrieron que sólo una política es posible, cuyos fines, no están sujetos a discusión. Todos suspiraron de alivio, porque por suerte fue así.
       Hoy, ante este nuevo estado de ánimo, el gobierno carece de absoluta credibilidad y liderazgo para encauzar las cosas. Es así que cuando organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos -incluido el PT y la Unión Nacional de Estudiantes‑, quieren subirse a las manifestaciones, la hostilidad de los manifestantes se haga sentir. Les gritan oportunista y les queman la bandera al PT.
       Creo que ésta es la lección más importante de todas, cuando se pierde el liderazgo en política.
    Esto no se resuelve con un “pero, compañero, no se me ponga así”, “el carácter de este gobierno es otro, no se lo puede combatir igual que a los demás”, “estamos profundizando los cambios” y cosas así.
       Debe ser por eso que en el Frente Amplio temen perder esa rara situación de ser gobierno y oposición todo junto a la vez, en la que se han colocado.